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Cuentos Cortos


Enviado por   •  7 de Abril de 2014  •  1.877 Palabras (8 Páginas)  •  289 Visitas

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La zorra y el león

Había una vez un león hambriento , y queriendo encontrar ocasión para comer, preguntó a la oveja cómo era su aliento. Y la oveja respondió la verdad, diciéndole que muy apestoso. El león, fingiéndose entonces ofendido, le dio un fuerte golpe en la cabeza y la mató diciéndole: - ¡Ahí va! porque no has sentido vergüenza de ofender a tu rey. ¡Ahora recibe eso!

Después preguntó el león lo mismo a la cabra, es decir, si su aliento olía bien. Y la cabra, viendo cuán mal lo había tomado con la oveja, le contestó que su aliento era maravilloso y olía muy bien.

Entonces el león le pegó un fuerte golpe en la cabeza y la mató exclamando: - ¡Ahí va! porque me has adulado con falsedades. ¡Ahora toma eso! Y después hizo aquella misma pregunta a la zorra, pidiéndole cómo tenía el aliento. Pero la zorra se alejó de él, recordando lo mal que les había ido a las otras y le contestó : - ¡ De buena fe, señor , le digo que no le puedo responder a su pregunta, puesto que me hallo resfriada y nada percibo de su aliento !.

Y así se escapó del león. Y los demás animales que se pusieron en el peligro, sin provecho murieron, ya que no supieron evadirse y alejarse de la respuesta.

La tortuga sabia

Era una tortuga que sabía de todo: qué día empezaba la primavera, quién descubrió América, por qué el elefante tenía trompa… y muchas otras cosas más. Sin embargo, el día que cumplió cien años descubrió que no sabía su nombre. Y se puso muy, pero muy triste. Tanto que empezó a llorar con grandes lagrimones…

—De qué me vale saber tanta cosa —se dijo— si no sé cómo me llamo.

Su amigo el tortugo, que había venido a visitarla y a festejar con ella su cumpleaños, quedó asombradísimo. Nunca había visto llorar a una tortuga. Pero en cuanto ésta le contó el motivo, lo comprendió enseguida. Y le aconsejó:

—¿Por qué no te vas de viaje, tortuguita sabia? A lo mejor, preguntando y preguntando, encuentras a alguien que sepa decirte tu nombre.

Así fue como la tortuga preparó su valija y, siempre llorando, se fue por el mundo a averiguar su nombre. Anduvo y anduvo, pero nadie supo informarla. Ni el elefante Elegante, ni la mariposa Rosa, ni el loro Coro.

Al cumplir doscientos años, llegó de vuelta a su casa. El tortugo la estaba esperando con una torta de doscientas velitas. Y un sobre grande, color rosa. Era una carta de la lechuza Fusa, el más sabio de los animales de este mundo; y en ella le anunciaba que su nombre era… ¡Raquelita!

¿Qué contenta se puso la tortuga!

—¡Raquelita!— murmuró —¡Raquelita! Parece una campanita.

El tortugo le dio un beso y, muy contentos, se comieron la torta.

Y Raquelita, como

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