Cuadro Comparativo Acción Social
Enviado por Viiky Barbosa Trávez • 18 de Mayo de 2017 • Apuntes • 2.069 Palabras (9 Páginas) • 649 Visitas
UNIVERSIDAD TÉCNICA DE AMBATO[pic 1][pic 2]
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y DE LA EDUCACIÓN
CARRERA DE PSICOPEDAGOGÍA
MODALIDAD PRESENCIAL
SISTEMAS Y CONTEXTOS EDUCATIVOS (SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN)
Nombre: Victoria Maribel Barbosa Trávez
Tutor de módulo: Psc. Mg. Suyen Vargas
Nivel: Primero “B” Fecha: 18 de Mayo del 2017
Carrera: Psicopedagogía
Tema: La Acción Social (Subjetiva de Max Weber y Objetiva de Émile
Durkheim)
LA ACCIÓN SOCIAL | |
LA DEFINICION SUBJETIVA DE MAX WEBER | LA DEFINICION OBJETIVA DE EMILE DURKHEIM |
(Rocher, 1973) Menciona que: “Para Max Weber, «la acción (humana) es social siempre que el asunto o los sujetos de la acción enlacen a ella un sentido subjetivo. La “acción social”, por lo tanto, es una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros orientándose por ésta en su desarrollo». Esta breve definición permite establecer tres criterios para la determinación del carácter social de la acción. En primer lugar, las personas deben tener en cuenta el comportamiento de los demás, como también la presencia o la existencia de los mismos. Los niños pequeños que juegan uno al lado del otro, ocupándose cada uno en una actividad totalmente independiente de la ejercida por el otro, no han alcanzado todavía un estudio de sociabilidad suficientemente avanzado como para compartir los mismos juegos. A lo más, puede decirse que la presencia y la actividad del otro alienta a ambos a permanecer allí y proseguir sus juegos solitarios: a este respecto, cabría hablar de una interacción muy elemental. También puede darse el caso de que uno de los dos se aleje sin que el otro parezca advertido: la acción social era pues nula. El distraído que pasa por mi lado sin verme, por estar totalmente absorto en sus pensamientos, tal vez mantenga una conversación interior con un interlocutor invisible, pero su acción no es social en el medio ambiente inmediato que le rodea. Será preciso, darle una palmadita, lograr que «aterrice», como dice la expresión popular, a fin de que cobre conciencia de mi presencia y me tenga en cuenta. En todos estos ejemplos, el carácter social se la acción resulta o muy limitada o inexistente, por cuanto uno de los dos sujetos o ambos actúan sin tener en cuenta la presencia o la acción del otro. El segundo criterio atribuido por Weber a la acción social es el de la significación. Hay que entender este término en su sentido más literal, a saber, en el sentido de que la acción del sujeto debe tener su valor de signo o de símbolo para los demás, y de que la acción de los demás debe asimismo tener valor de signo o de símbolo para el sujeto. En otras palabras, tener en cuenta a los demás no basta para que una acción sea social. También es necesario que el sujeto indique por su acción que ha comprendido las expectativas de los otros y que su acción está destinada a responder a las mismas, o evidencia su negativa a responder. Cuando dos personas se abordadan en la calle y una de ellas tiende su mano, la que ejecuta esta acción indica claramente por este signo (al menos en la civilización occidental) que espera de otra idéntico gesto, de acuerdo con la costumbre vigente en materia de salud. Si el segundo interlocutor no estrecha la mano que se le tiende, el primero sabrá comprender muy pronto, por otros signos derivados del comportamiento del otro, si se trata de una simple distracción o de una negativa voluntaria. Prestar un significado a la propia conducta y a la conducta de los demás equivale a atribuirles un sentido simbólico susceptible de ser transmitido y comprendido gracias a un código de indicios o signos; equivale, más exactamente aún, a inscribir esas conductas en un sistema de comunicación. Más adelante analizaremos extensamente el papel de la comunicación de la vida social. Sea suficiente aquí la observación de que, ya en los animales y mucho más aún en el hombre, la actividad colectiva exige la trasmisión de mensajes a sujetos capaces de captarlos, interpretarlos y comprenderlos. Lo que constituye la superioridad de la sociedad humana sobre la sociedad animal, aquello que confiere a la primera su poder y su riqueza, radica en el hecho de que el sistema de comunicación es en ella infinitamente más desarrollado y refinado que en las sociedades animales, y en el hecho también de que puede revestir múltiples formas. Si, hasta el momento, los psicólogos se han interesado más que los sociólogos por la actividad social de los animales, es porque ésta obedece más directamente al instinto y a los imperativos biológicos. En el hombre, las posibilidades de comunicación han permitido la creación y acumulación de una inmensa reserva de conocimientos, tradicionales y costumbres que han conferido a la vida social una dimensión nueva ignorada por cualquier otra especie animal. Preciso es admitir, qué duda cabe (volvemos también sobre este punto), que la comunicación humana no es siempre eficaz. El sentido atribuido a unos signos (palabra escrita o hablada, gestos, mímicas) por parte de quienes los interpretan no necesariamente idéntico al pretendido por el agente emisor del mensaje. El quid pro quo constituye precisamente el caso extremo de un tremendo error sobre el significado de unas palabras o de unos gestos. Sin llegar tan lejos, la interpretación imperfecta del sentido de los signos es cosa corriente de la vida social. Puede incluso afirmarse que la ecuación «objetivamente» perfecta entre las significaciones que diversas personas atribuyen una misma acción, en la que están todas ellas aplicadas, es realmente rara. En realidad, la acción social no suele seguir semejantes adecuaciones, es suficiente que la distancia entre el dignificado atribuido por casa uno de los sujetos y la significación «subjetiva» de que habla Weber no resulte tan excesiva que entorpezca toda acción colectiva o común. Finalmente, el tercer criterio