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Tallres De Afro


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2013  •  7.958 Palabras (32 Páginas)  •  237 Visitas

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DE AFRICA A AMERICA

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A fines del siglo XVI, ante el exterminio de los pueblos indígenas y la falta de mano de obra para la explotación de las minas y trabajos en las haciendas, contando con la autorización y apoyo de los reyes de España, Europa dio inicio a la captura, tráfico y comercio de la población africana.

MERCANCIA HUMANA

Mediante unas licencias autorizadas por la monarquía, emprenden el más deshumanizador comercio de Africanos/as. La licencia consistía en un contrato para traer en calidad de esclavos Africanos capturados o comprados en sus tierras desde donde eran conducidos como animales a los puertos de embarque y a látigos eran obligados a subir a los llamados barcos negreros, dejando familia, tierra, pueblo y cultura. Allí, aprisionados con cadenas y grilletes eran amontonados en las bodegas de los barcos para emprender un largo viaje de padecimiento del Africa a las islas del Caribe y de allí a Colombia y a otros países.

Los puertos más famosos de Africa en la historia de la Trata Negrera fueron aquellos que se encontraban ubicados en Cabo Verde, Santo Tome, Guinea y el Congo. Existen varias clasificaciones presentadas por diversos autores que lograron registrar información de la época, como Alonso Sandoval (jesuita), Philip D. Curtin y Peter Boyd-Bowman, para mayor facilidad retomamos la clasificación presentada por este último. El Señor Curtin demarca cinco zonas de donde los traficantes negreros pudieron extraer la mercancía humana directamente de Africa al Nuevo Mundo. Estas zonas fueron:

1. La de Cabo Verde (entre Senegal y Sierra Leona), donde habitaban las naciones Berbesi, Jolofo, Bañol, Mandinga, Gio (tierra de Jo), Guinea, Nalu, Bran, Bolamo, Biafra y Zape.

2. La de Cazanga (al este de Sierra Leona) probablemente en la actual Ghana y suroeste de Nigeria.

3. La de Carabalí, en el delta del río Níger.

4. La de Isla de Santo Tomé, al sur del delta del Níger.

5. La del río Congo de donde procedían los manicongos, Angolas, Auchicas (o auzicanas) y, con toda probabilidad, los terranovas o lucumíes[6].

UN VIAJE SIN REGRESO

Los navegantes europeos al aproximarse a la costa africana, comenzaban por tirar una salva para advertir al jefe local de su llegada como un signo de homenaje a su autoridad. Contento con esta muestra de respeto, el jefe los recibía al día siguiente. El capitán se presentaba y ofrecía regalos: Mantos galonados y estofados de oro, tricornios de pluma, parasoles y telas de colores brillantes. Llegados a un acuerdo, el Capitán entregaba al rey los barriles de aguardiente, las telas, los fusiles y las otras cosas convenidas y el rey declaraba abierta la trata.

Una parte del equipaje desembarcaba entonces y construían un gran barracón donde los esclavizados podían ser almacenados como si fueran ganado. Los hombres y mujeres africanos llegaban en largas filas amarrados por el cuello a una especie de horquilla de madera; algunos, después de haber marchado miles de kilómetros a través de la selva y la estepa. Eran cautivos de guerra, víctimas de enfrentamientos entre tribus enemigas o cazados por el afán de responder a la demanda comercial. No había niños ni viejos. Según algunos testimonios los comerciantes de este tráfico humano masacraban a los niños de menos de 6 años y abandonaban a los viejos y a

CIMARRON. Los africanos y sus descendientes nunca aceptaron pasivamente la esclavización

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los enfermos. Solo querían jóvenes fuertes, que pudieran soportar bien el viaje. Sus edades oscilaban entre los 16 y los 30 años.

En el barracón los esclavizados eran examinados. Se les miraban los dientes, los ojos, se les hacía correr, saltar, bailar. Se buscaban síntomas de enfermedad: escorbuto, lombriz, sarna... pues un hombre o mujer en mal estado valía menos. Si era tuerto había una reducción en el precio, igual si era sordo, o si le faltaba algún diente.

Completado el enganche, el capitán zarpaba de inmediato. Le convenía que el viaje durara lo menos posible. Temía las epidemias, los suicidios y las revueltas. La trata había durado de 3 a 6 meses; la travesía en redondo de 9 meses a año y medio.

El viaje era terrible. Ya al subir al barco, adivinando la suerte que les esperaba, muchos africanos preferían darse muerte lanzándose al agua. El resto, desnudos, marcados al fuego sobre el pecho, eran mancornados, encadenados de dos en dos, en el fondo del navío. Allí permanecían de 15 a 16 horas por día en medio de la oscuridad, sin ventilación y sin sistemas sanitarios, disponiendo de un espacio que era apenas mayor que una tumba. Para aprovechar el máximo el espacio, la bodega de los barcos se dividía en pisos que tenían entre 1,20 y 1,50 m de altura. Los hombres y mujeres africanos eran ordenados como cucharas en una caja de servicio. Así, un barco de 200 toneladas podía transportar hasta 250 piezas, olvidándose que eran hombres y mujeres que gemían entre la sangre de sus heridas, el pus de sus llagas, sus excrementos y orinas, junto con los cadáveres en descomposición de los que no soportaban el infierno del viaje por el mar[7].

El olor era tan intenso que a la tripulación le era imposible permanecer en las bodegas más de unos pocos minutos, los africanos llegaban a extremos de sofocación y desesperación inauditos. Enloquecidos, atacaban a los guardias que descendían y hasta se estrangulaban entre ellos para hacerse un sitio y poder respirar, las mujeres clavaban alfileres en los cerebros de sus compañeras. Es conocida la rebelión del jefe singbé, en el navío Amistad, en 1839, que dio muerte al capitán negrero y llegó a los EE.UU., donde él y sus hombres fueron juzgados. Gracias a la presencia de los abolicionistas fueron devueltos a su país en 1842[8]. Este es sólo un caso entre todos los años de la trata.

En algunos casos a las mujeres y los niños les permitían circular a bordo durante el día, pero, media hora antes de la puesta del sol, debían volver a las bodegas y eran minuciosamente registradas para asegurarse de que no habían escondido algún objeto que pudiera ayudarlas a librarse de las cadenas.

Cuando el día estaba despejado, todos podían permanecer en cubierta: se les regaba con agua salada y se les daban unas gotas de aceite de palma para que se frotaran el cuerpo. Los marineros formaban una orquesta y se les obligaba a bailar. Así hacían ejercicio para contrarrestar la quietud del viaje. A los que no aceptaban esta nueva humillación se les obligaba a ritmo de latigazos. Algunos aprovechaban la primera oportunidad para saltar por la borda liberándose así de una vida intolerable.[9] En caso de rebelión o

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