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El Dilema ético En La Cobertura De Los Asuntos públicos


Enviado por   •  23 de Agosto de 2014  •  2.895 Palabras (12 Páginas)  •  218 Visitas

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El dilema ético en la cobertura de los asuntos públicos

Erasto Antonio Espino Barahona, M.A.

Universidad Católica Santa María La Antigua (Panamá)

Se me ha pedido ofrecer una reflexión sobre el tema de "El dilema ético en la cobertura de los asuntos públicos." Y teniendo que hacerlo a una asamblea formada por periodistas provenientes de diversas partes del mundo, he pensado en articular aquí algunas claves, herramientas y postulados que pudieran ser compartidos globalmente, en tanto que son fruto del saber pedagógico vivido, del discurso ético que circula en las redes académicas y de experiencias sapienciales validadas por la historia.

Quiero invitarlos a un itinerario de palabra y de pensamiento que nos conecte con la propia vida y con el propio quehacer periodístico. Con el objetivo de compartir un modo de hacer, de pensar y de sentir que desarrolle o apuntale en nosotros una necesaria competencia ética en la cobertura de lo público.

Ahora bien, para ir estableciendo un terreno común, plantearía aquí algunas definiciones básicas sobre los conceptos de ética y de lo público, de modo que podamos facilitar el intercambio de saberes y el encuentro mutuo.

Lo primero sería preguntarnos cuándo estamos ante un “dilema ético”. La ética en cierto modo es como el aire, siempre nos rodea, siempre está presente y no hay ninguna actividad humana de la cual pueda ser excluida. Y esto es así porque el hombre –además de ser homo faber y animal político- es un ser moral, es decir, un sujeto que somete todo su ser a los criterios del Bien y del Mal, social o culturalmente establecidos, en un tiempo y lugar determinados. Estos criterios morales, estas coordenadas que orientan su conducta e incluso su mundo íntimo, son el objeto de estudio de la Ética. La ética es –decía el filósofo español Aranguren- “la moral pensada”. Por lo tanto, cuando la realidad nos obliga a pensar sobre la bondad o maldad de nuestros actos, sobre la validez y consecuencias de los mismos, estamos frente a un “dilema ético”.

Dichos dilemas se pueden presentar en la cobertura de distintos actos o hechos. Acontecimientos culturales, regionales, políticos o económicos son susceptibles de registro y difusión por los mass media. Lo que acomuna a estos y otros acontecimientos es que pertenecen al ámbito de lo público. Entendiendo por éste el espacio de la polis, de la convivencia ciudadana conformada por el entramado de la sociedad civil y del Estado. Ámbito que supera y, en cierto modo, “abraza” la familia y la persona, pero que no se confunde con ellos, ni puede cooptarlos, ni invadirlos dada la particular especificidad que poseen y el respeto que merece la privacía personal y familiar.

Lo anterior se puede ilustrar con un esquema lingüístico, el Organon que propuso en su tiempo Karl Bülher y que retoma actualmente Jügen Habermas, cuando postula la “acción comunicativa”, como propuesta de una comunicación social e interpersonal, racional y transparente.

La labor periodística en tanto que ejercicio profesional que selecciona, registra, valora y difunde los acontecimientos del ámbito público se concentra –per sé- en los mundos objetivo e intersubjetivo. Naturaleza y Sociedad parecen ser sus espacios propios, moviéndose con más cuidado y delicadeza (es el deber ser del periodista) cuando se entra en la esfera de lo subjetivo, de “aquello a lo que sólo el sujeto tiene acceso privilegiado” (Habermas).

Pero si son sobre todo los mundos objetivo e intersubjetivo, los que focalizan la atención del Periodismo, ¿cómo deben cubrirse estos mundos por así decirlo, “públicos”? ¿Cuáles pueden ser los criterios para discernir, por ejemplo, la moralidad de la gestión pública?

Hay un criterio clásico en la reflexión ética que es el de la “vida buena”. Hoy lo traduciríamos por vida lograda, realizada, integral o plena. Es lo que llamaríamos una vida auténticamente humana. Los antiguos decían que la ética era la reflexión que nos ayudaría a saber o a descubrir la vida buena y el camino para lograrla. Es la misma pregunta –dramática- que se hace el soldado Ryan, al final del film del mismo nombre, cuando llorando ante la lápida de su salvador, le ruega a su esposa le confirme si ha sido un buen hombre…

Este puede ser un criterio ético universal para preguntarnos cómo valorar y, en consecuencia, cómo informar sobre la gestión pública. ¿Las políticas de Estado y las acciones de los responsables políticos se corresponden con un modelo de sociedad en la que sus miembros puedan alcanzar una vida lograda, plena, digna?

Los expertos señalan –desde diversas vías culturales y religiosas- que dicha vida buena no puede alcanzarse sólo, individualmente, sino que exige la personalización del sujeto en una red de relaciones familiares, comunitarias y sociales. Esta red vendría a ser una matriz axiológica donde se experimentarían actitudes y valores fundamentales como la reciprocidad, la solidaridad y la fraternidad. En otras palabras, es deber ético de los gobernantes, de los Gestores de la cosa pública, poner todos los medios institucionales para lograr una sociedad cada vez más respetuosa y generadora de condiciones objetivas para este tipo de relaciones humanas. Valga recordar que en muchas de nuestras Declaraciones de Independencia, se esgrime como uno de los fines de los Estados recién constituidos, la consecución “de la felicidad de los asociados”.

Ciertamente, dicha felicidad personal y colectiva, dicha realización no puede desligarse del ejercicio individual del libre albedrío, que es uno de sus determinantes principales, pero lo cierto es que el Estado está comprometido por una serie de discursos públicamente legitimados (la Constitución, la Ley y las Políticas Públicas), a una gestión cuyo “buen actuar” desemboque en un cada vez mayor bienestar colectivo.

Pero cuando esto no ocurre, (y en muchas ocasiones es así), ¿cuál debería ser el rol de la prensa? Aquí el periodista se esgrime en un guardián de la socialidad arriba descrita; en un garante discursivo de un status quaestionis que se considera una meta ideal, humana, deseable y necesaria. Cuando los gobiernos –en cualquiera de sus dimensiones local, nacional, regional y global- incumplen con la Ley y con valores éticos socialmente compartidos, es deber del periodista la denuncia. Es lo que se conoce como el rol fiscalizador de la prensa. Pero cómo ejercerlo éticamente. He aquí algunas consideraciones que –pienso- deben existir en cuanto a la exigencia primaria de la veracidad de la información:

a) ¿Los hechos son verdaderos?

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