Ensayos Literarios
Enviado por israescoto • 21 de Marzo de 2015 • 44.897 Palabras (180 Páginas) • 317 Visitas
Ensayos literarios
Robert Louis
Stevenson
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ENSAYOS SOBRE LA ESCRITURA
CARTA A UN JOVEN QUE SE PROPONE
ABRAZAR LA CARRERA DEL ARTE
Con la seductora franqueza de la juventud
me plantea una cuestión de indudable
importancia para usted y (cabe pensar también)
de cierta trascendencia para la humanidad: ¿ha
de ser o no artista? Es ésta una pregunta a la
que debe responder usted mismo; lo más que
puedo hacer por usted es atraer su atención
sobre algunos factores que debe tener en
cuenta; y empezaré, como es probable que
termine, asegurándole que todo depende de la
vocación.
Saber lo que a uno le gusta marca el
comienzo de la sabiduría y de la madurez. La
juventud es una edad totalmente experimental.
La esencia y el encanto de esa época ajetreada y
deliciosa residen tanto en la ignorancia de uno
mismo como en la ignorancia de la vida. Una y
otra vez aúna el hombre joven estas dos
incógnitas, ya en un ligerísimo roce, ya en un
abrazo amargo; con un placer exquisito o con
un dolor punzante; pero en ningún caso con
indiferencia, a la cual es totalmente ajeno, o con
ese sentimiento cercano a la indiferencia, la
aceptación. Si se trata de un joven sensible, que
se excita con facilidad, el interés por esta serie
de experimentos excederá con mucho el placer
que de ellos derive. Aunque así lo crea, no ama
la belleza ni busca el placer; su objetivo será
cumplir su vida y degustar la diversidad del
destino humano, y en ello hallará suficiente
recompensa. Porque hasta que la cuchilla de la
curiosidad se embota, todo lo que no es vida y
búsqueda desaforada de experiencias ofrece
para él un rostro de repulsiva aridez que
difícilmente podrá evocar más tarde; o, de
haber alguna excepción -y el destino entra aquí
en escena-, es en los momentos en que, hastiado
o ahíto de la actividad primaria de los sentidos,
revive en su memoria la imagen de los placeres
y las penas pasados. De esta suerte, rechaza las
profesiones rutinarias y se inclina
insensiblemente hacia la carrera del arte que
solamente consiste en saburear y dar cuenta de
la experiencia.
Esto, que no es tanto vocación por un arte
cuanto impaciencia para con las restantes
ocupaciones honradas, se presenta
frecuentemente aislado; y siendo así, se va
borrando con el paso de los años. Bajo ningún
concepto se le debe prestar atención, pues no es
una vocación, sino una tentación; y cuando,
hace días, su padre desaprobó de forma tan
cruda (y a mi juicio) tan certera su ambición, no
es improbable que recordase un episodio
similar de su pasado. Porque acaso la tentación
sea tan frecuente como la vocación es rara.
Además, hay vocaciones imperfectas; hay
hombres vinculados no tanto a un arte en
particular cuanto al ars artium general, base
común de todo arte creativo; ora se entregan a
la pintura, ora estudian contrapunto o
pergeñan un soneto: todo con idéntico interés,
no pocas veces con conocimientos genuinos. Y
de esta disposición, cuando despunta, me
resulta difícil hablar; pero le aconsejaría
dedicarse a las letras, pues, al servicio de la
literatura (red de tan amplia cabida), toda su
erudición pudiera serle útil algún día y, si
continuara trabajando y se convirtiera al cabo
en un crítico, sabría utilizar las herramientas
necesarias. Por último, llegamos a esas
vocaciones que son, a la vez, claras y decisivas;
a los hombres que llevan en las venas el amor a
los pigmentos, la pasión por el dibujo, el talento
para la música o el impulso de crear mediante
las palabras, de la misma forma que otros, o
acaso los mismos, nacen amantes de la caza, el
mar, los caballos o el torno. Están
predestinados; si un hombre ama su oficio con
independencia del éxito u la fama, los dioses
han llamado a su puerta. Tal vez posea una
vocación más amplia: sienta debilidad por
todas las artes, y pienso que a menudo éste es
el caso; pero es en esa disciplinada entrega a
una sola, en el entusiasmo inquebrantable por
los logros técnicos y (quizá por encima de todo)
en la candorosa actitud con que acomete su
insignificante empresa con una gravedad
propia de los cuidados del imperio y estima
valioso conseguir, a cualquier coste de trabajo y
tiempo, la mejora más insignificante, donde
hallamos huellas de su vocación. La ejecución
dc un libro, de una escultura, de una sonata
deben emprenderse con la insensata buena fe y
el espíritu incansable de un niño que juega.
¿Merece la pena? Siempre que al artista se le
ocurre hacerse esta pregunta, ampara una
respuesta negativa. No se le ocurre al niño que
juega a los piratas en un sillón del comedor, ni
tampoco al cazador que rastrea su presa; la
ingenuidad de aquél y el ardor de éste debieran
fundirse en el corazón del artista.
Si descubre en usted inclinaciones tan
acusadas, no haya lugar para vacilaciones:
ríndase a ellas. Y observe (pues no es mi
intención desalentarle excesivamente) que, al
principio, nuestra natural disposición no se
consuma con brillantez o, diré más bien, con
tanta regularidad. El hábito y la práctica afilan
los talentos; la perseverancia resulta menos
desagradable, y con el paso del tiempo es
incluso
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