La Divina Comedia Canto I
Enviado por vanessamonge • 3 de Mayo de 2015 • 943 Palabras (4 Páginas) • 398 Visitas
CANTO I
A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por
haberme apartado del camino recto.
¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta
selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es
tanto. Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas
que he visto. No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando
abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una cuesta, donde
terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y
vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por
todos los senderos. Entonces se calmó algún tanto el miedo que había
permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta
angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago,
al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi
espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió
nunca nadie vivo.
Después de haber dado algún reposo a mi fatigado cuerpo, continué
DIVINA COMEDIA
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subiendo por la solitaria playa, procurando afirmar siempre aquel de mis pies que
estuviera más bajo. Al principio de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de
rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista,
sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para
retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de aquellas
estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el primer movimiento
a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces me daban motivo para
augurar bien de aquella fiera de pintada piel. Pero no tanto que no me infundiera
terror el aspecto de un león que a su vez se me apareció; figuróseme que venía
contra mí, con la cabeza alta y con un hambre tan rabiosa, que hasta el aire
parecía temerle. Siguió a éste una loba que, en medio de su demacración,
parecía cargada de deseos; loba que ha obligado a vivir miserable a mucha
gente. El fuego que despedían sus ojos me causó tal turbación, que perdí la
esperanza de llegar a la cima. Y así como el que gustoso atesora y se entristece
y llora con todos sus pensamientos cuando llega el momento en que sufre una
pérdida, así me hizo padecer aquella inquieta fiera, que, viniendo a mi encuentro,
poco a poco me repelia hacia donde el sol se calla. Mientras yo retrocedía hacia
el valle, se presentó a mi vista uno, que por su prolongado silencio parecía mudo.
Cuando le vi en aquel gran desierto:
- Piedad de mí -le grité- quienquiera que seas, sombra u hombre verdadero.
Respondióme:
- No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres fueron lombardos y ambos
tuvieron
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