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El Factor Humano En La Relación Enfermedad.


Enviado por   •  17 de Marzo de 2015  •  5.336 Palabras (22 Páginas)  •  196 Visitas

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El hombre no actúa movido principalmente por instintos genéticamente determinados sino que tiene la libertad de escoger por sí mismo. Está dotado de libre albedrío, de la extraordinaria capacidad de elegir. La dignidad humana es otra denominación de su capacidad de valorar y lo que para el hombre vale es lo que el hombre quiere1. El hombre quiere a partir de lo que es, y a partir de lo que quiere, establece (subjetiva y objetivamente) sus valores. La voluntad entra a formar parte esencial en el proceso de selección; en otras palabras, la persona ejerce su autonomía.

Un siglo atrás, los mayores peligros que nos acechaban provenían de agentes externos: microbios, catástrofes naturales, hambre y accidentes. Hoy en día, los mayores peligros (la guerra, la contaminación o la inanición) surgen de nuestros propios sentimientos y motivaciones. En el pasado, el estudio de los valores pudo haber sido tema de preocupación y reflexión personal para llevar adelante una «vida decente». En el presente, se ha convertido en una cuestión de supervivencia. Si aceptamos que el estudio de los valores es una rama de la filosofía, ahora es el momento de intentar filosofar2. Llamamos «valor» y concedemos valor a aquello que más nos interesa. A fin de cuentas es el interés aquello que une a los hombres, además de enfrentarlos en ocasiones. Tendría que ser sinónimo de creencias personales, en especial las relativas a lo «bueno», lo «justo» y lo «hermoso», creencias que nos impulsan a la acción, a cierto tipo especial de conducta en la vida con salud y la vida con enfermedad. Para Max Scheler (1874-1928) los valores son el contenido propio de una experiencia particular y constituyen el fundamento apriorístico «material» de la ética. Los valores objetivos son los sensibles (lo agradable y lo desagradable), los vitales (percepción afectiva-vital), los espirituales (estéticos, jurídicos y filosóficos) y los religiosos (lo santo). Los valores morales no tienen materia propia, sino que surgen en la experiencia emocional.

¿Cómo elegimos los valores? ¿Hasta qué punto estamos seguros de ellos? ¿Cómo llegamos a «saber» o «creer»? Según Lewis3, hay varias formas de «creer» o «saber» algo: la autoridad externa o la aceptación de la palabra de otro; el pensamiento deductivo o lógica deductiva que demuestre la coherencia de nuestra idea; la experiencia propia a través de los sentidos; la emoción o sensación de que algo es correcto; la intuición o pensamiento inconsciente pero no emotivo, y, por último, la ciencia que mediante el experimento verifica el resultado. Las emociones, la intuición, la lógica, la ciencia, las creencias y la experiencia son fuentes de información para el establecimiento de los valores humanos. El mundo occidental suele degradar el papel de las emociones en la elección de los valores, considerándolas inferiores a la razón y al pensamiento. Los antiguos griegos consideraban que los seres humanos poseían dos mentes. Percibían una dicotomía entre la cabeza y el corazón, la mente y el alma, pero no consideraban que una fuese superior a la otra. Si bien alababan la razón, la lógica y la compresión empírica, también reverenciaban las formas de inteligencia intuitiva, estética e imaginativa. Blaise Pascal (1623-1662) afirmaba que «el corazón tiene razones que la razón no conoce». David Hume (1711-1776) mencionaba que «la razón es esclava de la pasión (emoción)». Desde la Ilustración (Racionalismo francés y alemán) se ha creído que el hombre puede y debe guiarse únicamente por la razón pura. El objetivo del método racional es establecer la «verdad», es decir, la mayor concordancia posible entre lo que creemos y lo que efectivamente se da en la realidad. Los recientes descubrimientos biológicos apuntan a la necesidad de integrar la razón y la pasión. Las dos realidades, lo mental (función) y lo cerebral (estructura) son inseparables e interactúan. La ciencia moderna tiende a apoyar y desarrollar la idea de las dos mentes. El hemisferio izquierdo controla las actividades verbales, analíticas, racionales, conceptuales y lineales. El derecho interviene en las actividades no verbales, imaginativas, espaciales intuitivas y de percepción. La investigación de dos zonas específicas del cerebro, la amígdala y el neocórtex, ha arrojado mayor luz sobre la relación entre la razón y la emoción. La amígdala, o cerebro emocional, es más primitiva, mientras que el neocórtex, el cerebro racional, es casi recién llegado en la evolución y sólo se encuentra en los mamíferos. La amígdala actúa como centinela psicológico y es la responsable de nuestros actos impulsivos, y en ocasiones nuestro salvavidas. Cuando funciona sin la intervención del neocórtex podemos perder el control y «los papeles». Pero si el neocórtex actúa sin la pasión de la amígdala, la vida palidece4. Ni que decir tiene que las posibilidades de coincidencia en los valores y preferencias en cada uno de los 6.000 millones de habitantes actuales de la Tierra son muy pequeñas, por lo que tenemos que estar abiertos para entender, tolerar y aceptar las decisiones que los pacientes tomen en cada momento de su vida.

Una característica relevante del ser humano es su capacidad de modificar o cambiar sus valores. Sus preferencias no son estáticas a lo largo de su existencia, sino que están moduladas por la cultura, la razón, los sentimientos (emociones), la fe, la experiencia, la madurez, la salud y la enfermedad. Además, las creencias personales y los rasgos de personalidad son absolutamente diferentes. Somos entidades biopsicosociales con heridas emocionales, carencias afectivas y conflictos internos que influyen en nuestro grado de bienestar, armonía y equilibrio. Los sentimientos en ciertos momentos agitan el alma con fuerzas tan reales como las físicas. La persona sana se siente llena de vida con un montón de esperanzas y proyectos por realizar y, de repente, sin saber cómo ni por qué, todo se derrumba. Cuando enferma cambia su escala de valores, aprende a estimar cosas a las que antes no les dedicaba ni un segundo y cambia el sentido de su vida. Los profesionales permanecemos con frecuencia ajenos a esta dramática situación. «Una preocupación es como un sentido nuevo que se abre en nuestro espíritu, y que nos permite percibir mil cosas, ignoradas para el que pasa distraído al lado del problema que nos obsesiona» (Gregorio Marañón). Las expectativas del enfermo se centran en torno a aspectos emocionales, como, por ejemplo, que el facultativo recuerde su nombre. El médico suele referirse a la evolución de los síntomas y progresión de la enfermedad, pero difícilmente logra ahondar en los sentimientos del individuo. ¿Existe alguna directiva (guidelines) que contemple el estado emocional del paciente y oriente la actuación de los profesionales de la salud

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