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Resumen Cazadores De Microbios


Enviado por   •  16 de Marzo de 2014  •  22.291 Palabras (90 Páginas)  •  636 Visitas

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RESUMEN DEL LIBRO DE “CAZADORES DE MICROBIOS”

PAUL DE KRUIF

Paul De Kruif

CAZADORES DE

MICROBIOS

CAPITULO I

ANTONY LEEUWENHOEK

EL PRIMER CAZADOR DE MICROBIOS

I

Antonio van Leeuwenhoek nació en 1632, entre los azules molinos de viento, las pequeñas calles y los amplios canales de Delft, Holanda. Descendía de una honorable familia de fabricantes de cestos y de cerveza. El padre de Antonio murió joven; la madre envió al niño a la escuela para que estudiara la carrera de funcionario público; pero a los 16 años arrumbó los libros y entró de aprendiz en una tienda de Ámsterdam. Esta fue su universidad. Adquirió conocimientos científicos entre piezas de tela. ¡durante seis años, esta fue su universidad!.

A los 21 años, Leeuwenhoek abandonó la tienda y regresó a Delft; se casó y abrió su propia tienda de telas.

En los veinte años que sucedieron le nombraron conserje del Ayuntamiento de Delft y le vino la extraña afición de tallar lentes. Había oído decir que fabricando lentes de un trozo de cristal transparente, se podían ver con ellas las cosas de mucho mayor tamaño que lo que aparecen a simple vista.

Visitando las tiendas de óptica aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes; frecuentó el trato con alquimistas y boticarios, de los que observó sus métodos secretos para obtener metales de los minerales, y empezó a iniciarse en el arte de los orfebres. Después montó sus lentes en marcos oblongos de oro, plata o cobre que el mismo había extraído de los minerales, entre fogatas, humos y extraños olores.

Sus buenos vecinos se reían para sí, mientras nuestro hombre buscaba la forma de fabricar una minúscula lente —de menos de tres milímetros de diámetro— tan perfecta que le permitiera ver las cosas más pequeñas enormemente agrandadas y con perfecta nitidez,

analizó las fibras musculares de una ballena y las escamas de su propia piel en la carnicería consiguió ojos de buey y se quedó maravillado de la estructura del cristalino. Pasó horas enteras observando la lana de ovejas y los pelos de castor y liebre, cuyos finos filamentos se transformaban, bajo su pedacito de cristal, en gruesos troncos. Con sumo cuidado disecó la cabeza de una mosca, ensartando la masa encefálica en la finísima aguja de su microscopio. Al mirarla, se quedó asombrado. Examinó cortes transversales de madera de doce especies diferentes de árboles, y observó el interior de semillas de plantas.

«¡Imposible!», exclamó, cuando, por vez primera, contempló la increíble perfección de la boca chupadora de una pulga y las patas de un piojo.

II

Para poder observar otras cosas se vio precisado a fabricar cientos de microscopios. Así podía volver a examinar los primeros especímenes y confrontar cuidadosamente el resultado de las nuevas observaciones. Sólo hasta estar seguro de que no había variación alguna en lo que atisbaba, después de mirarlo y remirarlo cientos de veces, sólo entonces, hacía algún dibujo de sus observaciones. Y, aún así, no quedaba del todo satisfecho y solía decir: «La gente que por primera vez mira por un microscopio dice: «Ahora veo una cosa, luego me parece diferente». Es que el observador más hábil puede equivocarse.

Durante veinte años, trabajó en completo aislamiento. En aquel tiempo, la segunda mita del siglo XVII, surgían nuevos movimientos en todo el mundo. En Inglaterra, Francia e Italia, hombres singulares comenzaban a dudar de aquello que hasta entonces era considerado como verdad, en Inglaterra unos cuantos de estos revolucionarios formaron una sociedad llamada The Invisible College; entre los miembros de aquella sociedad se encontraba Roberto Boyle, fundador de la química científica, y también Isaac Newton. La sabiduría de aquel tiempo afirmaba que si se ponía una araña dentro de un círculo hecho con polvo de cuerno de unicornio, aquélla no podría salir de él. Uno de ellos aportó lo que se suponía ser polvo de cuerno de unicornio, y otro llegó con una pequeña araña. La Sociedad entera se arremolinó bajo la luz de grandes candelabros, y en medio de un gran silencio empezó el experimento con el siguiente resultado:

«Se hizo un cerco con polvo de cuerno de unicornio, colocando una araña en el centro, pero inmediatamente la araña salió corriendo fuera del círculo». Al ascender Carlos II al trono, el College salió de la clandestinidad, alcanzando la dignidad de Real Sociedad de Inglaterra.

En Delft, Regnier Graaf era el único que no se reía de Antonio van Leeuwenhoek: y a el la Real Sociedad nombró miembro correspondiente por haberle informado sobre sus estudios del ovario humano.

En ese entonces Leeuwenhoek era muy huraño y desconfiado, permitió a Graaf que mirase por aquellos diminutos lentes, únicos en toda Europa. Después de mirar por ellas, Graaf se sintió avergonzado de su propia fama y se apresuró a escribir a sus colegas de la Real Sociedad:

«Hagan ustedes que Antonio van Leeuwenhoek les escriba sobre sus descubrimientos. Leeuwenhoek contestó al ruego de la Real Sociedad. Fue una misiva larga, escrita en holandés vulgar, con digresiones sobre cuanto existe bajo las estrellas. La carta iba encabezada así: «Exposición de algunas de las observaciones, hechas con un microscopio ideado por Míster Leeuwenhoek, referente a las materias que se encuentran en la piel, en la carne, etc.; La Real Sociedad estaba absorta, pero, sobre todo, la Sociedad quedó asombrada de las maravillas que Leeuwenhoek aseguraba haber visto a través de sus lentes. En el transcurso de cincuenta años le siguieron cientos de comunicados. Entreveraba reportes de su propia salud. Cada vez perfeccionaba más sus lentes, con persistencia de lunático, examinando cuanta cosa tenía por delante, tanto las más íntimas como las más desagradables. Un día a través de su lente de juguete, montada en oro, observó una pequeña gota de agua clara de lluvia. ¡En el agua de lluvia hay unos bichitos! ¡Nadan! ¡Dan vueltas! ¡Son mil veces más pequeños que cualquiera de los bichos que podemos ver a simple vista! Decía al observar.

III

Tan enormemente pequeños y extraños eran aquellos animalitos, que no le parecían verdaderos; Vio de nuevo aquellos seres, y no sólo una especie, sino otra mayor que la primera, «moviéndose con gran agilidad en sus varios pies de una sutileza increíble».

Descubrió una tercera especie y una cuarta, tan pequeña que no pudo discernir su forma. «Se detienen; quedan inmóviles, como en equilibrio sobre un punto, luego giran con la rapidez de un trompo, describiendo una circunferencia no mayor que un granito de arena». Así

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