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El Viejo Y El Mar


Enviado por   •  4 de Febrero de 2014  •  1.100 Palabras (5 Páginas)  •  308 Visitas

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EL VIEJO Y EL MAR

En el Gulf Stem en un bote, hacia ochenta y cuatro días que un viejo pescador solitario no recogía n solo pez.

En los primeros cuarenta días, había tenido consigo un ayudante. Pero desoyes de ese tiempo, los padres del muchacho, le habían dicho que el vejo estaba definitivamente salado, lo cual era la peor forma de la mala suerte. Por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote, que en lo primero semana cogió tres buenos peces.

Entristeció al muchacho ver al viejo regresa todos los días con su bote vacio, siempre bajaba a ayudarle, a cargar los rollos de sedal, el bichero, el arpón y la veía arrollada al mástil. La vela remendada con sacos de harina, parecía una bandera en permanente derrota.

El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las manchas pardas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar Caribe estaban sus mejillas.

Todo en el era viejo, salvo sus ojos y estos tenían el color mismo del mar, eran alegres e inofensivos.

-Santiago le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba el bote- yo podrea volver con usted. Hemos hacho algún dinero.

El viejo había enseñado al muchacho a pescar y este le tenis cariño.

-no –dijo el viejo. Tu sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.

Los pescadores que aquel edias habían tenido éxito habían llegado y después de limpiar sus agujas los llevaban tendidas sobre dos tablas, a la pescadería, donde esperaban a que el camión del hielo los llevara al mercado en la Habana. Los que habana.

Los que habían pescado tiburones los habían llevado a la factoría, al otro lado de la ensenada, donde eran izados en apárelos de polea , les sacaban los hígados, les cortaban las aletas y los desollaban y cortaban su carne en trozos para salarla.

-Santiago –dijo el muchacho.

-Que-dijo el viejo. Con el vaso en mano pensaba en las cosas de hacia muchos años.

Lo recuerdo todo, desde la primera vez que salimos juntos.

El viejo lo miro con sus amorosos y confiados ojos quemados por el sol.

-Si fuera hijo mío me arriesgaría a llevarte-dijo-. Pero tu eres de tu padre y de tu madre y trabajas en un bote que tiene suerte.

Recogieron el aparejo del bote. El viejo se echo en mástil al hombro y el muchacho cargo la caja de madera, de los enrolladlos sedales pardos de apretada malla, el bichero y el arpón con su mango.

Marcharon juntos camino arriba hasta la cabaña del viejo y entraron, la puerta estaba abierta. El viejo inclino el mástil con su vela arrollada contra la pared y el muchacho puso la caja y el testo del aparejo junto a el. El mástil era casi tan largo como el cuarto único de la choza. Esta estaba hecha de las recias pencas de la palma real que llaman guano, y había una cama, una mesa, una silla y un lugar en el piso de tierra para cocinar con carbón.

-Ahora voy por las sardinas –dijo el muchacho. Cuando volvió, el viejo estaba dormido en la silla.

El sol se estaba poniendo. El muchacho alcanzo la frazada del viejo de la cama y se la echo sobre los hombros.

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