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EL PROBLEMA DE LA VERDAD Carmelo Blanco Mayor


Enviado por   •  16 de Mayo de 2012  •  2.024 Palabras (9 Páginas)  •  1.862 Visitas

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EL PROBLEMA DE LA VERDAD

Carmelo Blanco Mayor

1999

EL VOCABLO "VERDAD"

El lenguaje usa esta palabra en diversos sentidos: para referirse a una proposición y para referirse a una realidad, pero también con una clara connotación moral. En el pri¬mer caso, de una proposición se dice que es verdadera a diferencia de "falsa". En el segundo caso se dice de una realidad que es verdadera a diferencia de "aparente", "ilusoria", "irreal", "inexistente". El último caso implica la dimensión ética. El lenguaje corriente no siempre dis¬tingue estos sentidos diferentes de "verdad".

La pluralidad de sentidos que presenta y a la vez oculta el término "verdad" abre un radical horizonte de problemas en torno a la unidad difícil de su signi¬ficado.

Cabe la posibilidad de agrupar- los diversos conceptos de verdad en varios tipos fundamentales: verdad lógica, ver¬dad semántica, verdad existencial, etc. Tal estrategia exige que esas agrupaciones se hagan siguiendo un modo sistemático a la luz de un criterio. Una de estas agrupaciones es la que distingue la verdad lógica (no contradicción), verdad epistemológica (adecuación del entendimiento y la realidad), y verdad ontológica (realidad como algo distinto de la apariencia).

Bertrand Russell distingue cuatro conceptos de verdad: teoría que sus¬tituye ""verdad' por "aserto garantizado' (Dewey); teoría que sustituye "verdad' por "probabilidad' (Reichenbach); teoría que entiende "ver¬dad' como "coherencia' (idealistas y, con algunos supuestos, algunos lógicos) y teoría que entiende "verdad' como "adecuación' (con la rea¬lidad). La facilidad con que en el lenguaje ordinario usamos este tér¬mino se nos ha convertido entre las manos en un campo de espinas, son los nudos y enredos del lenguaje que denunciaba Wittgenstein como tarea de la filosofía. Pero algo se ha de decir.

VERDAD PARA LOS GRIEGOS

Los filósofos griegos comenzaron por buscar la verdad, o lo verdadero, frente a la falsedad, la ilusión, la apariencia. La verdad era en este caso idéntica a la realidad, y ésta última era considerada como idéntica a la permanencia, a lo que es, en el sentido de "ser siempre", fuese una substancia material, números, cualidades primarias, átomos o ideas.

Lo permanente era concebido como lo verdadero frente a lo cambiante, que no era necesariamente considerado como lo falso, sino sólo como lo aparentemente verdadero sin serlo "en verdad". La ver¬dad de la realidad, que era a la vez realidad verdadera, era concebida a menudo como algo únicamente accesible al pensamiento y no a los sentidos, por lo que se tendió a hacer de la llamada "visión inteligible" un elemento necesario de la verdad.

Otra es la dimensión que la verdad anuncia entre los hebreos. Zubiri, que en esto sigue a Ortega y Gasset y ambos a Von Soden, advierte una diferencia importante entre lo que el griego entendía por verdad y lo que entendía por ello el hebreo. Para éste, en su época clá¬sica cuando menos, la verdad es primariamente la seguridad, o, mejor dicho, la confianza. Verdadero es, pues, para el hebreo, lo que es fiel, lo que cumple o cum¬plirá su promesa, y por eso Dios es lo único verdadero, porque es lo único realmente fiel.

LA DEFINICIÓN CLÁSICA DE LA VERDAD Y LAS OBJECIONES CONTRA ELLA

Retomemos la pregunta: ¿Qué es la verdad? Hay una fórmula muy antigua y de origen desconocido que viene rodando por las historia como la respuesta a esta pregunta. Algunos llegan a proponerla como la definición clásica de la verdad: Veritas est adaequatio intellectus et reí. Es el acuerdo, la adecuación del entendimiento y la cosa.

Los argumentos de los antiguos escépticos. El modelo de estos argumentos dice lo siguiente: si alguien pre¬tende comprobar si un pensamiento o una afirmación se adecúa a la realidad, ha de conocer previamente no sólo el pensamiento objeto de comprobación sino también la realidad misma y el grado de adecua¬ción entre ambos. ¿Cómo podría realizarse esto? Haciendo referencia a la experiencia, razonando de una u otra forma, en resumen, aplican¬do ciertos métodos o criterios. Pero ¿cómo saber que mediante estos criterios se revela una realidad sin distorsiones? Sería necesario poner en cuestión dichos criterios y someter a crisis su misma validez lo que requiere una nueva investigación a la luz de nuevos criterios. En pocas palabras, nunca seremos capaces de conocer la realidad y, por tanto, nunca sabremos si nuestros pensa¬mientos se adecúan o no a ella.

LAS DEFINICIONES NO CLÁSICAS DE LA VERDAD: EL ACUERDO CON CRITERIOS

Indudablemente todo individuo está dispuesto a reconocer como verdadera una afirmación en la que él cree y que corresponde, por tanto, a sus convicciones. Si alguien cree que A es B, está dispuesto a considerar como verdadera la afirmación de que A es B; pero también al contrarío, si uno atribuye la verdad a una afirmación, está dispuesto a creer en lo que ella dice. Sin embargo nadie dirá que la afirmación verdadera es lo mismo que la afirmación en la cual él cree. Todos somos conscientes de que existen afirmaciones verdaderas en las cua¬les no creemos. Por otro lado, nadie se considera infalible y reconoce que existen afirmaciones en las cuales cree y que, sin embargo, no son verdaderas. Sabemos que no todas nuestras convicciones han sido obtenidas por medio de investi¬gaciones sistemáticas y escrupulosas, sino que llegamos a ellas por la aplicación de métodos, es decir, criterios, cuya validez debe ser cues-tionada y que deben ser confrontados con criterios más competentes.

Estos y similares tipos de argumentación han sugerido la siguiente definición de la verdad: una afirmación verdadera es lo mismo que una afirmación que satisface criterios finales e irrevocables.

No hay ninguna otra forma de convencerse acerca de la verdad de una afirmación sino someterla a prueba del criterio final cuyo veredic¬to es irrevocable, en el sentido de que el veredicto de cualquier otro cri¬terio debe ceder ante él. No podemos saber y, como pretendían los escépticos, nunca podremos saber si una afirmación, por la prueba de este criterio final, se adecúa o no a la realidad. En consecuencia cuan¬do distinguimos la verdad de la falsedad, la cuestión no es si una afir¬mación cualquiera se adecúa o no a la realidad,

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