Vivan Las Vegas

Sheldon Adelson no ganará nunca un concurso de belleza, interior o exterior, y tampoco es probable que le importe demasiado: como cualquier amante del juego, sabe bien que la vida es una ruleta de emociones, experiencias, maldades, aciertos y fracasos con más bolas negras que premios gordos.

Tampoco Euro Vegas es el proyecto soñado para aspirar a un modelo productivo alternativo: cualquiera en su sano juicio preferiría parecernos a California o Hamburgo, como a Alemania o Francia. Pero, en todo, estamos más cerca de Portugal y Grecia: es terriblemente lógico que nos elijan para todo aquello que, en otros casos, pueden permitirse el lujo de rechazar. Tampoco ponen cárceles en Las Rozas ni incineradoras en Majadahonda: cada cual tiene su papel, aunque duele reconocerlo.

E incluso, por terminar de encontrar algunas pegas, es razonable temer que un engendro así se convierta en un imán para el dinero negro, las trampas fiscales y las leyes creativas, en una especie de la Atlantic City maravillosamente dramatizada por el gran Scorsese en la serie 'Boardwalk Empire'.

Pero, dicho lo cual, no nos pongamos tan estupendos. Para empezar, no hay trabajo indigno. Lo que ocurre, en realidad, es que no hay trabajo de ningún tipo: somos 47 millones de españoles y sólo 11 millones tienen un empleo por cuenta ajena. Tampoco es ilegal el juego: el Estado se financia con él; al Real Madrid lo patrocina y en cada rincón del país, por recóndito que sea, hay una tragaperras, un casino o una casa de apuestas deportivas.

17.000 millones de inversión y la esperanza de 200.000 puestos de trabajo (le arriendo un cuarto de eso y me conformo) son suficientes para recibir EuroVegas con una actitud positiva, sin menoscabo de activar todas las defensas activadas para iluminar sus penumbras. Pero sin prejuicios morales ni aprioris demagogos que, desde el mantra ideológico o religioso, presentan la cosa como una Sodoma rediviva.

Vivan Las Vegas, pues, aunque al gritarlo salga la voz por boca pequeña, o de ganso, y nos fastidie que el tal Adelson sea más feo, más bajito y más sospechoso que cualquiera de nosotros.

Posdata. Al igual que el Estado se lucra con el alcohol, el tabaco y el juego; permite exenciones fiscales a gente igual de siniestra que el empresario americano. En Euskadi y Navarra lo llaman cupo o foro, pero es lo mismo: yo no pago impuestos. Quizá a Sheldon le falte hablar euskera para que nadie ose levantarle la mano.

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