De cómo ser un payaso expositor y no un expositor bien payaso
Enviado por Jorge Paz Piedra • 21 de Julio de 2019 • Ensayo • 1.242 Palabras (5 Páginas) • 181 Visitas
De cómo ser un payaso expositor y no un expositor bien payaso
Nací de una madre psicóloga. Esto significa, a diferencia de lo que muchos creen, que tienes a alguien que te dirá qué podrá estar pasando por tu cabeza pero, por el mismo motivo de ser tu madre, no podrá decirte qué hacer para solucionarlo. También significa escuchar todo tipo de términos para describir trastornos, complejos y cuadros clínicos. Así, fue a los quince años cuando descubrí lo útil que podía ser mencionarlos en una conversación para parecer interesante y fue a los quince años cuando escuché por primera vez el término “audiencia imaginaria”. Por decirlo de un modo sencillo, se llama así a la sensación que sentimos, cuando adolescentes, de ser permanentemente juzgados por los demás. Sin embargo, lo que parecería ser solo “una etapa” puede convertirse en un temor que nos acompañe por mucho tiempo. Vivir en un estado de pánico escénico permanente es quizá el motivo por el cual algunos nos quedamos solteros hasta llegar a los primeros ciclos de universidad, aunque esa historia, por el momento, no viene al caso.
Fue a los quince años también cuando a mi psicóloga madre se le ocurrió matricularme en un taller de claun con la esperanza de que perdiera la reciente timidez que había desarrollado y que, según sus constantes recuerdos, me hacía diferenciarme mucho del niño hipersociable que había sido antes.
Sin embargo, toda esta repentina remembranza no es gratuita. “Tú expones bien, tú te la crees”, me dijo un profesor a propósito de una exposición en la que representé a mi grupo frente a todo el salón. A diferencia de los demás, a quienes critico el hecho de no “convencer” al auditorio, a mí solo me hizo una pequeña corrección por la velocidad con que expuse. Es por ello que decidí hacer una pequeña reflexión de aquellas pautas que me permitieron vencer esa audiencia imaginaria para poder enfrentarme a una audiencia real, la mayoría de veces más inofensiva de lo que podría pensar, y cómo, si bien ha pasado el tiempo, he podido recordarlas en mis último ciclos universitarios.
“Ustedes están aquí para vencer el miedo al ridículo”, fue la primera lección que nos dio la profesora de claun. El primer ejercicio era simple: pararse frente a todo el salón y no hacer nada. Contrario a lo que se pueda imaginar no fue fácil y no usábamos narices. Antes de ponerse “la máscara más pequeña del mundo”, como la llamaba nuestra profesora, debíamos perder el temor de mostrarnos sin máscaras, “calatos”, como decía ella. Una vez que aprendimos a vencer el temor a estar frente a un público podíamos ponernos la nariz. Nos obstante, aún nos faltaba mucho para poder convertirnos en verdaderos payasos. Estar en el escenario era como estar calatos, decía ella y aún éramos poseedores de cierto pudor adolescente, por así decirlo.
“El claun tiene que seguir su primer impulso y no pensar”, fue la segunda lección más importante y quizás la más difícil. La tentación de querer hacer reír es fuerte y las ganas de buscar una mueca o un gesto que despierte carcajadas en el público nos delataban cuando, tras salir al escenario, nos quedábamos congelados por un casi imperceptible segundo hasta realizar una acción. “¡Pensaste! ¡Regresa y hazlo de nuevo!”, fue lo que me dijo hasta en cuatro ocasiones cuando, buscando innovar en mi comedia, salí del biombo con una caminata boba que se me había ocurrido mientras esperaba mi turno. Frustrado, solo pude salir, estirar los brazos y sonreír. Todos rieron. La honestidad podía más que el disfuerzo y hacer el ridículo ya no importaba.
“Cuando sustenten sus tesis, que espero lo hagan todos, nadie sabrá más de su tema que ustedes”, como es de imaginar, esta no fue una lección de
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