La desconfianza
Enviado por luuuuu • 13 de Diciembre de 2012 • Examen • 458 Palabras (2 Páginas) • 515 Visitas
desconfianza que nada justificaba, cual hubo de demostrar luego, el señor Samsa y las dos mujeres salieron al rellano y, de bruces sobre la barandilla, miraron cómo aquellos tres señores lenta, pero ininterrumpidamente, descendían la larga escalera, desapareciendo al llegar a la vuelta que daba ésta en cada piso, y reapareciendo unos segundos después.
A medida que iban bajando, decrecía el interés que hacia ellos sentía la familia Samsa, y, al cruzarse con ellos primero, y seguir subiendo después, el repartidor de una carnicería, que sostenía orgullosamente su cesto en la cabeza, el señor Samsa y las mujeres abandonaron la barandilla y, aliviados de un verdadero peso, entráronse de nuevo en la casa.
Decidieron dedicar aquel día al descanso y a pasear: no sólo tenían bien ganada esta tregua en su trabajo, sino que les era hasta indispensable. Sentáronse, pues, a la mesa, y escribieron tres cartas disculpándose: el señor Samsa a su jefe, la señora Samsa al dueño de la tienda, y Grete a su principal.
Cuando estaban ocupados en estos menesteres, entró la asistenta a decir que se iba, pues ya había terminado su trabajo de la mañana. Los tres siguieron escribiendo sin prestarle atención, contentándose con hacer un signo afirmativo con la cabeza. Pero al ver que ella no acababa de marcharse, alzaron los ojos con enfado.
-¿Qué pasa? -preguntó el señor Samsa.
La asistenta permanecía sonriente en el umbral, cual si tuviese que comunicar a la familia una felicísima nueva, pero indicando con su actitud que sólo lo haría después de haber sido convenientemente interrogada. La plumita plantada derecha en su sombrero, y que ya molestaba al señor Samsa desde el momento en que había entrado aquella mujer a su servicio, bamboleábase en todas las direcciones.
-¿Bueno, vamos a ver, qué desea usted? -preguntó la señora Samsa, que era la persona a quien más respetaba la asistenta.
-Pues -contestó ésta, y la risa no le dejaba seguir-, que no tienen ustedes ya que preocuparse respecto a cómo van a quitarse de en medio el trasto ese de ahí al lado. Ya está todo arreglado.
La señora Samsa y Grete inclináronse otra vez sobre sus cartas, como para seguir escribiendo; y el señor Samsa, advirtiendo que la sirvienta se disponía a contarlo todo minuciosamente, la detuvo, extendiendo con energía la mano hacia ella.
La asistenta, al ver que no le permitían contar lo que tenía preparado, recordó que tenía mucha prisa.
-¡Queden con Dios! -dijo, visiblemente ofendida.
Dio media vuelta con gran irritación, y abandonó la casa dando un portazo terrible.
-Esta noche la despido -dijo el señor Samsa.
Pero no recibió respuesta, ni de su mujer ni de su hija, pues la asistenta parecía haber vuelto a turbar
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