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RELATIVISMO CULTURAL Y RELATIVISMO MORAL: ASPECTOS CRUCIALES DE UNA APORÍA POSTMODERNA

Karen GaResumen12 de Septiembre de 2016

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Diálogos de la Catedral

RELATIVISMO CULTURAL Y RELATIVISMO MORAL: ASPECTOS CRUCIALES DE UNA APORÍA POSTMODERNA

Por: Dr. José Humberto Duque Zea

1. ¿Qué entendemos por relativismo y cuáles son sus expresiones y consecuencias en la vida social y personal contemporáneas?

En ética se denomina relativismo a aquella manera de pensar y de actuar que consiste en decir que lo que está bien y lo que está mal depende de las circunstancias históricas, culturales e incluso geográficas o de la individual manera de considerar el bien y el mal. Postulado éste que se plantea como razón única de moralidad con lo cual deviene, por lo tanto, en absolutismo excluyente, entrando en contradicción con su propio punto de partida.

Es característico del posmodernismo aquel concepto de libertad personal que expresa que “yo puedo hacer con mi vida lo que me venga en gana con tal de no hacerle mal a nadie”. Razón que justifica comportamientos de autoagresión como el consumo de sustancias psicoactivas, las adicciones de todo orden, el sexo sin amor y sin responsabilidad, particularmente entre los jóvenes. La historia del siglo XX con sus ominosas ideologías políticas de corte totalitario como el nazismo y el comunismo y sus cultos a la personalidad, también se nutre de relativismo moral. En general, podemos afirmar que el relativismo ha permeado todos los ámbitos de la vida social y moral de la civilización contemporánea: ha penetrado en la forma de hacer política, en la Economía, en la Ciencia, en la Biotecnología, en la Medicina y particularmente en la Educación, en la cultura, en el entretenimiento y en casi todas las formas de convivencia y de relación humana.

La idea de fondo del relativismo es que no existe verdad objetiva y por lo tanto ningún valor moral o cultural es superior a otro. Su idea hermana es que el único criterio de la vida es la satisfacción del deseo. Su origen se encuentra en el secularismo, la ideología que cree que el progreso de la humanidad esta acompañado por la desaparición de lo trascendente y en especial de lo religioso.

En el campo de la Medicina, por ejemplo, es evidente la evolución de una tecnociencia al servicio de la satisfacción de necesidades a una tecnociencia de la satisfacción del deseo, tal como se aprecia en las transformaciones estéticas del cuerpo, cambios de sexo, en el uso de sustancias psicotrópicas y en el consumo de energizantes anabólicos que estimulen la energía corporal en los deportes de competición. Y hasta niños por encargo fecundados en tubos de ensayo que además pueden ser gestados en úteros alquilados para mayor confort de la madre biológica. El resultado es predecible: siempre salen perjudicados los más débiles, aquellos que no tienen capacidad de presión para establecer lo que es razonable en una sociedad democrática. Los casos del aborto, la eutanasia, el incesto o la corrupción de menores son los más notorios, pero no los únicos.

Por eso nada más apremiante que buscar respuesta a preguntas tales como: ¿qué es lo que nos obliga a actuar de determinada manera y no de otra? ¿Acaso la costumbre, la tradición, la formación recibida desde el hogar, la razón, el sentimiento, la conciencia, la ley natural, la razón del deber, la buena voluntad, la fe en Dios?

¿Cuál es la fuerza que nos impele a hacer el bien y a evitar el mal? ¿Es esta fuerza original común a todos los seres humanos de todas las épocas y lugares del mundo?

¿En nombre de qué podemos afirmar que tal acto humano es bueno o malo, tal conducta justa o injusta, tal comportamiento correcto o no? ¿Sobre qué, a fin de cuentas, se apoyan los valores y los principios éticos?

Con Protágoras de Abdera se afirma hoy que es el hombre la medida de todas las cosas y se desconocen los universales principios de rectitud en el obrar acusándolos de absolutos impracticables. Es así como por ejemplo en la actualidad se considera virtuosa la satisfacción del deseo, el riesgo en la experimentación científica, la inmediatez, la eficiencia, la productividad, el consumo. Se califica como la mejor persona a aquel que sea capaz de producir y consumir más y de satisfacer en mejor forma todos sus deseos. Se diría que, actualmente, los modelos “morales” cambian cada pocos años.

En un famoso pasaje de la Ética a Nicómaco, Aristóteles analiza los motivos de las acciones humanas y dice que pueden ser tres: obramos buscando el placer, esto es la voluptuosidad; obramos buscando lo que es conveniente como el honor y la riqueza; o porque es hermoso obrar, tal es el caso de la vida virtuosa. También obramos por sus contrarios: para evitar el dolor, lo que es inconveniente o lo que nos parece repugnante. Aunque hay algunas variantes en su interpretación, esta clasificación nos da una pista sobre la experiencia moral .

