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Conceptos Fundamentales Salud y Seguridad


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2021  •  Apuntes  •  26.374 Palabras (106 Páginas)  •  96 Visitas

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Módulo I         Marco Teórico de los Programas de Seguridad e Higiene en el Trabajo

Unidad 1.1.         Razón de ser de los Programas de Seguridad e Higiene en el Trabajo

Tema 1.1.1         Justificación Ética y Moral

Parias, Luis-Henry

Historia General de Trabajo

México-Barcelona: Ediciones Grijalbo S.A.

Tomo: Las eras de las revoluciones (1760-1914)

(pp. 8-67)

NOTICIA BIOGRÁFICA

Nacido en Mulhouse en 1922, Claude Fohlen cursa sus estudios de Enseñanza Media en el Liceo Henri Poincaré de Nancy, entre 1932 y 1939, y sus estudios superiores en las Facultades de Letras de las Universidades de Burdeos y Toulouse. Habiendo obtenido la mayor puntuación en las oposiciones para la agregation de Historia en 1946, recibe una beca de la Fundación Thiers al año siguiente y pasa luego a ocupar la ayudantía de cátedra en la Facultad de Letras de Lille.

Es nombrado, después, profesor en la École Normale Supérieure de Saint-Cloud y al mismo tiempo mattre de conférences en el Institut d'.Études Politiques de París. Catedrático de Historia Moderna y Contemporánea en la Facultad de Letras de Besangon desde 1955, estuvo asimismo en 1957-58 de visiting professor en la Yale University (Nueva Haven, EE. UU.).

Debemos a Claude Fohlen numerosos trabajos de historia económica, cuales son Une affaire de famille au XIX siedle (Méquillet-Noblot, París, 1955); L'industrie Textile en France sous le Second Empire (Paris, 1956).

Está preparando en la actualidad: La bourgeoisie industrielle en France au XIX siedle.Tiene publicados artículos en diversas revistas especializadas: Annales, Economiecs, Socielés, Cívilisations; Revue économique; Revue du Nord; Annales du Midi; Journal of economic history; y pronunciadas muchas conferencias en Filadelfia, Florencia, Roma y Lausana.

LIBRO PRIMERO

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

CAPÍTULO PRIMERO

NACIMIENTO DE LA GRAN INDUSTRIA

El cambio esencial que trae el siglo XVIII a la Historia del Trabajo y de los trabajadores consiste en la aparición de la máquina, que sustituye al trabajo realizado a mano, y la utilización del vapor como fuente de energía, que desplaza las demás formas hasta entonces comunes: energía muscular, energía animal, energía cólica e hidráulica. Suelen los historiadores designar este conjunto de transformaciones con la expresión de «Revolución industrial». Esta denominación ha sido difundida en Francia merced a la obra magistral de Paul Mantoux, quien, hace ya más de cincuenta años, relató las diversas fases de estas metamorfosis en Inglaterra, su país de origen. Pero la expresión es anterior, y parece remontarse a mediados del siglo XIX. Carlos Marx habla mucho de la que él llama «Die Industrielle Revolution» en el primer volumen de El Capital, publicado en 1867, y parece que toma la expresión de John Stuart Mill -en los Principles of political economy, de 1848 o de Federico Engels, en la primera edición de La situación de la clase obrera en Inglaterra, fechada en 1845. Expresión y fenómeno son, pues, antiguos, y testimonian de una conciencia ya nada reciente de aquella transformación.

Pero no debemos equivocarnos acerca del alcance del vocablo «revolución».  Por supuesto hubo una revolución, pero a largo plazo. De hecho la continuidad de la Historia no se quebró. Los nuevos sistemas laborales mecánicos tuvieron que luchar por imponerse, porque toda novedad despierta sospecha en la medida en que constituye amenaza para las situaciones adquiridas y las costumbres heredadas. Ni los maestros, ni los aprendices, ni los mercaderes miraban con buenos ojos la aparición de las máquinas: los primeros estaban amenazados en su posición social y en sus privilegios, los obreros temían verse privados de trabajo y reducidos a una situación de paro. En cuanto a los mercaderes, estaban afectados en lo más hondo de su razón de ser: ¿acaso no los haría desaparecer el nacimiento de una técnica más complicada? La resistencia humana a la revolución industrial fue, pues, activa y, parcialmente, eficaz. Además, esta revolución distó mucho de ser total: algunos oficios se vieron afectados, pero otros no lo fueron en absoluto, conforme a las nuevas técnicas. Hiladores y tejedores de lana conservaron durante mucho tiempo sus prácticas tradicionales, en las áreas rurales inglesas, francesas o sajonas. junto a ellos funcionaban husos o telares de algodón del modelo más reciente. Y cincuenta o cien años después de la aparición de la famosa jenny, las campesinas seguían hilando el lino con el mismo torno de hilar de sus predecesoras. Aun en Europa Occidental, cuna de la revolución industrial, perduraron intactos sistemas de trabajo sumamente distintos, sin que hubiera ósmosis en muchos años. La completa transformación mecánica de un producto determinado fue algo que costó realizar, y ciertas fases de la elaboración permanecieron manuales. Así, con el algodón: mientras el hilado se mecanizó con el invento del huso, el peinado siguió haciéndose a mano hasta aproximadamente 1840, por no haberse dado con la máquina adecuada. Lo mismo aconteció con la fabricación del acero. El descubrimiento de la fundición partiendo del coque, debido a Darby, hizo posible la utilización rápida del alto horno con la intervención de una mano de obra reducida. En cambio, la producción del acero siguió siendo una producción artesana hasta el invento del convertidor Bessemer a mediados del siglo XIX. No hay que concebir la revolución industrial como una radical transformación de las formas de trabajo hasta entonces conocidas. Antes bien, formas antiguas y formas nuevas han coexistido, se han completado, han demostrado ser imprescindibles unas para otras. Una ampliación del trabajo industrial urbano ha acarreado casi siempre una nueva difusión dcl trabajo artesano rural; es lo que los historiadores llaman «domestic system».

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