involucrado en la definición de Weber indica que la conducta de las personas implicadas en una acción social viene influida por la percepción que casa una de ellas tienen de la significación de la acción de las demás y su propia acción. Es preciso, en otras palabras, que los sujetos comprueben, que si comportamiento, que han comprendido las expectativas de los demás y que aceptan o no responden a las mismas. Este tercer criterio es de algún modo el complemento exterior de los dos criterios precedentes, siendo estos últimos internos a los sujetos afectados. En efecto, mediante la conducta observable desde el exterior, es posible juzgar acerca de las dos condiciones subjetivas precedentes. En los sujetos, en su percepción y en su comprensión de la conducta de los demás sitúa Max Weber los caracteres esenciales de una acción propiamente social. El comportamiento externo objetivamente observable sirve de indicio para apreciar esa percepción y esa comprensión: en este sentido bien preciso hay que entender el carácter «subjetivo» que atribuimos a la definición de Max Weber” (Pág. 22-23-24) | Y también menciona (Rocher, 1973) que para Durkheim: “La definición de Émile Durkheim ha dado de la acción social difiere considerablemente de la de Max Weber. Para Durkheim, la acción social consiste «en unas maneras de obrar, de pensar y de sentir, externas al individuo y dotadas de un poder coercitivo en cuya virtud se imponen a él». De esta definición se desprende claramente que Durkheim no busca las características de la acción social en los estados subjetivos de las personas, como hacía Max Weber, sino más bien en unas realidades externas a las personas, realidades que constriñen a éstas. Durkheim recurre a dos criterios «objetivos» para determinar el carácter social de la acción humana: la exterioridad delas «maneras de obras, de pensar y de sentir» con respecto a las personas, y la coacción que estas últimas sufren por parte de aquéllas. Para comprender el sentido que Durkheim atribuye a estos dos criterios, debemos remontarnos a si teoría de las «dos conciencias». La conciencia colectiva está constituida por el conjunto de maneras de obrar, de pensar y de sentir que integran la herencia común de una sociedad dada. Establecidas en el curso de la historia, dichas maneras se trasmiten de generan en generación, y son admitidas practicadas por la mayoría o por el porcentaje medio de las personas que integran esa sociedad. Son externas a las personas, por cuanto las han precedido, las trascienden o sobrevivirán a ellas. La conciencia colectiva, para tomar la analogía de Durkheim, es «el tipo psíquico» de una sociedad determinada. La conciencia colectiva es la que confiere a una sociedad sus características distintivas y singulares. Esa conciencia es la que distingue a un francés de un belga, a un canadiense de un norteamericano. La conciencia individual, por el contrario, comprende lo que cabría denominar el universo privado de cada persona: sus rasgos caracteriales o temperamentales, su herencia, sus experiencias personales, que hacen de ella un ser único, singular. La ciencia individual es también, en opinión de Durkheim, la autonomía personal relativa de que goza cada individuo en el uso y adaptación que puede hacer de las maneras colectivas de obrar, de pensar y de sentir. En cada persona, la conciencia individual puede estar más o menos desarrollada, puede ser más o menos fuerte, pero lo que ante todo interesa a Durkheim, como veremos más adelante, es el hecho de que, una sociedad a otra, la conciencia colectiva no se impone a las personas con la misma fuerza ni con idéntico peso. Las sociedades varían según el grado de coacción que la conciencia colectiva ejerce sobre las personas y según el grado de autonomía permitida a las conciencias individuales. Pero, cualquiera que sea el grado de coacción ejercido, la conciencia colectiva se caracteriza por el hecho de ser siempre necesariamente constríñente, coactiva: para pertenecer a una sociedad, no importa cuál, hay que plegarse a las maneras colectivas de obrar, de pensar y de sentir propias de esa sociedad, y es preciso aceptarlas y practicarlas. Evidentemente, la coacción ejercida por la conciencia colectiva no suele experimentarse como tal por parte de los miembros de una sociedad. Estos han absorbido y asimilado la conciencia colectiva, sobre todo mediante la educación recibida. La han hecho suya, ha llegado a convertirse en su propia conciencia moral. De ahí que el carácter extremo y constriñente de la conciencia colectiva no aparezca como tal a los ojos de los miembros de una sociedad, puesto que la conciencia colectiva se encuentra a la vez fuera de las personas y en el interior de cada una de ellas. La coacción que ejerce es sustituida por el hábito y por la conciencia moral desarrollada en cada persona. De este modo restablece Durkheim la continuidad, que parecía romper en un primer momento, entre el individuo y la sociedad, entre lo psíquico y lo social. La definición durkheimiana contribuye al ensanchamiento de la noción de acción social en dos puntos importantes. En primer lugar, está claro que dicha definición no es exclusivamente «interaccionista» como la de Weber. Durkheim engloba en la acción social actividades individuales, intimas incluso, pensamientos y sentimientos corresponden a las maneras colectivas de obrar, de pensar y de sentir. La interacción entre personas, físicamente presente o no, se nos revela ahora como una parte solamente de la realidad de la acción social, dado que la acción individual puede también venir influida por el medio social sin que se dé una interacción afectiva. Y por esto dicha acción individual es menos acción social. En segundo lugar, la definición de Durkheim emplaza mucho más la acción social en su medio, en su entorno. Invoca, en efecto, una realidad externa e interna a la vez a las personas, que las trasciende y que ellas asimilan: es lo que Durkheim da en llamar conciencia colectiva” (Pag. 25-26-27) |
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