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EL CUERPO Y LA CREACION ARTISTICA


Enviado por   •  7 de Octubre de 2015  •  Documentos de Investigación  •  6.427 Palabras (26 Páginas)  •  258 Visitas

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EL CUERPO Y LA CREACION ARTISTICA

Dicen que cuando Zenón de Elea exponía en Atenas sus aporías de la flecha y de Aquiles y la tortuga, y demostraba de una manera irrefutable que el movimiento es imposible, Diógenes el cínico se paseaba al fondo del auditorio, de u n lado a otro, sin decir palabra. No había manera más elocuente de refutar las teorías del otro. Esa instantánea que nos ha dejado Diógenes Laercio de los debates irrecuperables de la Grecia clásica tiene un valor singular para nosotros, porque tenemos la tendencia a pensar que casi en todo tiempo, en Occidente, el discurso valió más que los hechos. Diógenes Laercio ha salvado ese momento en que un filósofo utilizó la realidad física como argumento, contra la lógica invencible del lenguaje. Como se sabe, nadie ha sido capaz de Refutar verbalmente las aporías de Zenón: dilata- das escuelas filosóficas ha n intentad o e n van o hacer que Aquiles gane la carrera contra la tortuga, y dos mil quinientos años después la tortuga sigue adelante por una fracción infinitesimal. Por el mismo tiempo, se presentó también para los griegos el problema del nudo gordiano. Le contaron a Alejandro de Macedonia que para poder conquistar el Asia tenía que deshacer aquel célebre nudo, y cuando Alejandro se presentó a intentar resolver el enredo, comprendió que era imposible. Ninguna destreza, ninguna paciencia le permitiría desatar- lo. Per o Alejandro era Alejandro, suprema encarnación de la voluntad, y cuando vi o que s u industria n o podía resolver el enigma seguramente se dijo, "si n o no será nadie", y sacando su espada destrozó el nudo con el filo. Había algo de oráculo e n aquel asunto: el conquistador del Asia no sería el que se ciñera al reglamento sin o quien fuera capa z de pasar por encima de él, y todos sabemos que Alejandro se apoderó del Asia precisamente porque tenía ese carácter. Hubo u n día e n que aquellas dos encarnaciones de la elocuencia de los actos, Diógenes y Alejandro se encontraron. Alejandro había acumulad o todo el poder, las riquezas y los honores, y oyó hablar del hombre que había renunciad o a todas las cosas, abandonando la comodidad de s u cas a para irse a vivir a u n tonel, que no usaba ropas, que vivía de los alimentos con que los ciudadanos le pagaban su oficio filosófico, que pedí a monedas a las estatuas de Atenas para acostumbrarse a n o recibir, y que rompió contra u n muro el pequeño cuenco de barró e n el que bebía agua de las fuentes públicas cuando vi o un niño que bebía e n el propi o cuenco de la mano. "Ese niño me enseña que aún me sobra algo" exclamó. De paso por Corinto, Alejandro expresó el deseo de conocer a Diógenes. L o llevaron hasta el tonel donde el filósofo vivía, y la humanidad n o ha olvidado que cuando aquellos dos seres tan distintos se encontraron, la gran sombra ecuestre de Alejandro cayó sobre el filósofo que estaba apaciblemente tendido e n la tierra y le dijo: "Pídeme lo que quieras, Diógenes, y te lo daré". La respuesta del mendigo al re y n o podrí a ser más poderosa: "Que n o me quites el sol". Es posible que Diógenes haya sido uno de los ejemplos que contribuyeron a formar el ideal de pobreza que Cristo predicó en el mundo griego y a partir del cual se formó el pensamiento cristiano. Pero buena muestra de lo que pasa e n nuestro mundo es que el cristianismo asumió la prédica de la pobreza en la teoría, y n o dejó de acumular riquezas e n la práctica, hasta el punto de que el mayor templo de la cristiandad, la basílica de San Pedro, en Roma , es u n palacio que sólo habla del fasto de los príncipes italianos y no insinúa siquiera la pretendida humildad de obispos y pontífices. U n discípulo de Cristo, Francisco de Asís, optó primero por la desnudez y después por la pobreza to - tal, para responder, sin palabras, al fasto de los obispos romanos. También dicen que u n día, cuando Miguel Angel estaba pintando la Capilla Sixtina, el papa Julio II quiso ver las figuras con que el artista estaba cubriendo la capilla, y de pronto exclamó sorprendido: "Pero, ¡están desnudos!". Migue l Ángel respondió, mirando los trajes lujosos del papa: "¿Qué quiere