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Socrates Y Platon


Enviado por   •  14 de Noviembre de 2011  •  8.799 Palabras (36 Páginas)  •  806 Visitas

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INTRODUCCIÓN

En el siguiente trabajo pretendo expresar en simples palabras de espectador el análisis, a mi criterio, de la maravillosa obra “La Apología de Sócrates”, y llegar a partir de él a las respuestas de las preguntas guías formuladas para la resolución de este práctico; teniendo así, ideas claras que me permitan “descubrir un pensamiento que hoy sigue vigente”.

Para entender esta obra, en un principio, es preciso analizar el concepto de apología; palabra de origen griego que consiste en un discurso, oral o escrito, en defensa de algo o alguien.

A si mismo, la “Apología de Sócrates” es un discurso, mas bien diálogo, en el que el filósofo, se defiende de las acusaciones hechas por Melito, Ánito y Licón por corromper el pensamiento de los jóvenes, y expresar sus ideales, que ponían en duda la existencia de los dioses, de modo elocuente.

En sus discursos al aire libre en las plazas de Atenas junto a los cambistas, allá por el año 400 a.C., Sócrates desenmascaraba la ignorancia de aquellos que decían saber mucho, y por ello se ganó el gran odio reflejado en esta acusación.

Pero este filósofo entendía la filosofía como una búsqueda colectiva muy vinculada a la ética, y como él se veía a si mismo como un ser destinado por los Dioses a ayudar a la sociedad a encontrar sabiduría y virtud, prefirió sufrir una injusticia a ser él injusto negándole esta posibilidad de aprender a las personas. Por todo ello, con setenta años de edad, se encamino a un futuro incierto, que podría ser un sueño eterno o un viaje hacia un lugar más feliz: la muerte.

DESARROLLO:

A sus setenta años de edad, Sócrates , inundado en la pobreza, por vez primera, llega a tribunales para ser condenado por una serie de acusaciones.

Fue él mismo su propio defensor, y comenzó su defensa exponiendo la indignación que sentía ante las grandes mentiras que habían dicho sobre él. Especialmente de aquella que decía que por su “ facilidad para hablar” de un modo elocuente podría engañar incluso a los jueces. Argumenta luego, que se limitará a decir la verdad aunque no fuere “con palabras adornadas, sino así como vienen...” pero que es el contenido de su discurso lo que deben juzgar.

Divide a sus acusadores en dos grupos, y es de los “primeros” -los más viejos y según él considera los más temibles- de quienes se defiende en primer lugar. Trata de destruir una calumnia arraigada en el tiempo, ya que estos acusadores son aquellos que hablaban mal de él a sus espaldas y que persuadieron a la sociedad a creer que él era un “sabiondo, dado a elucubraciones astronómicas, a hurgar bajo la superficie dela tierra y capaz de convertir en más fuerte la causa más débil”, desde hacía ya mucho tiempo.

Los acusadores recientes, son aquellos que fueron persuadidos por los antiguos y ahora quieren convencer a los otros. Fueron estos últimos quienes lo llevaron ante tribunales.

Las acusaciones, según Sócrates fueron las siguientes:

• “Sócrates es culpable de andar hurgando en la búsqueda de las cosas subterráneas y celestes, haciendo más fuerte el argumento más débil, y enseñando estas mismas cosas a los demás”

• Se propone enseñar a los hombres a cambio de dinero.

• Corrompe a los jóvenes y es sumamente perverso.

• No cree en los Dioses en que cree la ciudad e introduce extrañas nuevas divinidades.

Sócrates se defendió tenazmente a cada una de estas acusaciones con los argumentos más sinceros y lógicos posible; y explicó que se había ganado la enemistad de los acusadores gracias a su sabiduría, que de hecho, para él, no tenía nada de sobrehumana y si alguien dijera que su saber era impropio de los hombres sería sólo con la intención de calumniarlo.

Con el propósito de sustentar sus palabras, y dar cuenta desde qué momento se había originado la calumnia comenta una vivencia particular que le había ocurrido a Querofontes, un amigo suyo: “Una vez que había ido a Delfos, tuvo la osadía de pedir un responso al oráculo y como ya dije: no alborotéis, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia respondió que no lo había. De esto puede ser testigo su hermano aquí presente, ya que él ha muerto”. En esta cita, Sócrates, comenta que Querofontes visitó el oráculo, una especie de santuario en el que una pobre mujer, probablemente histérica, entraba en trance y pronunciaba palabras sin sentido que los sacerdotes de la época interpretaban como mensajes del dios Apolo. Esta mujer dijo que no había hombre más sabio que Sócrates. En cuanto el filósofo supo de la concepción que tenía Dios sobre él comenzó a reflexionar a cerca del porqué Apolo decía esto, si él bien sabía que no era realmente sabio y que los dioses no podían mentir.

Fue entonces, cuando Sócrates decidió investigar a los hombres que decían saber; y verificar, de este modo, la veracidad de las palabras del oráculo, o tratar de refutarlas.

Se dirigió primero a un político quien se creía y a quien, incluso los demás, lo consideraban sabio; y se dio cuenta de que en realidad no lo era, ya que pensaba que, el sólo hecho de creer saber lo que no sabía, lo hacía menos sabio. Se enemistó con él por tratar de demostrarle que en realidad no sabía lo que creía saber. Y se consideró más sabio que él porque por lo menos el era conciente de su saber limitado. Ocurrió lo mismo con muchos otros hombres de estado, de los cuales también ganó su odio.

Fue luego con los poetas, respecto los cuales Sócrates, inicialmente, se creía en inferioridad de conocimiento. Terminó por concluir en que en realidad no eran sabios, sino que tenían cierta habilidad, un don natural, para decir cosas admirables y por ello se consideraban más sabios que las demás personas. Por este mismo motivo, entendió que, al igual que los políticos, no eran más sabios que él.

Por último, fue con los artesanos. Estos sabían cosas de las que el filósofo se encontraba exento de saber. Por lo cual, en estas cuestiones, ellos eran más sabios que él. Pero también ellos creían saberlo todo, por el sólo hecho de practicar su oficio a la perfección. Fue esto lo que llevó a Sócrates a pensar, que eran iguales a los poetas y políticos, y por ello menos sabios que él.

Tras todas estas investigaciones y cuestionamientos, entendió, al fin, que los dioses tenían razón, ya que todas las demás personas creían saber algo que en realidad no sabían y él, en cambio, era conciente de que no lo sabía todo. Por consiguiente los dioses creían que él era el más sabio por saber que nadie es sabio en comparación con ellos: “...sólo el dios es verosímilmente sabio (...) Aquel que como Sócrates se ha dado cuenta de que en verdad no vale nada frente a

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