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Taylor Charles


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2011  •  3.717 Palabras (15 Páginas)  •  544 Visitas

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nTayloy charler(1993)CIERTO número de corrientes de la política contemporánea gira sobre la necesidad, y

a veces la exigencia, de reconocimiento. Puede argüirse que dicha necesidad es una

.de las fuerzas que impelen a los movimientos nacionalistas en política. Y la exigencia

aparece en primer plano, de muchas maneras, en la política actual, formulada en

nombre de los grupos minoritarios o "subalternos", en algunas formas de feminismo y

en lo que hoy se denomina la política del “multiculturalismo".

En estos últimos casos, la exigencia de reconocimiento se vuelve apremiante

debido a los supuestos nexos entre el reconocimiento y la identidad, donde este último

término designa algo equivalente a la interpretación que hace una persona de quién es

y de sus características definitorias fundamentales como ser humano. La tesis es que

nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por la falta de éste; a

menudo, también, por el falso reconocimiento de otros, y así, un individuo o un grupo

de personas puede sufrir un verdadero daño, una auténtica deformación si la gente o

la sociedad que, lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o

degradante o despreciable de sí mismo. El falso reconocimiento o la falta de

reconocimiento puede causar daño, puede ser una forma de opresión que aprisione a

alguien en un modo de ser falso, deformado y reducido.

Por ello, algunas feministas han sostenido que las mujeres en las sociedades

patriarcales fueron inducidas a adoptar una imagen despectiva de sí mismas.

Internalizaron una imagen de su propia inferioridad, de modo que aun cuando se

supriman los obstáculos objetivos a su avance, pueden ser incapaces de aprovechar

las nuevas oportunidades. Y, por si fuera poco, ellas están condenadas a sufrir el dolor

de una pobre autoestima. Se estableció ya un punto análogo en relación con los

negros: que la sociedad blanca les proyectó durante generaciones una imagen

deprimente de sí mismos, imagen que algunos de ellos no pudieron dejar de adoptar.

Según esta idea, su propia autodepreciación se transforma en uno de los instrumentos

más poderosos de su propia opresión. Su primera tarea deberá consistir en liberarse

de esta identidad impuesta y destructiva. Hace poco tiempo se elaboró un argumento

similar en relación con los indios y con los pueblos colonizados en general. Se

sostiene que a partir de 1492 los europeos proyectaron una imagen de tales pueblos

como inferiores, "incivilizados" y mediante la fuerza de la conquista lograron imponer

esta imagen a los conquistados. La figura de Calibán fue evocada para ejemplificar

este aplastante retrato del desprecio a los aborígenes del Nuevo Mundo.

Dentro de esta perspectiva, el falso reconocimiento no sólo muestra una falta

del respeto debido. Puede infligir una herida dolorosa, que causa a sus víctimas un

mutilador odio a sí mismas. El reconocimiento debido no sólo es una cortesía que

debemos a los demás: es una necesidad humana vital.

Para el examen de algunas de las cuestiones que aquí han surgido me gustaría

retroceder un poco, tomar cierta perspectiva y empezar por ver cómo este discurso del

reconocimiento y de la identidad llegó a parecernos familiar o por lo menos fácil de

comprender. Pues no siempre fue así, y nuestros antepasados de hace más de dos

siglos nos habrían mirado sin comprender si hubiésemos empleado estos términos en

su sentido actual. ¿Cómo empezamos con todo esto?

A la mente nos viene el nombre de Hegel, con su célebre dialéctica del amo y

del esclavo. Esta es una etapa importante, pero tendremos que remontarnos un poco

más allá para ver cómo este pasaje llegó a adquirir su sentido actual. ¿Qué fue lo que

cambió para que este modo de hablar tenga sentido para nosotros?

Podemos distinguir dos cambios que, en conjunto, hicieron inevitable la

moderna preocupación por la identidad y el reconocimiento. El primero fue el

desplome de las jerarquías sociales, que solían ser la base del honor. Empleo el

término honor en el sentido del antiguo régimen, en que estaba intrínsecamente

relacionado con la desigualdad. Para que algunos tuvieran honor en este sentido, era

esencial que no todos lo tuvieran. Éste es el sentido en que Montesquieu lo utiliza en

su descripción de la monarquía. El honor es, intrínsecamente, cuestión de

préférences.5 También es ése el sentido en que empleamos el término cuando

hablamos de honrar a alguien otorgándole algún reconocimiento público, por ejemplo,

la Orden de Canadá. Sin duda, este premio no valdría nada si mañana decidiéramos

Contra este concepto del honor tenemos el moderno concepto de dignidad, que

hoy se emplea en un sentido universalista e igualitario cuando hablamos de la

inherente "dignidad de los seres humanos" o de la dignidad del ciudadano. La premisa

Es obvio que este concepto de la dignidad es el único compatible con una

sociedad democrática, y que era inevitable que el antiguo concepto del honor "cayera

en desuso. Pero esto también significa que las formas del reconocimiento igualitario

han sido esenciales para la cultura democrática. Por ejemplo, que a todos se les llame

"señor", “señora" o "señorita" y no que a algunas personas se les llame Lord o Lady y

a los demás simplemente por sus apellidos -o, lo que aún es más humillante, por sus

nombres de pila- se ha considerado como algo esencial en algunas sociedades

democráticas, como Estados Unidos. Más recientemente y por razones similares, Mrs.

y Miss se han reducido a Ms. La democracia desembocó en una política de

reconocimiento igualitario, que adoptó varias formas con el paso de los

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