Taylor Charles
jefdj529 de Septiembre de 2011
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nTayloy charler(1993)CIERTO número de corrientes de la política contemporánea gira sobre la necesidad, y
a veces la exigencia, de reconocimiento. Puede argüirse que dicha necesidad es una
.de las fuerzas que impelen a los movimientos nacionalistas en política. Y la exigencia
aparece en primer plano, de muchas maneras, en la política actual, formulada en
nombre de los grupos minoritarios o "subalternos", en algunas formas de feminismo y
en lo que hoy se denomina la política del “multiculturalismo".
En estos últimos casos, la exigencia de reconocimiento se vuelve apremiante
debido a los supuestos nexos entre el reconocimiento y la identidad, donde este último
término designa algo equivalente a la interpretación que hace una persona de quién es
y de sus características definitorias fundamentales como ser humano. La tesis es que
nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por la falta de éste; a
menudo, también, por el falso reconocimiento de otros, y así, un individuo o un grupo
de personas puede sufrir un verdadero daño, una auténtica deformación si la gente o
la sociedad que, lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o
degradante o despreciable de sí mismo. El falso reconocimiento o la falta de
reconocimiento puede causar daño, puede ser una forma de opresión que aprisione a
alguien en un modo de ser falso, deformado y reducido.
Por ello, algunas feministas han sostenido que las mujeres en las sociedades
patriarcales fueron inducidas a adoptar una imagen despectiva de sí mismas.
Internalizaron una imagen de su propia inferioridad, de modo que aun cuando se
supriman los obstáculos objetivos a su avance, pueden ser incapaces de aprovechar
las nuevas oportunidades. Y, por si fuera poco, ellas están condenadas a sufrir el dolor
de una pobre autoestima. Se estableció ya un punto análogo en relación con los
negros: que la sociedad blanca les proyectó durante generaciones una imagen
deprimente de sí mismos, imagen que algunos de ellos no pudieron dejar de adoptar.
Según esta idea, su propia autodepreciación se transforma en uno de los instrumentos
más poderosos de su propia opresión. Su primera tarea deberá consistir en liberarse
de esta identidad impuesta y destructiva. Hace poco tiempo se elaboró un argumento
similar en relación con los indios y con los pueblos colonizados en general. Se
sostiene que a partir de 1492 los europeos proyectaron una imagen de tales pueblos
como inferiores, "incivilizados" y mediante la fuerza de la conquista lograron imponer
esta imagen a los conquistados. La figura de Calibán fue evocada para ejemplificar
este aplastante retrato del desprecio a los aborígenes del Nuevo Mundo.
Dentro de esta perspectiva, el falso reconocimiento no sólo muestra una falta
del respeto debido. Puede infligir una herida dolorosa, que causa a sus víctimas un
mutilador odio a sí mismas. El reconocimiento debido no sólo es una cortesía que
debemos a los demás: es una necesidad humana vital.
Para el examen de algunas de las cuestiones que aquí han surgido me gustaría
retroceder un poco, tomar cierta perspectiva y empezar por ver cómo este discurso del
reconocimiento y de la identidad llegó a parecernos familiar o por lo menos fácil de
comprender. Pues no siempre fue así, y nuestros antepasados de hace más de dos
siglos nos habrían mirado sin comprender si hubiésemos empleado estos términos en
su sentido actual. ¿Cómo empezamos con todo esto?
A la mente nos viene el nombre de Hegel, con su célebre dialéctica del amo y
del esclavo. Esta es una etapa importante, pero tendremos que remontarnos un poco
más allá para ver cómo este pasaje llegó a adquirir su sentido actual. ¿Qué fue lo que
cambió para que este modo de hablar tenga sentido para nosotros?
