ANTOLOGIA
Enviado por BEHCAAMAL • 21 de Febrero de 2014 • 4.925 Palabras (20 Páginas) • 224 Visitas
ESCUELA NORMAL RURAL
“JUSTO SIERRA MÉNDEZ”
HECELCHAKÁN, CAMPECHE
ANTOLOGÍA PARA EL MAESTRO
MATERIA: Iniciación al trabajo escolar
Nombre de la maestra: Judith Marlene
Nombre del alumno: Edgar Ezequiel colli chab
Semestre y grupo: 2°”A”
No. lista: 9
Ciclo escolar: 2011-2012 B
ÍNDICE
PRESENTACIÓN 1
LEYENDAS 5
TRABALENGUAS 18
CHISTES 20
RIMAS 23
FABULAS 25
ADIVINANZAS 28
REFRANES 30
CANTOS CÍVICOS 32
CANTOS INFANTILES 39
CUENTOS INFANTILES 43
CONCLUSIÓN 50
PRESENTACIÓN
En esta antología se han recopilado algunos trabajos que espero que sirvan de ayuda a los maestros de educación primaria durante su trabajo dentro de las aulas de cada institución y de esta manera tengan a la mano un texto lindo, atractivo, a veces misterioso, útil, tristón, heroico para comenzar su día de clase,
En este material podrán encontrar un conjunto de textos breves, placenteros e interesantes para que tengas la posibilidad de leerlos y compartirlo en el aula con los alumnos, en la casa con la familia, con los amigos o para ti mismo en el lugar que más te agrade.
Con este libro podrás descubrir el significado de una lectura interesante e incluso divertirte al leer los textos y nunca sentirte solo porque recuerda que la lectura es la mejor compañía y lo es para toda la vida.
Conclusión
INTRODUCCIÓN
Entre las herramientas que se encuentran en la antología se encuentran los cuentos, leyendas, fábulas, adivinanzas, cantos cívicos, poesías, juegos digitales y muchos más.
Por tal motivo, dejo en consideración el siguiente material esperando que satisfaga los objetivos para lograr una buena relación maestro-alumno en el nuevo siglo XXI.
Las leyendas son relatos tradicionales que se basan en elementos imaginativos o en las proezas de seres sobrenaturales, que se han transmitido de generación en generación. En esta categoría te acercamos los principales mitos y leyendas de la historia.
LA LLORONA
Leyenda Mexicana del Periodo Virreinal
Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos de la ciudad de México que se recogían en sus casas a la hora de la queda, tocada por las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o tremendo dolor físico.
Las primeras noches, los vecinos contentábanse con persignarse o santiguarse, que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellas, de ánima del otro mundo; pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados, quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las obscuras noches o en aquellas en que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.
Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada noche distintas, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía.
"La hora avanzada de la noche, - dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de La Llorona."
Tal es en pocas palabras la genuina tradición popular que durante más de tres centurias quedó grabada en la memoria de los habitantes de la ciudad de México y que ha ido borrándose a medida que la sencillez de nuestras costumbres y el candor de la mujer mexicana han ido perdiéndose.
Pero olvidada o casi desaparecida, la conseja de La Llorona es antiquísima y se generalizó en muchos lugares de nuestro país, transformada o asociándola a crímenes pasionales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer, parecía gozar del don de ubicuidad, pues recorría caminos, penetraba por las aldeas, pueblos y ciudades, se hundía en las aguas de los lagos, vadeaba ríos, subía a las cimas en donde se encontraban cruces, para llorar al pie de ellas o se desvanecía al entrar en las grutas o al acercarse a las tapias de un cementerio.
La tradición de La Llorona tiene sus raíces en la mitología de los antiguos mexicanos. Sahagún en su Historia (libro 1º, Cap. IV), habla de la diosa Cihuacoatl, la cual "aparecía muchas veces como una señora compuesta con unosatavíos como se usan en Palacio; decían también que de noche voceaba y bramaba en el aire... Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y los cabellos los tocaba de manera, que tenía como unos cornezuelos cruzados sobre la frente". El mismo Sahagún (Lib. XI), refiere que entre muchos augurios o señales con que se anunció la Conquista de los españoles, el sexto pronóstico fue "que de noche se oyeran voces muchas veces como de una mujer que angustiada y con lloró decía: "¡Oh, hijos míos!, ¿dónde os llevaré para que no os acabéis de perder?".
La tradición es, por consiguiente, remotísima; persistía a la llegada de los castellanos conquistadores y tomada ya la ciudad azteca por ellos
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