La Columna De Hierro
Enviado por manuellopez • 6 de Diciembre de 2011 • 3.020 Palabras (13 Páginas) • 1.918 Visitas
Taylor Caldwell La columna de hierro 5
CUARTA PARTE
El héroe
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Nota de la autora
La autora y su obra [en la edición digital se ha adelantado antes del inicio de la obra]
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Dedicado a la memoria
del presidente John F. Kennedy
y a los senadores Barry Goldwater
y Thomas Dodd
El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición. Hay la Ley de Dios, de la cual proceden todas las leyes equitativas de los hombres y a la cual deben éstos ajustarse si no quieren morir en la opresión, el caos y la desesperación. Divorciado de la Ley eterna e inmutable de Dios, establecida mucho antes de la fundición de los soles, el poder del hombre es perverso, no importa con qué nobles palabras sea empleado o los motivos aducidos cuando se imponga.
Los hombres de buena voluntad, atentos por tanto a la Ley dictada por Dios, se opondrán a los gobiernos regidos por los hombres y si desean sobrevivir como nación, destruirán al gobierno que intente administrar justicia según el capricho o el poder de jueces venales.
CICERÓN
Tú, pues, ciñe tus lomos, yérguete y diles todo cuanto yo te mandare. No te quiebres ante ellos, no sea que yo a su vista te quebrante a ti. Desde hoy te hago como ciudad fortificada, como férrea columna y muro de bronce, para la tierra toda, para los reyes de Judá y sus grandes, para los sacerdotes y para todo su pueblo. Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque yo estaré contigo para protegerte, palabra de Yavé.
JER. 1: 17-19
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Prefacio ualquier parecido entre la República de Roma y la de Estados Unidos de América es puramente histórico, así como la similitud de la antigua Roma con el mundo moderno. Aquel
gran romano, Marco Tulio Cicerón, fue un personaje polifacético: poeta, orador, amante, patriota, politico, esposo y padre; amigo, autor, abogado, hermano e hijo, moralista y filósofo. Sobre cada una de estas facetas de su personalidad se podría escribir un libro. Sus cartas a su editor y más caro amigo, Ático, conforman muchos de los libros de la Biblioteca del Vaticano, así como de otras grandes bibliotecas del mundo. Sólo su vida de político podría llenar una biblioteca y ha sido llamado el Más Grande Abogado. Sus propios libros son voluminosos y tocan temas referentes a la ley, la ancianidad, el deber, el consuelo, la moral, etc. Sólo su vida familiar ya merecería una novela. Aunque era un romano escéptico, era también muy devoto, un místico y un filósofo, que finalmente fue nombrado miembro del Consejo de Augures de Roma y fue tenido en gran estima por el sabio Colegio de Pontífices. Su actuación como cónsul de Roma (un cargo parecido al de presidente de Estados Unidos) ya daría lugar a un grueso volumen sin necesidad de referirse a su cargo de senador. Sus casos judiciales son famosos. Sus Orationes constituyen muchos volúmenes. Durante dos mil años los patriotas han citado sus libros con referencia a los deberes del hombre para con Dios y la patria, especialmente el De Republica. La correspondencia que intercambió con el historiador Salustio podría llenar varios tomos (Biblioteca del Vaticano y otras famosas bibliotecas). Al final de este libro se incluye una bibliografía.
C
Sus cartas a Julio César revelan su naturaleza afable y conciliadora; su buen humor y a veces su irascibilidad y lo bien que conocía el extraño, sutil, festivo y poderoso temperamento de aquél, por no citar sus extravíos. Aunque eran de naturaleza tan diferente, como los «géminis»1, según dijo Julio César una vez, éste raramente logró engañarle, ¡a pesar de que lo intentó! «Sólo confío en ti en Roma», le confesó Julio en una ocasión. Ambos se estimaron a su manera, con precaución, cautela, carcajadas, rabia y devoción. Su relación es un tema fascinante.
El más caro y devoto amigo de Cicerón fue su editor Ático, y su correspondencia, que abarca miles de cartas a lo largo de toda su vida, es conmovedora, reveladora, tierna, desesperanzadora y engorrosa. Ático escribía con frecuencia que Cicerón no sería apreciado en su época, «pero edades aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que has dicho y escrito será una advertencia para naciones aún desconocidas». Sus numerosas visiones sobre el terrible futuro (el que ahora afrontamos en el mundo moderno) las describe en sus cartas a Ático. Estaba muy interesado en la teología y filosofía judaicas, conociendo muy bien a los profetas y las profecías sobre el Mesías que había de venir, siendo además adorador del Dios desconocido. Anheló ver la Encarnación profetizada por el rey David, Isaías y otros grandes profetas de Israel, y su visión del fin del mundo, que figura en los capítulos primero y segundo de Joel (versión del rey Jaime) y Sofonías (versión de Douay-Challoner), es mencionada en una de sus cartas a Ático (Biblioteca del Vaticano) y, por cierto, describe al mundo en un holocausto nuclear. Su última carta, escrita poco antes de su muerte, es de lo más movida y relata a Ático su sueño de la visión de la Mano de Dios.
Cicerón se sintió particularmente impresionado por el hecho de que en todas las religiones, incluyendo la hindú, la griega, la egipcia y la israelita, existe la profecía de un Mesías y de la encarnación de Dios como hombre. Se sintió tan fascinado y esperanzado que en muchas de sus cartas especula sobre el Advenimiento y deseó, sobre todas las cosas, vivir todavía cuando eso ocurriera. Su amigo judío (cuyo
1 Alusión al tercer signo y constelación del Zodíaco, correspondiente al periodo del 21 de mayo-22 de junio y que debe su nombre a dos estrellas principales: Cástor y Pólux, que a su vez tomaron el nombre de dos héroes griegos gemelos.
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nombre no menciona, pero a quien yo llamo Noë ben Joel) es citado con frecuencia en sus cartas a varios amigos y se sintió muy atraído por el famoso actor judeo-romano Roscio, padre del teatro moderno, sobre quien se podría escribir otro libro.
Odió y temió al militarismo y fue un hombre pacífico en un mundo que no conoció ni conocería la paz. Sus relaciones con Pompeyo, el gran soldado, fueron
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