CUENTOS CORTOS
Enviado por LETTY_G • 31 de Marzo de 2014 • 4.103 Palabras (17 Páginas) • 360 Visitas
Cuentos infantiles: Blanca nieves y los siete enanitos
Nombres de los siete enanitos de Blanca nieves: Sabio, Gruñón, Mudito, Dormilón, Tímido, Mocoso y Bonachón
En un país muy lejano vivía una bella princesita llamada Blanca nieves, que tenía una madrastra, la reina, muy vanidosa.
La madrastra preguntaba a su espejo mágico si ella era la más guapa del mundo entero y éste respondía:
- Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres.
Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo mágico:
- ¿Quién es la más bella?
Pero esta vez el espejo contestó:
- La más bella es Blanca nieves.
Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador:
- Llévate a Blanca nieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón.
Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.
Blanca nieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una preciosa casita.
Entró sin dudarlo.
Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete camitas. La pobre Blanca nieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque, juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida.
Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas minas y se admiraron al descubrir a Blanca nieves.
Entonces ella les contó su triste historia. Los enanitos suplicaron a la niña que se quedase con ellos y Blanca nieves aceptó, se quedó a vivir con ellos y todos estaban felices.
Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo:
- ¿Quién es ahora la más bella?
- Sigue siendo Blanca nieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos...
Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque.
Blanca nieves estaba sola, pues los enanitos estaban trabajando en la mina. La malvada reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blanca nieves dio el primer bocado, cayó desmayada.
Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blanca nieves tendida en el suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella.
En ese momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más contemplar a Blanca nieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente, Blanca nieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina.
Blanca nieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina y desde entonces todos vivieron felices. FIN
Caperucita roja
Caperucita roja va a casa de su abuelita a llevarle la merienda, pero no sabe que por el camino hay un gran peligro acechándola. ¿Quieres saber más?... pues sigue leyendo. Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la niña la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, muy contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para... ¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un leñador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su mamá. Fin
La cenicienta
Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.
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