LA CULTURA CIENTÍFICA SEGÚN RAMÓN NÚÑEZ CENTELLA. JUEVES 01 DE ABRIL DE 2010.
Enviado por javerS4 • 10 de Diciembre de 2012 • 6.194 Palabras (25 Páginas) • 509 Visitas
LA CULTURA CIENTÍFICA SEGÚN RAMÓN NÚÑEZ CENTELLA.
JUEVES 01 DE ABRIL DE 2010.
Por considerarlo un documento valiosísimo, publicamos aquí el texto completo de la intervención de nuestro socio Ramón Núñez Centella, director del MUNCYT (Museo Nacional de Ciencia y Tecnología), en el Senado en Madrid el 25 de marzo de 2010. Ocurrió en la Reunión de Presidentes de Comisiones de Ciencia e Innovación de los Parlamentos Nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea y del Parlamento Europeo.
Introducción
En una carta fechada el 16 de junio de 1612, y refiriéndose a su nueva publicación sobre las manchas solares, Galileo Galilei informa a su amigo el canónigo Paolo Gualdo lo siguiente: “Io l’ho scritta volgare perché ho bisogno che ogni persona la possi leggere”, es decir “La he escrito en idioma vulgar porque he querido que toda persona pueda leerla”. El libro saldría a la calle en italiano y no en latín, como era hasta entonces lo habitual para las publicaciones de ciencia. Algo muy importante estaba cambiando. Él mismo, en marzo de 1610, hace ahora exactamente cuatro siglos, había publicado -todavía en latín- el Sidereus nuncius, la primera revista monográfica de la historia, una obra que daba a conocer los fascinantes descubrimientos que el científico había realizado, al mirar el cielo de la noche durante los tres meses anteriores, con un catalejo construido por él mismo. Aquellos descubrimientos eran el que la Luna tenía montañas como la Tierra, que había muchas más estrellas de lo que los antiguos se habían imaginado, que la Vía Láctea no estaba constituida por nubes luminosas producto de emanaciones terrestres, sino por un conglomerado de numerosísimas estrellas y que el planeta Júpiter tenía cuatro satélites girando a toda velocidad a su alrededor.
Hace ahora cuatrocientos años, repito, con aquel instrumento fruto de la tecnología y la innovación, Galileo fue capaz de demostrar que observando e interpretando la realidad podemos cambiar las ideas. Y las ideas que tenía que cambiar estaban muy consolidadas, no en vano tenían su base en la autoridad de Aristóteles, eran defendidas por la Iglesia y concordantes con las Sagradas Escrituras. Hasta entonces, había dos mundos diferentes, el Cielo y la Tierra, cada uno con su composición y sus leyes distintas. En la Tierra tenían lugar cambios y movimientos, porque las cosas eran imperfectas y los objetos no estaban en el lugar que les corresponde “por naturaleza”; en el Cielo, sin embargo, todo parecía inmutable, los cuerpos eran perfectos y giraban en trayectorias circulares igualmente perfectas alrededor de la Tierra, centro del Universo, sin acercarse ni alejarse de ella. Las observaciones que Galileo cuenta en el Sidereus nuncius y otras que siguieron los años siguientes, de que el Sol tenía manchas cambiantes que le eran propias, que Venus tenía fases debido a su giro alrededor del Sol y que Saturno no era una simple esfera, le llevaron a estar convencido de que aquellos dos mundos –Cielo y Tierra- no son diferentes, que la Tierra no es el centro del universo, sino que como los planetas gira alrededor del Sol, tal como había propuesto Copérnico cincuenta años antes, y que las cosas son cambiantes e imperfectas, “así en la Tierra como en el Cielo.”
Ese cambio trascendental de pensamiento supuso lo que hoy llamamos una ruptura de paradigma, una modificación de los principios fundamentales de nuestra idea del mundo, y como sabemos tendría sus dificultades para elaborarse y consolidarse, pasando por la condena de Galileo por el Santo Oficio, su famosa abjuración y su reclusión, así como los trabajos posteriores tanto de él como de otros científicos que culminarían la teoría con la obra de Isaac Newton más de cincuenta años después, hasta que pudimos evidenciar materialmente el giro de la Tierra con la experiencia del péndulo de León Foucault en el Panteón de París en 1851.
En todo este proceso, que sirve de ejemplo de cómo un logro tecnológico –el telescopio- puede dar lugar a un cambio revolucionario en nuestra manera de pensar y en nuestra cultura, quiero destacar sin embargo otra faceta: unida a la voluntad de Galileo de luchar por la autenticidad de sus ideas, basadas en la propia experimentación y sustentadas en su espíritu crítico, está su preocupación por hacer saber sus resultados a todo el mundo: “lo escribí en italiano –había afirmado en su carta- porque quería que todos pudieran leerlo”. Así que todos podrían saber y entender lo que hizo, y comprobarlo, y aceptar o rebatir sus conclusiones, resaltando la naturaleza experimental de la ciencia, al tiempo que ponía una primera piedra fundamental de lo que hoy llamamos divulgación científica. Aquel libro sobre las manchas solares, que demostraba la “imperfección” del Sol, fue editado en 1613 por la Academia de los Linces, que por cierto es la primera sociedad científica de la historia, a la que Galileo perteneció desde 1611, y que había sido fundada ocho años antes por el joven aristócrata de 18 años Federico Cesi, junto con otros tres miembros, también jóvenes. Esa Academia tenía la divulgación como uno de sus objetivos, y por lo tanto el deseo de Galileo de publicar en idioma vulgar encajaba perfectamente con la idea linceana de buscar para las publicaciones franjas de destinatarios más amplias.
Galileo continuaría escribiendo en “idioma vulgar”. A ese libro siguieron otros como “El ensayador” (Il Saggiatore), en 1623, y su obra cumbre, que lleva, como era usual en la época, un largo título: Dialogo di Galileo Galilei Linceo, Matematico Sopraordinario dello Studio di Pisa, e Filosofo e Matematico primario del serenissimo Gr. Duca di Toscana. Dove ne i congressi di quattro giornate si discorre sopra i due Massimi Sistemi del Mondo, Tolemaico e Copernicano. Proponendo indeterminatamente le ragioni Filosofiche, e Naturali tanto per l’una, quanto per l’altra parte (Diálogo sobre los dos Sistemas del Mundo), en donde, además de hacer un alarde de dialéctica y retórica discursiva nos presenta un ejemplo del uso de los diálogos que ya habían utilizado otros –Platón entre ellos- como útil vehículo de divulgación, por su carácter coloquial, flexible, irónico y divertido. Aquella obra, donde uno de los personajes, llamado significativamente Simplicio, recordaba para algunos al mismo Papa, supuso su condena por parte de la Inquisición. Pero la idea de publicar en idioma común marcó un camino que sería adoptado por otros, como René Descartes, quien en 1637 publicó en francés su Discours de la méthode (Discurso del método), y Robert Boyle, que dio a la luz en inglés en 1661 el The Sceptical Chymist (El químico escéptico).
¿Qué cosas pueden aprenderse leyendo los libros de Galileo?
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