Ejercicios Del Estilo
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EJERCICIOS DE ESTILO
Raymond Queneau
Versión y estudio introductorio de Antonio Fernández Ferrer
SEXTA EDICIÓN
ÍNDICE
Introducción
ANEXO: Ejercicios de estilo posibles
EJERCICIOS DE ESTILO
Notaciones
Por partida doble
Lítotes
Metafóricamente
Retrógrado
Sorpresas
Sueño
Pronosticaciones
Sínquisis
Arco iris
Logo-rallye
Vacilaciones
Precisiones
Punto de vista subjetivo
Otro punto de vista subjetivo
Relato
Palabras compuestas
Negatividades
Animismo
Anagramas
Distinguo,
Homeoteleutones
Carta oficial
Propaganda editorial
Onomatopeyas
Análisis lógico
Insistencia
Ignorancia
Pretérito perfecto
Presente
Pretérito indefinido
Imperfecto
Alejandrinos
Poliptótones
Aféresis
Apócopes
Síncopas
Yo ya
Exclamaciones
Entonces
Ampuloso
Vulgar
Interrogatorio
Comedia
Apartes
Parequesis
Fantasmagórico
Filosófico
Apóstrofe
Torpe
Desenvuelto
Parcial
Soneto
Olfativo
Gustativo
Táctil
Visual
Auditivo
Telegráfico
Oda
Permutaciones por grupos crecientes de letras
Permutaciones por grupos crecientes de palabras
Helenismos
Conjuntos
Definiciones
Tanka
Versos libres
Translación
Lipograma
Anglicismos
Próstesis
Epéntesis
Paragoges
Partes de la oración
Metátesis
Por delante por detrás
Nombres propios
Pasota
Ticon tila titi
Antonímico
Latín macarrónico
Homofónico
Galicismos
Paraloss Englaysays
Contre-petteries
Botánico
Médico
Injurioso
Gastronómico
Zoológico
Impotente
Modern style
Probabilista
Retrato
Geométrico
Paleto
Interjecciones
Amanerado
Inesperado
Introducción
Dedico mi parte en este libro a alguien que se llama, aplicando un S+n, "Zuriñe» ...et à ceux qui nourris de littérature et de musique sont morts de faim.
A. F. F.
En el caso del libro que en e:¡te preciso momento comienzo a prologar... y que tú, lector, deberías haber empezado no antes de la página 49..., pero me temo que, siguiendo la costumbre, acabas de iniciar la lectura a partir de esta misma introducción, lo cual me lleva a interrumpirte con la primera nota a pie de página .
En el caso de esta obra, decía, cuyo verdadero prólogo comienza ahora, no puede afirmarse, como lo hace el comienzo del conocido relato evangélico, que en el principio fue el verbo (o, mejor, la palabra, que es traducción más llevadera en castellano), pues en el origen de Ejercicios de estilo fue la música. Así lo cuenta el propio Queneau al iniciar la introducción que escribió para la edición ilustrada por Carelman y Massin:
En una entrevista con Jacques Bens, Michel Leiris recuerda que «en el transcurso de los años treinta, estuvimos escuchando juntos (Michel Leiris y yo) en la sala Pleyel un concierto en el que se interpretaba el Arte de la Fuga. Me acuerdo que lo seguimos muy apasionadamente y que, al salir, nos dijimos que sería muy interesante hacer algo de ese tipo en el plano literario (considerando la obra de Bach, no desde el ángulo del contrapunto y fuga, sino como construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio)».
En efecto, fue acordándome de Bach muy conscientemente como escribí Ejercicios de Estilo, y muy en especial de esa sesión de la sala Pleyel; pero, ¿era, seguro, antes de la guerra? En cualquier caso, fue en mayo del 42 cuando compuse los doce primeros (que, además, han quedado como los doce primeros del libro); pensaba limitarme a eso y titulé este modesto intento Dodecaedro, porque, como es sabido, ese bello poliedro tiene doce caras. El director de una revista muy distinguida que aparecía entonces en zona llamada libre y que me había pedido un «texto», me devolvió el Dodecaedro con aire consternado, incluso diría con tristeza, como si hubiese querido jugarle una mala pasada.
Aquello no me impidió continuar; en agosto del 42, en noviembre del 42, en julio del 44, una docena más se añadió a Dodecaedro. En febrero de 1945, La Terre n’est pas une vallée de larmes, publicación surrealista y belga dirigida por Marcel Marien, publicó nueve de ellos con el título Ejercicios de Estilo; una nota decía: «El autor piensa, de este modo, "tratar el mismo asunto" —un incidente real, por lo demás, y trivial— de un centenar de maneras diferentes. Seguramente esos cien capítulos idénticos en cuanto al tema no dejarán de provocar, leídos en hilera (sic), algún efecto en el lector.» Esta nota la había redactado yo, por supuesto.
En el transcurso de 1945, escribí otros dieciocho que aparecieron en diciembre del mismo año en Fontaine. En resumidas cuentas, en tres años, había redactado menos de cincuenta; todo el resto fue liquidado durante el verano de 1946 en Isle-sur-Sorgue. Me detuve en los noventa y nueve, juzgando satisfactoria la cantidad; ni tanto ni tan calvo: el ideal griego, vaya .
Como es sabido, James Joyce se propuso escribir una obra maestra, la voluminosa novela titulada Ulysses, ciñéndose a un solo día en la vida del protagonista, un 6 de junio de 1904, un día de Dublín como otro cualquiera. Queneau parte de asunto aún más trivial y ajeno a complejidades simbólicas. Con una anécdota nimia, explícita ya en el primer texto de la serie («Notations»), construye noventa y nueve variaciones distintas. Como un huevo de Colón literario, la ideíca nos sorprende gratamente con ese don propio de las ocurrencias que cualquiera puede tener, pero que nadie ha pensado.
Aparte de la inspiración musical que provocó tan curiosa obra, Queneau contaba con algún ejemplo clásico. Sin ir más lejos, en la literatura francesa decimonónica, la réplica de Cyrano de Bergerac cuando, en el archifamoso drama de Edmond Rostand, contesta airosamente al vizconde que se ha burlado, de manera excesivamente pedestre, de la «muy gran nariz» del protagonista:
Eso es muy corto, joven;
...