ANTOLOGÍA
Enviado por Grilla1256 • 13 de Marzo de 2014 • 6.162 Palabras (25 Páginas) • 396 Visitas
PROLOGO
“Esta antología reúne cuentos para jóvenes, los cuales en mi punto de vista son probablemente una de las mejores recopilaciones, ya que cada uno de ellos aporta algo valioso a nuestra conciencia, ya que las lecturas motivan a hacer un examen de conducta y en el mejor de los casos propicie un cambio a favor del bien común. Si bien en un principio fue destinado principalmente a los jóvenes lectores creó que muchas personas de diferentes edades pueden disfrutar de ello. Incluso esperamos que se acerquen personas que aún no han tenido la suerte de incursionarse en estas páginas por distintos motivos. Si bien nuestros objetivos parecen difíciles de alcanzar, consideramos que será posible llegar a la meta con esta grandiosa antología.”
INDICE
• Abandonar el nido…
• Color de la arena
• El faro
• El sombrero rojo
• La carreta vacia
• La chica de la cámara de fotos
• La Fábrica de sus sueños.
• La media cobija
• Los milagros también existen.
ABANDONAR EL NIDO
Autor Danny Vega Méndez.
El adolescente saca por la ventana la maleta forzosamente lista para su gran escape. El motivo: la negación de su madre ante su deseo de ir al río con sus compañeros de travesuras.
Diego cree que ya fue suficiente, pues tiene 13 años y aún su madre es quien decide por él: ¡Diego has esto; Diego te prohíbo hacer esto! Se siente abrumado por sus pensamientos y los consejos de quienes dicen ser sus amigos: “Eres un gobernado por tu mami” “Niñita de mamá”.
Sin embargo, su hazaña fue descubierta por su abuelo. Hombre de campo graduado en la universidad de la vida sosegada y sabia; anciano amante de usar el sombrero al estilo de la pedrada, de mirada fija, manos rudas por el trabajo y de mentalidad lúcida y vivaz. Sorprende a su nieto en su gran escape. Lo toma de la mano sin pronunciar palabra hasta llevarlo a un árbol caído que les servirá de banco y testigo del relato de una gran enseñanza:
- “¿Sabes por qué las aves pueden volar?, una pregunta obvia para Diego, alguien que cree saberlo todo. Sin embargo, aprendió algo nuevo aquella tarde. “No solo vuelan por que tienen alas. Vuelan porque se preparan para hacerlo. Cuando un pajarito imprudentemente quiere volar antes de tiempo, sube al borde de su nido y se lanza. Pero sus pequeñas alas no están preparadas para ese instante de su vida. Y entonces, ¡el gran chasco! Se estrella contra el suelo. La caída puede lesionarle de por vida. Y un pájaro que no vuela no es un pájaro. No te adelantes a tu tiempo. Tu madre y los que te amamos sabemos que no es tu tiempo de volar. Además, el pajarito que se lesiona no solo no puede volar sino que no regresa al nido”.
Aquel anciano toma su modesto sombrero. Se levante en silencio; y se aleja. Diego mira su nido y piensa que algún día volará a otro lugar. Pero hoy no será ese día.
Fin
EL COLOR DE LA ARENA.
Autor: Elena O’Callghan i Duch.
A todos aquellos que sufren en campos de refugiados
Dice mi abuelo que el mundo es muy grande.
Tan grande que si juntara todos nuestros rebaños mil veces aún quedaría espacio para muchos otros rebaños, mil veces como el nuestro. A mí me gusta dibujar los rebaños en la arena.
Todos los camellos y las cabras tienen el mismo color en la arena. Pero yo sé que cada camello es distinto. Que cada cabra es distinta. Al atardecer, cuando encierro las cabras en el corral, sé siempre si falta alguna. Y sé cuál falta. Lo sé por el color de cada animal, y por los dibujos que hay en su piel. Hoy he echado en falta a Nadjama. Tiene una mancha blanca en la frente, en forma de estrella.
En la arena puedo dibujar a Nadjama, pero no puedo pintarle de blanco la estrella. Cuando pierdo a Nadjama en las dunas, vengo desde allí dibujándola en la arena. Cada pocos pasos me paro, me agacho y hago su dibujo con el dedo. Y a su lado, el corral. Si ella ve mis dibujos, los sigue hasta volver al corral. Eso si no se despierta el siroco y se me los lleva.
Mi madre dice que las cabras no miran los dibujos de los niños en la arena. Pero yo sé que Nadjama sabe volver sola porque sigue mis dibujos. Nadjama tiene hambre. El resto del rebaño, también. Lo sé porque come los cartones y el papel que encuentra por ahí. Dice el abuelo que no recuerda una época de sequía como la de ahora.
El abuelo es sabio, porque ha vivido muchos años y sabe muchas cosas. A veces me cuenta historias que casi parecen imposibles de creer. Cuenta que, cuando tenía mi edad, llevaban las caravanas de camellos hasta el mar. Pero eso fue antes de la guerra. Una guerra que, según cuentan los mayores, nos sacó de nuestras tierras y dejó al abuelo cojo para siempre.
El abuelo dice que el mar es azul. Yo nunca lo he visto. Pero lo he dibujado en la arena. Mi mar no es azul. Es del mismo color que las cabras y los camellos: del color de la arena. Dice también el abuelo que el día que yo vea el mar, podré pintarlo de azul, y que ese día seremos libres. Yo no sé cuándo veré el mar. Pero me gustaría pintarlo de azul.
Tampoco tengo lápices de colores. Antes, había una caja en la escuela. Pero poco a poco los lápices se fueron haciendo chiquitos, hasta que no podíamos cogerlos con nuestros dedos. No teníamos lápices, pero aun quedaba papel y yo hacía los dibujos con ceniza. La cogía del brasero, sin que mi madre se diera cuenta. Después de tomar el té, cuando ella recogía los cacharros, yo me acercaba y me llenaba los bolsillos de ceniza aún caliente. Alguna vez, hasta llegué a quemarme.
Poco después, se acabó también el papel y entonces dejé ya de recoger ceniza para pintar. Maima, la maestra, era la única que tenía un lápiz. Era un lápiz extraño, muy grueso y de color blanco. Lo llamaba tiza. Ella dibujaba con la tiza una letra en la tablilla de madera y nosotros la teníamos que copiar en el suelo con un palito. Si no teníamos palitos, lo hacíamos con el dedo. Decía la maestra que si nos gustaba dibujar, también nos gustaría escribir.
—Los dibujos significan cosas. Y las palabras también.
Pronto aprendí a escribir. Mis primeras letras se las llevó el viento… Ese día, había tardado mucho en dibujar mi nombre. Con mucho cuidado, había trazado con el dedo mi nombre en la arena. ¡Estaba escribiendo! Quería
...