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Tragedia De Los Bienes Comunes


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2014  •  1.961 Palabras (8 Páginas)  •  510 Visitas

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LA TRAGEDIA DE LOS BIENES COMUNES

Garret Hardin

¿QUÉ HEMOS DE LLEVAR AL MÁXIMO?

La población, como dijo Malthus, tiende por naturaleza a crecer geométricamente, o, de manera exponencial. En un mundo finito, esto significa que la participación per cápita de los bienes materiales del mundo debe disminuir incesantemente.

En términos de los problemas prácticos que debemos encarar en las próximas generaciones con la tecnología previsible, es evidente que aumentaremos considerablemente la miseria humana si no aceptamos en el futuro inmediato que el mundo asequible a la sociedad humana en la Tierra es finito. El “espacio” no es una salida.

Adam Smith habla de la demografía práctica. En el terreno económico, La Riqueza de las Naciones (1776) popularizó la “mano invisible”, esa concepción de que un individuo que “persigue nada más su propio beneficio”, es, por así decirlo, “conducido por una mano invisible para promover... el interés público”. Adam Smith nunca dijo que esto fuera invariablemente cierto, como tampoco lo hicieron sus seguidores, pero contribuyó a una tendencia dominante de pensamiento que desde entonces ha interferido con las acciones basadas en el análisis racional: la tendencia a suponer que las decisiones individuales son, de hecho, las mejores para la sociedad en su conjunto.

LA TRAGEDIA DE LA LIBERTAD EN LOS BIENES COMUNES

La primera refutación a la mano invisible en el control demográfico fue un argumento esbozado en un folleto no muy conocido, escrito en 1833 por un aficionado a las matemáticas llamado William Forster Lloyd (1794-1852) (Lloyd 1833). Bien podríamos titularlo “la tragedia de los bienes comunes”, entendiendo “tragedia” como la usaba el filósofo Whitehead: “La esencia de la tragedia en el teatro no es la infelicidad, sino la solemnidad del funcionamiento implacable de las cosas”, y luego aclara: “esa inevitabilidad del destino, en términos de la vida humana, sólo se puede ilustrar con incidentes que de hecho entrañan infelicidad, pues sólo con ellos se puede evidenciar en el drama la inutilidad de la fuga”.

El individuo se beneficia como tal mediante su habilidad para negar la verdad, aunque la sociedad en su conjunto, de la cual forma parte, se perjudique. La educación puede contrarrestar la tendencia natural a realizar actos equivocados, pero la inexorable sucesión de generaciones requiere que la base de este conocimiento se recuerde constantemente.

La lógica de los bienes comunes se ha reconocido desde hace mucho tiempo, quizá desde el descubrimiento de la agricultura o la invención de la propiedad privada en bienes raíces. Pero sólo se admite en casos especiales que no están suficientemente generalizados.

LA CONTAMINACIÓN

La tragedia de los bienes comunes reaparece a la inversa en los problemas de la contaminación ambiental. Aquí no se trata de extraer algo de los bienes comunes, sino de agregarles algo: desechos fecales, químicos, radiactivos y termales en el agua; humos nocivos y peligrosos en el aire, y anuncios publicitarios que distraen y agreden a la vista. El hombre racional considera que el costo que debe pagar por los desperdicios que descarga en los bienes comunes es menor que el de purificar sus desperdicios antes de deshacerse de ellos. Puesto que esto es verdad para todo el mundo, estaremos atrapados en un sistema de “ensuciar el propio nido”, mientras nos comportemos sólo como empresarios libres, racionales e independientes. La tragedia de los bienes comunes como fuente de alimentos se anula con la propiedad privada o algo que formalmente se le parezca. La ley, siempre a la zaga del tiempo, necesita elaborados remiendos y cortes para adaptarse a este aspecto recién advertido de los bienes comunes.

El problema de la contaminación es una consecuencia del crecimiento demográfico. Antes no importaba mucho en qué forma se deshacía de sus desperdicios un solitario colonizador. “El agua corriente se purifica a sí misma cada 10 millas”, solía decir mi abuelo, y el mito era bastante cercano a la realidad cuando él era un muchacho, pero aún no había demasiada gente. Pero a medida que la población se hizo más densa, los procesos naturales de reciclaje químico y biológico se sobrecargaron, planteándose así el imperativo de redefinir los derechos de propiedad.

¿CÓMO LEGISLAR LA MODERACIÓN?

El análisis del problema de la contaminación como una función de la densidad de la población revela un principio de moralidad casi nunca reconocido: la moralidad de un acto es una función del estado del sistema en el momento en que éste se realiza (Fletcher 1966). La moralidad de un acto no se puede determinar con una fotografía. “Una imagen vale por 1000 palabras”, dijo un anciano chino, pero para dar validez al proverbio se necesitarían 10000 palabras. Es tentador para ecólogos y reformistas por igual tratar de persuadir a otros con medios fotográficos. Pero la esencia de un argumento no se puede fotografiar; es preciso presentarla racionalmente, con palabras.

Las leyes de nuestra sociedad siguen las pautas de la ética antigua y por lo tanto no bastan para gobernar un mundo complejo, hacinado y cambiante. Nuestra solución epicíclica consiste en aumentar las leyes estatutorias con leyes administrativas. Puesto que es prácticamente imposible especificar todas las condiciones en las que es lícito quemar basura en el traspatio o usar un automóvil sin dispositivos anticontaminantes, se pueden delegar legalmente los detalles a las oficinas gubernamentales. El resultado es la ley administrativa, que despierta reservas, y con razón, pues Quis custodiet ipsos custodos? (¿Quién vigilará a los vigilantes?). John Adams señaló que deberíamos tener “un gobierno de leyes, no de hombres”. Al tratar de evaluar la moralidad de los actos en el sistema global, los administradores públicos están muy expuestos a la corrupción, generando un gobierno de hombres, no de leyes.

Es fácil legislar una prohibición , pero ¿cómo legislar la moderación? La experiencia indica que lo mejor es hacerlo con leyes administrativas

LA LIBERTAD DE PROCREAR ES INTOLERABLE

La tragedia de los bienes comunes está involucrada en los problemas demográficos también

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