usted? Son gente humilde". Siglos después, Hólderlin escribió u n poema sobre uno de los muchos discípulos de Alejandro, Napoleón Bonaparte. Dice en el poema que los poetas son ánforas sagradas que guardan el vino de la vida, las almas de los héroes, pero que el alma impetuosa de aquel joven está hecha para romper el cántaro que quiera contenerla. Añade que a hombres como este, el poema no debe tocarlos, que en asuntos tales el maestro es tan solo un aprendiz. Y termina diciendo que Bonaparte no está hecho para vivir y perdurar en el poema, sino que vive perdura en el mundo. En todos estos ejemplos advierto una suerte de contrapunto, ya que no, de discordia, entre la realidad y el lenguaje, una tendencia a responder a los desafíos del lenguaje con hechos más que con palabras. El lenguaje es muy poderoso, y cada vez juega u n papel más importante en la vida y en la educación. H o y el mundo se ha vuelto como los mapas: se ha llenado de palabras, y esas palabras no siempre sirven para aclarar la realidad, a menudo se las utiliza más para confundir y para engañar. Sobre cada hecho de la realidad, el periodismo, la publicidad, la política, tienden hoy un tejido de palabras que altera, enmascara o modifica lo que vemos. Las palabras son uno de los grandes hallazgos y de los grandes recursos de la civilización, pero hay que apresurarse a decir que también son a menudo peligrosos instrumentos de la barbarie, de la manipulación y del caos. Y en el campo de la pedagogía está claro que no siempre lo que se nos en- seña hace de nosotros seres mejores, que una de las muchas tareas de la educación debería ser desarrollar la sospecha frente a las manipulaciones del lenguaje, frente a los peligros del texto, y que es necesario recordar que somos algo más que palabras, algo más que teorías, algo más que pensamiento y razón La humanidad ha recurrido durante milenios no sólo al saber positivo sino también a su saber intuitivo. N o hace mucho unos científicos descubrieron que el oxígeno es el gran favorecedor de los procesos de germinación de las semillas, y que por eso es fundamental remover la tierra a la hora de la siembra. Eso que ahora sabemos racionalmente, los cultivadores lo supieron desde hace milenios y es la principal explicación de la invención del arado. La observación les enseñó hace mucho que germinaban más pronto y mejor las semillas en tierras removidas que en tierras quietas, y ellos optaron por arar la tierra aunque no supieran la explicación racional. Por eso son tan importantes los saberes de la tradición, los rituales y las ceremonias. Aunque parezcan a veces irracionales, lo más probable es que con- tengan secretos nacidos de la observación, la percepción y la intuición, que no han alcanzado la claridad del razonamiento. Nietzsche escribió que toda costumbre, aún la más absurda o caprichosa, como la costumbre de ciertos pueblos de no remo- ver con u n cuchillo el hielo de las botas, o como la costumbre de los japoneses de que no se pueden pinchar los alimentos con los palillos, sino sólo tomarlos con ellos, que cualquier costumbre, repito, es preferible a la falta de costumbres. Esto también significa que hay cosas que no sabemos con la razón pero que mu y a menudo sabemos con el cuerpo. Las personas que conducen autos desde una edad temprana tienen u n sistema de reflejos que no tienen las personas que aprenden tardíamente. Es u n saber que por cierto no es racional. Hay u n saber sentarse, hay u n saber caminar, hay un saber bailar, del mismo modo que hay un saber comer, u n saber cantar, u n arte de la memoria, del ritmo, un arte del conocimiento de los otros seres humanos que no sabríamos trasmitir de manera académica . Acaso esto nos lleve a comprender que las cosas que se pueden enseñar no son muchas, y que aún allí donde la enseñanza es posible, el grado de aprovechamiento de lo que se recibe depende mucho de los talentos naturales de quien aprende. La educación debería olvidarse u n poco de su caudal de conocimientos listos para ser trasmitidos, y detenerse más en los talentos que vienen ya incorporados en los seres que llegan a la escuela, porque es de allí de donde saldrán finalmente los grandes creadores. Hay unos versos del Paracelso de Robert Browning que expresan de manera enfática y si se quiere extrema esa verdad que suele olvidarse:

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