El árbol de sal
Enviado por SAGI830129SL3 • 29 de Octubre de 2014 • Tesis • 1.408 Palabras (6 Páginas) • 197 Visitas
El árbol de sal
Los mocovíes, indígenas del norte argentino, conocen un helecho llamado Iobec Mapic, al que muchos confunden con un árbol, por que tiene un gran porte y puede llegar a los 2 metros de altura. Dice la leyenda que cuando Cotaá (Dios) creó el mundo hizo esta planta para que alimentara al hombre; la planta se expandió rápidamente y fue de gran utilidad para la humanidad que la consumía agradecidamente. Neepec (el diablo), sintió envidia de ver lo útil que era esta planta y se propuso destruirlas a todas, de la forma en que fuese necesario y posible. Se elevó por los aires y fue a las salinas más cercanas, llenó un gran cántaro con agua salada y los arrojó sobre las matas con la intención de quemarlas con el salitre. Fue entonces que las raíces absorbieron el agua; la sal se mezcló con la savia y las hojas tomaron el mismo gusto. Cotaá triunfó una vez más porque la planta no perdió su utilidad, ya que con ella sazonan las carnes de los animales salvajes y otros alimentos...
La viuda
Cuenta la leyenda que hace muchísimos años, en un pueblo perdido entre las montañas y ríos de los Valles Calchaquíes de Argentina, había una adolescente llamada Carolina que llegaba semanalmente a vender los frutos de su quinta. Era muy hosca y desconfiada, de naturaleza reprimida, fruto de una educación muy seria y estricta que no le permitía hacer las cosas comunes que caracterizaban a las adolescentes de su misma edad. La escolaridad primaria la había hecho en una escuela rural, así que su grupo de amigos era muy limitado. Siempre llegaba con la cabeza gacha y, muy tímidamente, iba de negocio en negocio descargando su preciosa carga. Siempre parecía apurada, menos cuando llegaba al negocio de Antonio, ahí, casi inconscientemente demoraba. Recorría el negocio, pedía precios o solamente charlaba un rato con su mamá, siempre ante la mirada fija de él, que la ponía nerviosa e intranquila. Pero no podía evitar mirarlo, era más fuerte que ella, aunque ni siquiera lograba darse cuenta de por qué. Pero el que sí se dio cuenta fue Antonio, le resultó clarísima la actitud de esta mujercita inexperta, y mofándose de ello ante un grupo de amigos, hicieron una apuesta donde el trofeo a disputar era el amor y los favores de Carolina. Primero se hizo el enamorado, luego el novio, pero la situación lo fue atrapando hasta que, sin siquiera darse cuenta, tenían una relación formal. Ella lo amaba profundamente y él, ante tanta entrega sucumbió, pero no por eso dejó de lado su vida llena de descontrol, de libertinaje y de gusto para con las demás mujeres. Era un mujeriego empedernido y su gran necesidad siempre había sido correr de alcoba en alcoba. La adrenalina del peligro lo hacía sentirse vivo. Y así continuaron las cosas hasta que un día decidieron casarse. Ella lo amaba más allá de su vida. Confiaba ciegamente en él, en su amor, en su fidelidad, más que nada en su fidelidad, pues a ella, dueña de una vida de rectitud y de códigos, no podía ni siquiera imaginar que “su Antonio” pudiera serle infiel. Y se casaron. Antonio siguió con su vida llena de descontroles, aunque cuidándose ahora para que su esposa no se enterara. Pero un día, una amante despechada, le hizo saber a Carolina de las andanzas de su marido. No lo pudo creer en un principio, pero luego, llena de dudas y de miedos, sintiendo que el mundo se le caía encima, comenzó a espiarlo hasta que descubrió que aquello que jamás había imaginado estaba ahí ante sus ojos, que el amor de su vida la dejaba por otras. Y su mente comenzó a enfermar. Luego, de tanto dolor, también enfermó su alma y su cuerpo. Y una madrugada, estando sola, la muerte se la llevó, y con ella, su alma llena de dolor, de sed de venganza y de desilusiones. Y cuenta la leyenda que Carolina hizo un trato con el Diablo para vivir eternamente y vengarse de tamaña infidelidad. Dicen que la han visto cuando sale por las noches y se sube a las ancas de los caballos de los hombres que vuelven a sus casas luego de haber estado con mujeres que no son las suyas, que se apoya en sus espaldas traspasándoles un frío tan intenso que
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