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La Educación, Su Naturaleza Y Su Función.


Enviado por   •  24 de Febrero de 2014  •  10.467 Palabras (42 Páginas)  •  460 Visitas

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Durkheim Emile (1974) Naturaleza y Método de la Pedagogía. En Educación y Sociología Ed. Schapire. Bs. As.

La Educación: su naturaleza, su función

La palabra educación se ha empleado a veces en un sentido muy amplio para designar todo el conjunto de influencias que la naturaleza o los demás hombres pueden ejercer, bien sea sobre nuestra inteligencia, o bien sobre nuestra voluntad. Comprende, como dice Stuart Mill, "todo aquello que hacemos por cuenta nuestra y todo aquello que los demás hacen por medio de nosotros, a fin de acercarnos a la perfección de nuestra naturaleza. En la más amplia expresión del término, comprende incluso los efectos indirectos producidos sobre el carácter y sobre las facultades humanas por ciertas cosas que tienen una finalidad totalmente diversa: las leyes, las formas de gobierno, las artes industriales e incluso los hechos físicos, independientemente de la voluntad del hombre, como el clima, el suelo y la posición geográfica".

Pero esta definición comprende hechos totalmente heterogéneos y que no pueden reunirse bajo un mismo vocablo, sin correr el riesgo de caer en algunas confusiones. La acción de las cosas sobre los hombres es muy diversa, como modo de obrar y como resultados, de la que ejercen los propios hombres. Y la acción de los que tienen la misma edad, unos sobre otros, difiere de la que los adultos ejercen sobre los más jóvenes. Esta última es la única que por ahora nos interesa y, por tanto, será oportuno reservar para ella el término de "educación".

¿Y en qué consiste esta acción sui generis? A esta pregunta se han dado respuestas muy diferentes, que pueden reunirse en dos grupos principales.

Según Kant, "la finalidad de la educación consiste en desarrollar en cada individuo toda la perfección que cabe dentro de sus posibilidades". ¿Y qué es lo que hay que entender por "perfección"? Se trata, como se ha dicho muchas veces, del desarrollo armónico de todas las facultades humanas. Llevar hasta él más alto nivel que pueda alcanzarse la suma de posibilidades que hay en nosotros, realizarlas con toda la plenitud que cabe en nuestros medios, sin que se perjudiquen las unas a las otras, ¿no es quizás un ideal por encima del cual no sería posible colocar uno mayor?

Pero, si en cierta medida este desarrollo armónico es efectivamente necesario y deseable, no es posible por otra parte realizarlo por entero, ya que se encuentra en contradicción con otra regla de la conducta humana que no es menos imperiosa, la que nos ordena que nos consagremos a una tarea particular y limitada. No podemos ni debemos entregarnos todos al mismo género de vida, pero debemos, según nuestras aptitudes, desarrollar funciones diferentes y es indispensable que cada uno de nosotros se ponga en armonía con las que le incumben.

No todos estamos hechos para reflexionar, se necesitan también hombres de intuición y acción. Al contrario, también se necesitan hombres que tengan la tarea de pensar. Pues bien, el pensamiento no puede desarrollarse más que apartándose del movimiento, replegándose sobre sí mismo, sustrayendo de la acción exterior a aquel que se entrega por entero a pensar. De aquí se deriva una primera diferenciación que no se crea sin una ruptura de equilibrio. Y la acción, por su parte, lo mismo que el pensamiento, es capaz de asumir una multitud de formas diferentes y particulares. No cabe duda de que esta especialización no excluye cierto fondo común y, por consiguiente, cierto equilibrio de las funciones tanto orgánicas como psíquicas, sin el cual quedaría comprometida la salud del individuo, al mismo tiempo que la cohesión social. De todas formas, parece que puede darse por sentado que una armonía perfecta no puede presentarse como la finalidad suprema de la conducta y de la educación.

Y todavía menos satisfactoria la definición utilitarista según la cual la educación tendría como objeto "hacer del individuo un instrumento de felicidad para sí mismo y para sus semejantes" (James Mill), porque la felicidad es una cosa esencialmente subjetiva, que cada uno aprecia a su modo. Por tanto, una fórmula de este género deja sin terminar la finalidad de la educación y, consiguientemente, la educación misma, puesto que la abandona en manos del arbitrio individual. Es verdad que Spencer ha intentado definir objetivamente la felicidad. Para él, las condiciones de la felicidad son las de la vida. La felicidad completa es la vida en su plenitud. Pero ¿qué es lo que hemos de entender por "la vida"? Si se trata únicamente de la vida física, se puede muy bien señalar qué es lo que, al faltar, la hace imposible. Esa vida implica realmente cierto equilibrio entre el organismo y su ambiente y, puesto que esos dos términos respectivos son de unos datos definibles, podrá ser también definible la relación entre ellos.

Pero de esa manera solamente es posible expresar las necesidades vitales más inmediatas. Pues bien, para el hombre, y sobre todo para el hombre de nuestros días, una vida semejante no es la "vida". Nosotros le pedimos otras cosas, diferentes del funcionamiento más o menos normal de nuestros órganos. Un espíritu culto prefiere no vivir antes que renunciar a los gozos de la inteligencia. Incluso desde el mero punto de vista material todo aquello que va más allá de lo estrictamente necesario se escapa de toda determinación. El standard of life, la muestra típica de la existencia, como dicen los ingleses, el mínimo por debajo del cual nos parece que no es aceptable descender, varía infinitamente según las condiciones, los ambientes y las circunstancias. Lo que ayer nos parecía que era suficiente, hoy nos parece que está por debajo de la dignidad del individuo, tal como la sentimos en la actualidad, y todo hace presumir que nuestras exigencias a este respecto irán aumentando con el correr de los días.

Y así llegamos a la crítica generalizada en la que incurren todas estas definiciones. Parten del postulado de que existe una educación ideal, perfecta, instintivamente válida para todos los hombres. Y esta educación universal y única la que el teórico se esfuerza en definir. Pero ante todo, si consideramos la historia, no encontramos en ella nada que sea capaz de confirmar esta hipótesis. La educación ha variado infinitamente, según los tiempos y según los países. En las ciudades griegas y latinas la educación intentaba adiestrar al individuo para que se subordinase ciegamente a la colectividad, para que se convirtiera en una "cosa" de la sociedad. Hoy, la educación se esfuerza en hacer de ella una persona autónoma. En Atenas se procuraba formar espíritus delicados, sagaces, sutiles, apasionados de la medida y la armonía, capaces de saborear la belleza

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