Yula Riquelme.
Enviado por mariaci • 17 de Junio de 2013 • 2.048 Palabras (9 Páginas) • 682 Visitas
YULA RIQUELME DE MOLINAS
(Asunción, Paraguay, 1942-2001)
Biografía: Nació en Asunción. Cursó la carrera de Historia en la Universidad Nacional de Asunción. Escribe poesía y narrativa. En 1976 publica Los moradores del vórtice, poema. En 1994, Puerta, novela. En 1995, Bazar de cuentos. En 1996, Los gorriones de la siesta, novela; en 1998, De barro somos, cuento, y en 2000, Palabras en juego, cuento.
Algunos premios nacionales: 1er. Premio V Centenario. Feria Internacional del Libro, 1991 (cuento). 1er. Premio “Club Centenario”, 1991 (cuento). 1er. Premio Poemas del océano, 1994 (poesía). 2do. Premio Municipal de Literatura por el libro Bazar de cuentos, 1997. Mención Especial “Gran Premio Oscar Trinidad”, por Valores Creativos en la constante producción de textos literarios, 1998.
Algunos premios internacionales: “Premio Borges” 90, Buenos Aires, Argentina (cuento). “Alfonsina Storni”, Buenos Aires, Argentina, 1990 (poesía). “Punto de Encuentro”, Montevideo, Uruguay, 1991 (poesía). “Premio de Narrativa”, Municipalidad de Vicente López, Argentina, 1995 (cuento). “Tercer Concurso de Cuentos Escritos por Mujeres de Habla Hispana” (FEMNYP), Santiago de Chile, 1997.
Es miembro fundador de la Sociedad de Escritores del Paraguay; miembro fundador de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA); miembro de la Sociedad de Amigos de la Academia Paraguaya de la Lengua Española e integrante del Taller Cuento Breve.
Confeccionamos la ficha correspondiente a la autora para el portafolio.
Lectura: “Como Judas” Yula Riquelme de Molinas.
* El pabilo encendido bailoteaba en los restos del sebo líquido. La vela se había agotado en el candelero. Su llama agonizante, apenas proyectaba un fantasmal hilillo de luz que caía justo sobre la madre y el niño. La respiración acompasada de Rafaela denotaba un sueño tranquilo, profundo... En el cuartucho solamente estaban visibles los dos. Ignacio era más bien una sombra furtiva que la oscuridad amparaba... Con sigilo se acercó a su hijo. Los dedos callosos se extendieron para la caricia. A los tropezones se movían sobre la piel recién estrenada. Desde el fondo de la médula le subió un cosquilleo, una sensación absurda que le puso la carne de gallina y sobrevino un espasmo, dos... Entonces, comprendió que estaba muerto de miedo y sacó las manos del canasto. Después, se volvió y tambaleando, anduvo de espaldas a la cama; por eso no pudo ver los ojos brillantes de Rafaela. Pisaba con la punta de los pies para que no lo escuchasen -al filo del adobe carcomido- los que se amontonaban en la pieza contigua. Como un ladrón escapó de allí. De entre esa gente que no le había comunicado el nacimiento de su hijo. Ignacio tenía una idea muy clara de la situación: Él era el padre de la criatura y punto. Ahora querían hacerlo de lado. ¡Eso sí que no! Él se lo llevaría consigo en cualquier momento. A escondidas, a las malas, o ¡cómo fuese! Hoy había fallado porque la bebida le volvió torpe los pasos y le aplacó la bravura. La próxima será sin tragos, se propuso y cruzó el patio a los temblequeos. Miró las estrellas que titilaban encima del campo abierto. Va a helar, dedujo y se estremeció. Tenía mucho frío. Los perros, sin embargo, deambulaban campantes por el rancherío. Le hicieron fiesta de colas y de lamidas. Él no era extraño en esos lares y lo acompañaron hasta el camino. Ignacio se alejó arrastrando su borrachera. Nunca tomaba más de la cuenta pero esa vez, apuró un vaso y otro y otro... Los había ido sumando para ganar coraje. Y le restaron firmeza. Menos mal que su juicio le respondía a las mil maravillas: Él era consciente de que se retiraba con los brazos vacíos y hasta podía, sin vacilaciones, apostar a que regresaría lo antes posible. ¡A eso estaba dispuesto! ¡Se robaría el niño si las cosas no mejoraban pronto! Fue lo último que pensó antes de quedar desplomado en el catre. Se arrebujó en su poncho, dejando afuera los pies curtidos por el tráfago en la tierra. Roncó. Al poco rato, el coro de los gallos hizo su ronda de poste en poste... Ignacio se levantó embotado. No había dormido ni dos horas corridas. Rumbeó hacía el pozo. Deseaba reavivarse con el agua escarchada de la palangana. Metió la cara de golpe y se puso a tiritar. La resaca se irá con el mate, se ilusionó. Y el mate bien caliente, lo despabiló en unas cuantas chupadas. A continuación, salió disparando hacia el cañaveral. Era día de cobranza y prefería complacer al patrón desde temprano. Mientras se diligenciaba con su tabaco a medio enrollar, oteó el horizonte gris, lluvioso. Se encogió de hombros ante el mal tiempo y se dijo: Hoy me pagarán con un buen caballo; todo será más fácil. Podré solucionar el asunto y... Ahí le vino a la mente su fracaso en la madrugada. Pateó una piedra que ni se movió. El zapatón crujió y los dedos le dolieron. ¡Carajo!, gimió. ¡Ave María Purísima!, se santiguó la vieja que pasaba en una carreta cargada de leña. Él la miró meditabundo: Va para la ciudad con toda esa leña, supuso. Claro, los platudos encienden sus chimeneas. Nosotros nos arreglamos con un brasero y basta. Está apretando duro el invierno en estos días. Y es sólo el principio, se quejó. Por contraste, le vino a la memoria la fiesta de primavera: Rafaela se había vestido de voladones blancos bajo el cielo cálido. Aromaban sus cabellos ramillete de jazmines. Ese 21 de setiembre lo pasaron bailando en la pista del club Atlético «Sol del Chaco». Floripones de papel chifón y banderitas multicolores flameaban en el aire. Lugareños y vecinos de otras compañías, alborotados invadieron las instalaciones. Por su parte, las señoras de la comisión organizadora sacaban cuentas entusiasmadas: Al fin la capilla de San Onofre se iba a terminar. Y no se terminó, reconoció Ignacio. El romance de ellos sí. Se acabó sin justificativos ni despedidas... Y pensar que después del baile, aquella misma noche, él la llevó al rancho de la abuela. No estaba la abuela. Había ido de velorio. Tenían
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