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Azucar Y Sal


Enviado por   •  21 de Septiembre de 2013  •  359 Palabras (2 Páginas)  •  334 Visitas

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. Azúcar y Sal

Había una vez una casita de sal, construida al pie de la montaña.

En la casa vivían una viejita toda toda de sal, y un viejito todo todo de azúcar.

Unos días se querían mucho y otros no paraban de discutir:

Que si patatín, que si patatán...

Que si patatán, que si patatín...

Una tarde tuvieron una riña terrible, y acabaron tirándose los trastos a la cabeza.

La viejita levantó su bastón de sal y le gritó al viejito:

-¡Lárgate de aquí, viejo empalagoso! ¡Hazte una casa para ti solo!

El viejito se fue llorando; pero no mucho, para no derretir sus mejillas... de azúcar.

Con sus manos, de azúcar, construyó una casita de barro.

Era una casa muy linda, pero el viejito de azúcar estaba triste porque echaba de menos a la viejita de sal.

Un día decidió ir a verla, y le dijo:

-¿Me das un poco de sal para la sopa?

La viejita, enojada, le contestó:

-Si quieres sal, búscala en el fondo del mar.

El viejito volvió a su casa llorando; pero no mucho, para no derretir sus mejillas... de azúcar. Estaba desconsolado.

Entonces vio una nube grande y gris, y exclamó:

-¡Si pudieses llorar por mí...!

Y comenzó a llover...

A llover...

A llover cántaros.

Con tanta agua, la casita de sal empezó a derretirse.

La viejita salió bajo la lluvia, corriendo, para que no se le derritieran sus pies de sal, a la casita de barro.

Llamó a la puerta, gritando:

-¡Por favor, déjame entrar!

Leemos mejor día a día

Primer grado

Y el viejito contestó:

-No quisiste darme ni un granito de sal. ¡Pues ahí te quedas!

Pero la viejita no se apartaba de la casa.

Al ver que se estaba derritiendo, el viejito sintió mucha pena y, despacito, le abrió la puerta.

Entonces, el viejito de azúcar y la viejita de sal se dieron un abrazo enorme, y se fundieron en un largo beso, ¡dulce y salado!

Como la viejita que era toda de sal estaba empapada, se quedó pegada al viejito, que era todo de azúcar.

Cuando estuvieron secos, por fin, pudieron despegarse.

Pero al viejito de azúcar se le quedó, para siempre, la boca de sal; y a la viejita de sal, para siempre, la boca de azúcar.

Desde entonces vivieron en la casita de barro, y no volvieron a discutir.

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