Divina Comedia Canto 4
Enviado por moliqueso • 7 de Noviembre de 2012 • 559 Palabras (3 Páginas) • 1.399 Visitas
El infierno canto 4
Rompió el profundo sueño de mi mente un gran trueno, de modo que cual hombre que a la fuerza despierta, me repuse; la vista recobrada volví en torno ya puesto en pie, mirando fijamente, pues quería saber en dónde estaba.
En verdad que me hallaba justo al borde del valle del abismo doloroso, que atronaba con ayes infinitos.
Oscuro y hondo era y nebuloso, de modo que, aun mirando fijo al fondo, no distinguía allí cosa ninguna.
«Descendamos ahora al ciego mundo --dijo el poeta todo amortecido -: yo iré primero y tú vendrás detrás. » Y al darme cuenta yo de su color, dije: « ¿Cómo he de ir si tú te asustas, y tú a mis dudas sueles dar consuelo?» Y me dijo: «La angustia de las gentes que están aquí en el rostro me ha pintado la lástima que tú piensas que es miedo.
Vamos, que larga ruta nos espera. » Así me dijo, y así me hizo entrar al primer cerco que el abismo ciñe.
Allí, según lo que escuchar yo pude, llanto no había, mas suspiros sólo, que al aire eterno le hacían temblar.
Lo causaba la pena sin tormento que sufría una grande muchedumbre de mujeres, de niños y de hombres.
El buen Maestro a mí: «¿No me preguntas qué espíritus son estos que estás viendo? Quiero que sepas, antes de seguir, que no pecaron: y aunque tengan méritos, no basta, pues están sin el bautismo, donde la fe en que crees principio tiene.
Al cristianismo fueron anteriores, y a Dios debidamente no adoraron: a éstos tales yo mismo pertenezco.
Por tal defecto, no por otra culpa, perdidos somos, y es nuestra condena vivir sin esperanza en el deseo. » Sentí en el corazón una gran pena, puesto que gentes de mucho valor vi que en el limbo estaba suspendidos.
«Dime, maestro, dime, mi señor -yo comencé por querer estar cierto de aquella fe que vence la ignorancia- : ¿salió alguno de aquí, que por sus méritos o los de otro, se hiciera luego santo?» Y éste, que comprendió mi hablar cubierto, respondió: «Yo era nuevo en este estado, cuando vi aquí bajar a un poderoso, coronado con signos de victoria.
Sacó la sombra del padre primero, y las de Abel, su hijo, y de Noé, del legista Moisés, el obediente; del patriarca Abraham, del rey David, a Israel con sus hijos y su padre, y con Raquel, por la que tanto hizo, y de otros muchos; y les hizo santos; y debes de saber que antes de eso, ni un esptritu humano se salvaba. » No dejamos de andar porque él hablase, mas aún por la selva caminábamos, la selva, digo, de almas apiñadas No estábamos aún muy alejados del sitio en que dormí, cuando vi un fuego, que al fúnebre hemisferio derrotaba.
Aún nos encontrábamos distantes, mas no tanto que en parte yo no viese cuán digna gente estaba en aquel sitio.
«Oh tú que honoras toda ciencia y arte, éstos ¿quién son, que tal grandeza tienen, que de todos los otros les separa?» Y respondió: «Su
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