Podemos distinguir dos cambios que, en conjunto, hicieron inevitable la
moderna preocupación por la identidad y el reconocimiento. El primero fue el
desplome de las jerarquías sociales, que solían ser la base del honor. Empleo el
término honor en el sentido del antiguo régimen, en que estaba intrínsecamente
relacionado con la desigualdad. Para que algunos tuvieran honor en este sentido, era
esencial que no todos lo tuvieran. Éste es el sentido en que Montesquieu lo utiliza en
su descripción de la monarquía. El honor es, intrínsecamente, cuestión de
préférences.5 También es ése el sentido en que empleamos el término cuando
hablamos de honrar a alguien otorgándole algún reconocimiento público, por ejemplo,
la Orden de Canadá. Sin duda, este premio no valdría nada si mañana decidiéramos
Contra este concepto del honor tenemos el moderno concepto de dignidad, que
hoy se emplea en un sentido universalista e igualitario cuando hablamos de la
inherente "dignidad de los seres humanos" o de la dignidad del ciudadano. La premisa
Es obvio que este concepto de la dignidad es el único compatible con una
sociedad democrática, y que era inevitable que el antiguo concepto del honor "cayera
en desuso. Pero esto también significa que las formas del reconocimiento igualitario
han sido esenciales para la cultura democrática. Por ejemplo, que a todos se les llame
"señor", “señora" o "señorita" y no que a algunas personas se les llame Lord o Lady y
a los demás simplemente por sus apellidos -o, lo que aún es más humillante, por sus
nombres de pila- se ha considerado como algo esencial en algunas sociedades
democráticas, como Estados Unidos. Más recientemente y por razones similares, Mrs.
y Miss se han reducido a Ms. La democracia desembocó en una política de
reconocimiento igualitario, que adoptó varias formas con el paso de los años, y que
ahora retorna en la forma de exigencia de igualdad de status para las culturas y para
Pero la importancia del reconocimiento se modificó e intensificó a partir de la
nueva interpretación de la identidad individual que surgió a finales del siglo XVIII.
Podemos hablar de una identidad individualizada, que es particularmente mía, y que
yo descubro en mí mismo. Este concepto surge junto con el ideal de ser fiel a mí
mismo ya mi particular modo de ser. Dado que sigo a LioneI Trilling en el empleo que
"La nature de l'honneur est de demander des préférences et des distinctions...",
Peter Bérger analiza en forma interesante la significación del paso del “honor" a la
“dignidad" en su “On the Obsolescence of the Cóncept of Honour", en Revisions:
Changing Perspectives in Moral Philosophy, Stanley Hauerwas y Alasdair MacIntyre,
eds.(Notre Dame, Ind.: University of Notre Dame Press, 1983),pp. 172-181.
hace de este concepto en su brillante estudio, hablaré de la identidad como el ideal de
la "autenticidad"7. Ello ayudará a describir en que consiste y como surgió.
Una manera de caracterizar su desarrollo consiste en localizar su punto de
partida en el concepto -del siglo XVIII- de que los seres humanos fueron dotados de un
sentido moral, un sentido intuitivo de lo que es bueno y lo que es malo. El punto
original de esta doctrina era combatir una opinión rival, a saber: que el conocimiento
del bien y del mal era cuestión de calcular las consecuencias, en particular las
tocantes al castigo y la recompensa divinos. La idea era que interpretar el bien y el mal
no era cuestión de frío cálculo sino que estaba arraigado en nuestro sentimiento.8 En
El concepto de autenticidad se desarrolla a partir de un desplazamiento del
En la opinión original, la voz interior era importante porque nos decía qué era lo
correcto que debíamos hacer. Estar en contacto, aquí, con nuestros sentimientos
morales importa como medio para alcanzar el fin de actuar con rectitud. Lo que he
llamado el desplazamiento del acento moral surge cuando estar en contacto con
nuestros sentimientos adopta una significación moral independiente y decisiva. Llega a
ser algo que tenemos que alcanzar si queremos ser fiel y plenamente seres humanos.
Para ver lo que hay de nuevo en esto, tenemos que establecer la analogía con
las anteriores opiniones morales, para las que estar en contacto con alguna fuente -
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