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Cuentos Cortos


Enviado por   •  18 de Marzo de 2013  •  2.532 Palabras (11 Páginas)  •  694 Visitas

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Dialogo con el ángel de la muerte

Ya habían transcurrido alrededor de dos o tres horas después de concluida la fiesta con motivo a la celebración de mi cuadragésimo-segundo abril. Meditaba y pensaba lo bien que me sentí al compartir con familiares, amigos y compañeros de colegio que no veía desde hace muchos años que decidieron darme como regalo su visita como sorpresa. Como todo cumpleañero me sentí muy alagado y especial. Entre copas de vino, de whisky, de brandis, cervezas, comida, dulces, el famoso deseo de cumpleaños soplando las velitas y el canto de Happy Birthday al cortar el pastel que aderezaba la mesa; sesiones de fotos, chistes, música, recordando travesuras de nuestra niñez en fin, la pase bien. Mientras meditaba, simultáneamente ayudaba a mi esposa a limpiar y recoger las sobras y regueros que siempre quedan en un salón cuando concluye un evento o una reunión. Decimos limpiar antes de irnos a dormir, para al otro día no tener que lidiar con estos quehaceres. Después de terminada la sesión de limpieza mi esposa fue a tomar un baño para luego irse a la cama. Casi siempre ella se entrega a los brazos de Morfeo primero que yo. Siempre me quedo despierto más tiempo leyendo un libro o navegando tal si fuese Simbad el marino, por la red o internet. Estaba empezando a llover, pero paulatinamente los envites de las gotas de lluvia eran cada vez más fuerte y seguidos ya que se avecinaba una terrible tormenta nocturna con estruendosos truenos, ráfagas y fuertes vientos previamente pronosticada.

Media hora más tarde después de haberme dado un refrescante baño, me fui a un sofá en la sala principal de la casa para leer una de las obras de Mario Vargas Llosa. La lluvia ya arreciaba fuertemente y el viento soplaba como queriendo destruir y acabar con todo lo que encontrase a su paso. Cuando de súbito, ¡un apagón! En ese corto instante, la algarabía de la tormenta y el fuerte soplo del viento se convirtieron en mis nuevos acompañantes. A oscuras, a ciegas y palpando por todo el trayecto que atraviesa desde la sala principal a la cocina; tratando de no tropezar con algún objeto de lujo que se encontrase en el camino, con la ayuda de los reflejos que velozmente se producían por el azuloso fragor de los relámpagos a través de las ventanas, pude al fin llegar a mi destino y hallar cerillos y velas. Logre encender un cerillo y cubriéndolo, estuve riñendo con la brisa para que no apagase el cerillo hasta que finalmente, conseguí encender una vela que encontré. Mi esposa, quien dormía como un oso en invierno, no se daba cuenta de que la tormenta estaba acabando casi con medio mundo allá afuera. Regrese al sofá donde estaba leyendo antes del apagón para resumir mi lectura.

Coloque la vela en una mesita que se encontraba al lado izquierdo de uno de los brazos paralelos del sofá. Cuando me senté y abrí el libro, eche un vistazo por encima de mis lentes y comprendí a una silueta fantasmal y negra, exageradamente alta, grande y robusta, que vestía una larga bata negra con un lazo negro amarrado a su cintura; encapuchada y sin rostro tangible que estaba sentada justamente frente a mí en un pequeño sofá. La oscura silueta sostenía en su esquelética mano derecha su guadaña, herramienta usada para cesar las vidas humanas, apoyada en el piso mientras que su otra mano descansaba en su pierna izquierda. Su respiración gruñida y lenta se dejaba auscultar a lo lejos e inmediatamente dio comienzo a su plática conmigo. –No temas-, me dijo con voz metálica, grave, misteriosa y oculta. El miedo y yo nos pusimos al unísono e hicimos buena pareja a partir de ese entonces por el terror que inspiraba aquella siniestra figura. – ¿Sabes quién soy?-, pregunto el espectro. – Me parece haberlo visto en una que otra revista y he oído hablar algo de usted, aunque no mucho-, respondí nervioso y con la voz rota. El sudor y el escalofrió me envolvían con su manto de fúnebres incertidumbres mientras la corta y rápida fosforescencia de los relámpagos hacían difícil la percepción del tenebroso rostro del siniestro invitado. –Ciertamente soy la persona a quien has visto y de quien has oído hablar-, repuso la tenebrosa sombra. –Me llaman el ángel de la muerte, y como notaras solo ando en busca de aquellos inscritos en mi larga lista-, indico la oscura presencia. El viento calmo sus fuertes envites, trayendo la calma a todos los árboles, vallas metálicas, postes de luz, cables eléctricos y demás testigos de su forzudo enviste; aunque la lluvia no renunciaba a dejar de caer, seguía causando grandes inundaciones por toda la ciudad. – ¿En qué le puedo servir?-, le pregunte al fantasmagórico invitado. –Sé que está muy feo ahí afuera y para ser honesto no me quiero mojar-, indico el enigmático ser. –Pero como dice el viejo dicho -después de la tormenta siempre llega la calma, en lo que eso sucede podemos entablar una conversación y familiarizarnos un poco más, aunque creo conocerte-, añadió el espectro. –Suena usted como muy cómico para lo oscuro que inspira su personalidad-, ose en comentar tímidamente. –En realidad me considero un tipo amistoso porque todos terminan acompañándome, jajajaja!!!!-, repuso el oscuro ser con una carcajada macabra. –Ya veo-, corrobore. –Para familiarizarnos permítame por solo curiosear; ¿Por qué hace usted esto?-, le pregunte al tétrico ángel tomándole ya un poco de confianza. – ¡Ha! Es una larga historia-, corto el ángel. -Pero para hacerte el cuento largo más corto solo te diré que abajo sucede lo mismo que pasa allá arriba-, me respondió levantando y señalando hacia arriba con su macabra guadaña. –Soy el cobrador de almas y las llevo donde sus prestadores, como un negocio bancario; por así decirlo-, respondió la negra silueta.

El viento aventaba suavemente agitando la llama de la vela encendida creando un vaivén de luz tenue en la penumbra y pude así distinguir los férreos ojos de la fúnebre criatura. Sus ojos pronunciaban calderas encendidas donde agonizaban las almas carbonizadas. Acerco un poco su rostro hacia mi e insinuando el terror que revelaba su mirada se ladeo hacia un lado del asiento y resumió su conversación. –Como te mencionaba hace un momento, tengo una larga lista de deudores a quienes tengo que cobrar para poder ganar lo que me conserva vivo-, comento la criatura. –Entonces ¿Quién le paga a usted?-, le pregunte. –El Príncipe de las Tinieblas-, me respondió cortamente. -Llevamos el negocio de las almas y hasta ahora nos va muy bien-, repuso el espectro. -¿Alguna vez no has sentido remordimiento por cobrar prematuramente algún alma?-, le pregunte. –Es un sentimiento que no existe desde hace mucho siglos en mí-, contesto la oscura silueta. – ¿Ni siquiera de los niños y ancianos?-, insistí. –Te mentiría si te dijera que al principio sí, pero como dice el viejo dicho

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