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Hudson Taylor


Enviado por   •  23 de Abril de 2017  •  Biografía  •  9.141 Palabras (37 Páginas)  •  262 Visitas

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HUDSON TAYLOR.

DÍA 1

Mapa

Hudson Taylor nación el 21 de mayo de 1832 en Barnsley, Yorkshire (Reino Unido)

Imagen 1

El pequeño Hudson Taylor se sentó muy quieto en su lugar de la mesa, escuchando atentamente mientras tomaba su té. Su padre estaba hablando. El hablaba mucho, especialmente de un país extranjero y lejano llamado China. Hudson nunca se cansaba de oír hablar de China.

Cuando el padre de Hudson hablaba, los ojos le brillaban y su voz retumbaba al preguntar: “¿Por qué no irán más misioneros a China? Existen millones de chinos que no saben absolutamente nada acerca de Jesús”.

El pequeño voluntario

El niño, de apenas 5 años exclamó: “Cuando yo sea un hombre, seré un misionero e iré a China”.

El padre y la madre intercambiaron miradas y sonrieron porque antes de que Hudson naciera, habían orado para que si Dios les daba un hijo, que fuera a China. Dios les concedió un hijo pero ese niño no era fuerte; era pequeño y enfermizo. Los padres pensaban: Debe ser que Dios tiene otros planes para nuestro hijo. Nunca podrá ir a China.

Nadie pensó que Hudson podría llegar a ser misionero. Se enfermaba con tanta frecuencia que ni siquiera pudo asistir a la escuela sino hasta que tuvo once años de edad. No conoció la alegría y la diversión de jugar e ir a la escuela con otros niños. A pesar de ello, de vez en cuando decía: “Cuando yo sea hombre, iré como misionero a China”.

Aunque no pudo asistir a la escuela, tuvo los mejores maestros que un niño podría desear. Su padre, que era muy estricto, y su linda madre le enseñaron en el hogar. Cuando apenas tenía 4 años ya sabía leer y escribir. Además de la lectura y escritura ellos le enseñaron matemáticas, latín y todas las materias que los niños ingleses estudiaban en la escuela hace 130 años. También le enseñaron a amar y a leer la Biblia y a orar.

A Hudson le encantaba leer. Por las tardes frecuentemente le leía a su madre mientras ella estaba en su mecedora muy ocupada cosiendo o remendando la ropa. En cierta ocasión se hallaba leyendo un libro tan interesante que no quería dejar de leerlo y pensaba: Ojalá que pudiera leer mientras estoy en mi cama, pero mamá siempre se lleva la lámpara cuando me da las buenas noches. Entonces se le ocurrió una idea: Me echaré unos cabos de vela en los bolsillos y, después que ella me acueste en la cama, los iré encendiendo uno por uno y leeré mi libro en la cama.

En la noche, alguien llegó a casa, era un visitante así que Hudson tuvo la oportunidad. De puntillas fue a donde su madre guardaba los cabos de vela. Rápidamente se metió varios en su bolsillo más grande. Después fue a la sala para decirles buenas noches; pero el visitante lo sentó en sus rodillas. El niño quería escaparse pero no se atrevía a hacerlo porque sería de mala educación. El señor se había colocado a Hudson cerca de la chimenea encendida. El pobre niño se calentó mucho y estaba preocupado pensando en los cabos de vela que tenía en su bolsillo. Se me van a derretir y a lo mejor hasta se me escurren. Se retorcía incomodísimo.

Imagen 2

Después de unos momentos que le parecieron horas, la madre le dijo que ya era hora de ir a la cama. Hudson les dio rápidamente las buenas noches y corrió a su cuarto. Minutos más tarde su madre le encontró de pie en medio de la habitación con un bolsillo súper grasiento por los cabos de vela que se habían derretido. ¡Menudo lío! El niño estaba avergonzado y arrepentido. Se sintió peor al darse cuenta de lo triste que estaba su madre porque él había tratado de engañarla y grandes lágrimas le rodaban por sus mejillas.

Además de leer libros, a Hudson le gustaba hacerle travesuras a su hermana, Amelia. Frecuentemente iban juntos a los bosques y al campo. Juntos empezaron a coleccionar insectos, mariposas y flores. A veces el padre caminaba con ellos y les ayudaba con su colección.

Imagen 3

Cuando Hudson cumplió 13 años, como otros niños ingleses de su época, tuvo que ir a trabajar. Diariamente se ponía una bata blanca y se iba a trabajar con su padre que era farmacéutico. Con mucha paciencia se padre le enseño cómo hacer, medir y mezclar las medicinas y le permitió leer sus gruesos libros de medicina. Algunas veces hasta atendió a los clientes.

Le gustaba su trabajo, pero no se sentía feliz. Había dejado de leer la Biblia diariamente como lo hacía antes. Cuando su padre leía la Biblia por la mañana y por la tarde a la hora del té, ya no le interesaba escucharle. Ni siquiera tenía deseos de orar. ¿Por qué suponen que se portaba así? El problema estaba en que él sabía acerca del Señor Jesús, pero no estaba confiando en Él como su Salvador personal. Se había interesado más en otras cosas. Había empezado a soñar en ganar mucho dinero y tener un caballo fino y una casa grande. Pensó que todo eso lo haría feliz. Tal vez, algunos de vosotros, como Hudson, deseando tener muchas cosas.

Pasaron los años, Hudson tenía ya 17 años y un día….

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DÍA 2

El joven cambiado

Un día, cuando Hudson tenía 17 años, le sucedió algo que cambió todo esto. Ese día no trabajó y se quedó sólo en casa. Su madre había ido a una visita que duró varias semanas. Él no sabía qué hacer. Primero, anduvo mirando entre los libros de su padre para ver si podía hallar algo que le interesara. Después, anduvo explorando en un canasto donde había folletos bíblicos y, por fin tomó uno de ellos. Se lo llevó al granero, se acurrucó y comenzó a leer

Imagen 4

1849, 17 añosAquel folleto hablaba de lo que Jesús hizo por nosotros, que vino al mundo para pagar por todos nuestros pecados así que cuando Hudson leyó aquello se dio cuenta que la deuda total de nuestros pecados está pagada. Entonces se preguntó ¿qué queda por hacer? ¡Nada! Excepto recibir a Jesús como mi Salvador. Así que eso fue precisamente lo que hizo. Allí mismo se arrodilló en el granero y recibió al Señor Jesús como su Salvador y le dio las gracias.

Tenía el corazón tan lleno de gozo y estaba tan contento que le era imposible guardárselo. Deseaba contarlo a alguien y decidió compartir su secreto con su hermana Amelia, le hizo prometer que no lo diría a nadie.

Los ojos de Amelia brillaron de alegría al saber lo sucedido. Ella sabía otro secreto que no contó. Todos los días había estado orando para que Hudson creyera en el Señor Jesús. Dios había contestado

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