Columna De Hierro
Enviado por strezhyta • 1 de Diciembre de 2011 • 1.631 Palabras (7 Páginas) • 1.043 Visitas
Cualquier parecido entre la República de Roma y la de Estados Unidos
de América es puramente histórico, así como la similitud de la
antigua Roma con el mundo moderno.
Aquel gran romano, Marco Tulio Cicerón, fue un personaje
polifacético: poeta, orador, amante, patriota, politico, esposo y padre;
amigo, autor, abogado, hermano e hijo, moralista y filósofo. Sobre cada
una de estas facetas de su personalidad se podría escribir un libro. Sus
cartas a su editor y más caro amigo, Ático, conforman muchos de los libros
de la Biblioteca del Vaticano, así como de otras grandes bibliotecas
del mundo. Sólo su vida de político podría llenar una biblioteca y ha sido
llamado el Más Grande Abogado. Sus propios libros son voluminosos y
tocan temas referentes a la ley, la ancianidad, el deber, el consuelo, la
moral, etc. Sólo su vida familiar ya merecería una novela. Aunque era un
romano escéptico, era también muy devoto, un místico y un filósofo, que
finalmente fue nombrado miembro del Consejo de Augures de Roma y
fue tenido en gran estima por el sabio Colegio de Pontífices. Su actuación
como cónsul de Roma (un cargo parecido al de presidente de Estados
Unidos) ya daría lugar a un grueso volumen sin necesidad de referirse a
su cargo de senador. Sus casos judiciales son famosos. Sus Orationes
constituyen muchos volúmenes. Durante dos mil años los patriotas han
citado sus libros con referencia a los deberes del hombre para con Dios y
la patria, especialmente el De Republica. La correspondencia que intercambió
con el historiador Salustio podría llenar varios tomos (Biblioteca
del Vaticano y otras famosas bibliotecas). Al final de este libro se incluye
una bibliografía.
Sus cartas a Julio César revelan su naturaleza afable y conciliadora; su
buen humor y a veces su irascibilidad y lo bien que conocía el extraño,
sutil, festivo y poderoso temperamento de aquél, por no citar sus
extravíos. Aunque eran de naturaleza tan diferente, como los
«géminis»1, según dijo Julio César una vez, éste raramente logró engañarle,
¡a pesar de que lo intentó! «Sólo confío en ti en Roma», le confesó
Julio en una ocasión. Ambos se estimaron a su manera, con precaución,
cautela, carcajadas, rabia y devoción. Su relación es un tema fascinante.
El más caro y devoto amigo de Cicerón fue su editor Ático, y su correspondencia,
que abarca miles de cartas a lo largo de toda su vida, es
conmovedora, reveladora, tierna, desesperanzadora y engorrosa. Ático
escribía con frecuencia que Cicerón no sería apreciado en su época, «pero
edades aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que
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has dicho y escrito será una advertencia para naciones aún desconocidas
». Sus numerosas visiones sobre el terrible futuro (el que ahora afrontamos
en el mundo moderno) las describe en sus cartas a Ático. Estaba
muy interesado en la teología y filosofía judaicas, conociendo muy bien a
los profetas y las profecías sobre el Mesías que había de venir, siendo
además adorador del Dios desconocido. Anheló ver la Encarnación profetizada
por el rey David, Isaías y otros grandes profetas de Israel, y su
visión del fin del mundo, que figura en los capítulos primero y segundo
de Joel (versión del rey Jaime) y Sofonías (versión de Douay-Challoner),
es mencionada en una de sus cartas a Ático (Biblioteca del Vaticano) y,
por cierto, describe al mundo en un holocausto nuclear. Su última carta,
escrita poco antes de su muerte, es de lo más movida y relata a Ático su
sueño de la visión de la Mano de Dios.
Cicerón se sintió particularmente impresionado por el hecho de que en
todas las religiones, incluyendo la hindú, la griega, la egipcia y la israelita,
existe la profecía de un Mesías y de la encarnación de Dios como
hombre. Se sintió tan fascinado y esperanzado que en muchas de sus cartas
especula sobre el Advenimiento y deseó, sobre todas las cosas, vivir
todavía cuando eso ocurriera. Su amigo judío (cuyo nombre no men-ciona,
pero a quien yo llamo Noë ben Joel) es citado con frecuencia en sus
cartas a varios amigos y se sintió muy atraído por el famoso actor judeoromano
Roscio, padre del teatro moderno, sobre quien se podría escribir
otro libro.
Odió y temió al militarismo y fue un hombre pacífico en un mundo
que no conoció ni conocería la paz. Sus relaciones con Pompeyo, el gran
soldado, fueron tempestuosas, porque recelaba del militarismo de Pompeyo,
aunque honraba su conservadurismo y procuró su exilio cuando César
marchó sobre Roma. César, aunque era un patricio y un soldado,
pertenecía al partido popular y pretendía ser un gran demócrata que
amaba a las masas, pero Cicerón sabía muy bien que las despreciaba. Cicerón,
como hombre de la nueva clase media, se sentía asqueado ante esta
engañosa e hipócrita actitud de «mi querido y joven amigo Julio», quien
a su vez pensaba que su propia hipocresía era muy divertida. En
cuanto a Cicerón, jamás fue hipócrita; en todo momento fue un moderado,
un hombre de soluciones intermedias, un creyente en el honor y la
decencia intrínsecos del hombre corriente, un hombre que amó la libertad
y la justicia, la piedad y la amabilidad. Era inevitable, por lo tanto,
que fuera asesinado. Nunca llegó a los extremos de deificar o denigrar a
los hombres corrientes. Se limitó a aceptarlos, se compadeció de ellos y
luchó por sus derechos y libertades.
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La más profunda devoción terrenal
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