Jean-Louis Brugués, obispo de la diócesis de Angers, Francia, expresa que la respuesta a estas preguntas debemos considerarlas desde la “desilusión del mundo contemporáneo”, en el que se aprecia como definitivo el desmoronamiento de los pilares tradicionales de Dios y la metafísica. Tal postura prefiere dejar abierta, es decir, sin respuesta, la pregunta sobre los fundamentos, y favorecer nuevos consensos éticos que agrupen los diversos multiculturalismos con fundamento en la tolerancia a las diferencias.

Por otra parte explica Mgr Brugués que “para intentar responder a estas preguntas las generaciones que nos precedieron se apoyaron sobre dos fundamentos. El primero era religioso: Dios manifestaba su voluntad en su ley (respuesta dada por las grandes religiones monoteístas). El segundo era metafísico: los griegos (Aristóteles, los estoicos) evocaban la naturaleza humana, con lo que ella suponía de consonancia armónica entre el cosmos y la conciencia personal. Kant elegiría otra perspectiva, también metafísica: fundó su ética sobre el bien, buscado en cuanto él mismo y percibido como un imperativo categórico. Ahora bien, estos dos pilares acaban de derrumbarse ante nuestros ojos. La religión ya no representa una referencia común a las sociedades occidentales, a diferencia de ciertas sociedades islámicas. En cuanto a la metafísica, se ha desmoronado a partir de la crisis de la razón ética, en el siglo XVII; y degeneró en tantas convicciones como conciencias individuales hay. En materia de fe y de costumbres habríamos abandonado así la era de las certezas para entrar en la de las convicciones” .

En el relativismo se traslada el necesario consenso de las mayorías, el acuerdo democrático que define las normas sociales que han de regir las relaciones entre los ciudadanos, a la esfera de la conducta moral individual de las personas, con lo cual se preconiza el valor de una ética de mínimos fundada en la tolerancia a las diferencias. Se confunden y mezclan las exigencias prácticas del orden político y de las decisiones políticas con las exigencias de la conciencia moral de las personas. La situación que estamos viviendo actualmente es la consecuencia del descentramiento de la categoría de sujeto en el sentido como fue proclamado por Descartes como sujeto lógico y después por las teorías políticas contractualistas como sujeto político. ¿Qué es, pues, el individuo actual? En política no se lucha tanto por ideales como por la conquista de masas electorales, hasta el extremo de que tampoco en los partidos hay ya diferencias ideológicas ni principios de identidad.

Por otra parte, y en este mismo contexto de formaciones sociales e ideológicas que se nutren de relativismo, cabe mencionar los alcances de una ética de mínimos, con la cual puede lograrse un reducido nivel de convivencia política sobre razones de conveniencia que la hagan posible, gracias a la tolerancia de los ciudadanos frente a sus diferencias de opinión en torno al manejo de lo público, pero el cálculo de las ventajas que tales consensos suponen, no permite construir una moral que sirva para guiar personas en su vida moral porque reduce sus compromisos a expectativas individualistas y las encierra en el egoísmo de sus propias conveniencias.

En cambio, las exigencias de una vida moral van más allá de móviles individualistas y egoístas, sean estos de los colectivos o de las personas, móviles que se reducen a la satisfacción de necesidades básicas para la supervivencia pero también a la satisfacción del placer, de los honores y riquezas, desconociendo el valor de la vida virtuosa, tal como lo formulaba Aristóteles en la referencia antes citada. Cuando se admite que las situaciones sociales y la vida misma reclaman algo de nosotros, más allá de nuestros placeres e intereses, es cuando entramos en el campo de la moral; cuando se percibe que hay una manera de actuar bella y digna del hombre y también una manera repugnante e indigna, es cuando el hombre asume la vida virtuosa.

Juan Luis Lorda expresa que únicamente es posible un consenso moral con valor universal solo entre sabios ya que en estos asuntos solo ellos tienen un sentido moral más profundo y más certero. Para Lorda, acorde con el concepto de sabiduría del libro de Los Proverbios, los sabios son los mejores, las mejores personas (los aristos de Platón), es decir aquellos seres humanos capaces de vida virtuosa, capaces de integrar en su actuar la experiencia y la rectitud. Ya lo sabían los clásicos. Pero también Umberto Eco en su diálogo con el cardenal Martini: “La fuerza de una ética se juzga por el comportamiento de los santos, no por el de los ignorantes cuius deus venter est (cuyo dios es el vientre)” .

La moral personal

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