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Las Dos Glorias


Enviado por   •  3 de Marzo de 2015  •  2.428 Palabras (10 Páginas)  •  336 Visitas

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Las dos glorias

de Pedro Antonio de Alarcón

Un día que el célebre pintor flamenco Pedro Pablo Rubens andaba recorriendo los templos de Madrid acompañado de sus afamados discípulos, penetró en la iglesia de un humilde convento, cuyo nombre no designa la tradición.

Poco o nada encontró que admirar el ilustre artista en aquel pobre y desmantelado templo, y ya se marchaba renegando, como solía, del mal gusto de los frailes de Castilla la Nueva, cuando reparó en cierto cuadro medio oculto en las sombras de feísima capilla; acercase a él, y lanzó una exclamación de asombro.

Sus discípulos le rodearon al momento, preguntándole:

- ¿Qué habéis encontrado, maestro?

- ¡Mirad! -dijo Rubens señalando, por toda contestación, al lienzo que tenía delante.

Los jóvenes quedaron tan maravillados como el autor del "Descendimiento".

Representaba aquel cuadro la "Muerte de un religioso". Era éste muy joven, y de una belleza que ni la penitencia ni la agonía habían podido eclipsar, y hallábase tendido sobre los ladrillos de su celda, velados ya los ojos por la muerte, con una mano extendida sobre una calavera, y estrechando con la otra, a su corazón, un crucifijo de madera y cobre.

En el fondo del lienzo se veía pintado otro cuadro, que figuraba estar colgado cerca del lecho de que se suponía haber salido el religioso para morir con más humildad sobre la dura tierra.

Aquel segundo cuadro representaba a una difunta, joven y hermosa, tendida en el ataúd entre fúnebres cirios y negras y suntuosas colgaduras....

Nadie hubiera podido mirar estas dos escenas, contenida la una en la otra, sin comprender que se explicaban y completaban recíprocamente. Un amor desgraciado, una esperanza muerta, un desencanto de la vida, un olvido eterno del mundo: he aquí el poema misterioso que se deducía de los dos ascéticos dramas que encerraba aquel lienzo.

Por lo demás, el color, el dibujo, la composición, todo revelaba un genio de primer orden.

- Maestro, ¿de quién puede ser esta magnífica obra? -preguntaron a Rubens sus discípulos, que ya habían alcanzado el cuadro.

- En este ángulo ha habido un nombre escrito (respondió el maestro); pero hace muy pocos meses que ha sido borrado. En cuanto a la pintura, no tiene arriba de treinta años, ni menos de veinte.

- Pero el autor....

- El autor, según el mérito del cuadro, pudiera ser Velázquez, Zurbarán, Ribera, o el joven Murillo, de quien tan prendado estoy.... Pero Velázquez no siente de este modo. Tampoco es Zurbarán, si atiendo al color y a la manera de ver el asunto. Menos aún debe atribuirse a Murillo ni a Ribera: aquél es más tierno, y éste es más sombrío; y, además, ese estilo no pertenece ni a la escuela del uno ni a la del otro. En resumen: yo no conozco al autor de este cuadro, y hasta juraría que no he visto jamás obras suyas. Voy más lejos: creo que el pintor desconocido, y acaso ya muerto, que ha llegado al mundo tal maravilla, no perteneció a ninguna escuela, ni ha pintado más cuadro que éste, ni hubiera podido pintar otro que se le acercara en mérito.... Ésta es una obra de pura inspiración, un asunto "propio", un reflejo del alma, un pedazo de la vida.... Pero.... ¡Qué idea! ¿Queréis saber quién ha pintado ese cuadro? ¡Pues lo ha pintado ese mismo muerto que veis en él!

- ¡Eh! Maestro.... ¡Vos os burláis!

- No: yo me entiendo....

- Pero ¿cómo concebís que un difunto haya podido pintar su agonía?

- ¡Concibiendo que un vivo pueda adivinar o representar su muerte! Además, vosotros sabéis que profesar "de veras" en ciertas Órdenes religiosas es morir.

- ¡Ah! ¿Creéis vos?...

- Creo que aquella mujer que está de cuerpo presente en el fondo del cuadro era el alma y la vida de este fraile que agoniza contra el suelo; creo que, cuando ella murió, él se creyó también muerto, y murió efectivamente para el mundo; creo, en fin, que esta obra, más que el último instante de su héroe o de su autor (que indudablemente son una misma persona), representa la profesión de un joven desengañado de alegrías terrenales....

- ¿De modo que puede vivir todavía?...

- ¡Sí, señor, que puede vivir! Y como la cosa tiene fecha, tal vez su espíritu se habrá serenado y hasta regocijado, y el desconocido artista sea ahora un viejo muy gordo y muy alegre.... Por todo lo cual ¡hay que buscarlo! Y, sobre todo, necesitamos averiguar si llegó a pintar más obras.... Seguidme.

Y así diciendo, Rubens se dirigió a un fraile que rezaba en otra capilla y le preguntó con su desenfado habitual:

- ¿Queréis decirle al Padre Prior que deseo hablarle de parte del Rey?

El fraile, que era hombre de alguna edad, se levantó trabajosamente, y respondió con voz humilde y quebrantada:

- ¿Qué me queréis? Yo soy el Prior.

- Perdonad, padre mío, que interrumpa vuestras oraciones (replicó Rubens). ¿Pudierais decirme quién es el autor de este cuadro?

- ¿De ese cuadro? (exclamó el religioso.) ¿Qué pensaría V. de mí si le contestase que no me acuerdo?

- ¿Cómo? ¿Lo sabíais, y habéis podido olvidarlo?

- Sí, hijo mío, lo he olvidado completamente.

- Pues, padre... (Dijo Rubens en son de burla procaz), ¡tenéis muy mala memoria!

El Prior volvió a arrodillarse sin hacerle caso.

- ¡Vengo en nombre del Rey! -gritó el soberbio y mimado flamenco.

- ¿Qué más queréis, hermano mío? -murmuró el fraile, levantando lentamente la cabeza.

- ¡Compraros este cuadro!

- Ese cuadro no se vende.

- Pues bien: decidme dónde encontraré a su autor....Su Majestad deseará conocerlo, y yo necesito abrazarlo, felicitarlo..., demostrarle mi admiración y mi cariño....

- Todo eso es también irrealizable....Su autor no está ya en el mundo.

- ¡Ha muerto! -exclamó Rubens con desesperación.

- ¡El maestro decía bien! (pronunció uno de los jóvenes.) Ese cuadro está pintado por un difunto....

- ¡Ha muerto!... (Repitió Rubens.) ¡Y nadie lo ha conocido! ¡Y se ha olvidado su nombre! ¡Su nombre, que debió ser inmortal! ¡Su nombre, que hubiera eclipsado el mío! Sí; "el mío"..., padre.... (Añadió el artista con noble orgullo.) ¡Porque habéis de saber que yo soy Pedro Pablo Rubens!

A este nombre, glorioso en todo el universo, y que ningún hombre consagrado a Dios desconocía ya, por ir unido a cien cuadros místicos, verdaderas maravillas del arte, el rostro pálido del Prior se enrojeció súbitamente, y sus abatidos ojos se clavaron en el semblante del extranjero con tanta veneración como sorpresa.

- ¡Ah! ¡Me conocíais! (exclamó Rubens

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