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¿Puede El Habla Local Y Regional Pueden Alcanzar Una Buena Traducción A Otro Idioma?


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2013  •  2.649 Palabras (11 Páginas)  •  414 Visitas

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Desde que el mundo es mundo, como solía decir mi abuelo, ha habido una resistencia manifiesta o soterrada, y no pocas veces enconada, contra las traducciones en general. Las razones para la sospecha y la inquina han estado a la orden del día. Imaginen nada más las barbaridades que los "traductores" improvisados les habrán hecho decir a sus reyes en esos diálogos con otros monarcas, que implicaban negociaciones vitales para la supervivencia de sus respectivos reinos, y las absurdas guerras que acaso habrán tenido lugar por una palabra mal traducida, fuera de contexto, o claramente violatoria de un código social o cultural, claro para los unos, pero oscuro para los otros. Yo me pregunto, por ejemplo, qué se callaron, o más bien qué prefirieron no decir, y por tanto qué atenuaron, alentaron o tergiversaron esos indígenas que, con conocimientos mínimos del lenguaje extranjero, hacían las veces de traductores de los conquistadores españoles, cuando estaba en juego la posibilidad de un acuerdo o de un enfrentamiento mortal con los caciques de las nacionalidades que éstos encontraban a su paso. El poder que dichos traductores improvisados tuvieron en cada uno de eso diálogos, fue enorme y posiblemente decisivo en la historia, pero la sospecha respecto de ellos permaneció pese a los servicios prestados.

Hay sin embargo otro tipo de traducciones que han levantado no pocas opiniones en contra. Las literarias, por ejemplo, en las que los traductores han cortado, recortado, reelaborado, sustituyen e invitado abiertamente al engaño o a la confusión. Hace algunos años yo leía un articulo elaborado por un teólogo católico, en el que explicaba que "el ojo de la aguja" que aparece en el Nuevo Testamento y que sirve para que Jesús diga que le sería más fácil pasar a un camello por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos, era en realidad una puerta de La Meca llamada "la aguja", por su forma geométrica, la misma que era lo suficientemente amplia para el paso de un hombre erguido, pero muy pequeña como para que pudiera entrar por ahí un camello. Para lograrlo, un camellero habría tenido que hacer que el enorme animal doblara las patas delanteras y, tras empujarlo con todas sus fuerzas desde las ancas, hacer que éste atravesara de rodillas la puerta de "la aguja". Puesto que esta puerta era bien conocida en el Medio Oriente, la referencia original distó bastante de la que se le dio posteriormente. Y es que, ¿qué podía saber el monje italiano que traducía del griego al latín esos pasajes de la Biblia en la soledad de un monasterio engastado en los Apeninos, sobre esa puerta famosa en otra región llamada "la aguja"? Por supuesto que nada, así que lo más probable es que -sin que hubiera malicia en su proceder- dio a entender que Jesús se refería al simple ojo de una aguja común. Como éste, hay una infinidad de malos entendidos, tergiversaciones y creaciones libres tanto en la Biblia como en otros tantos libros sagrados. Algunos han sido obra de la buena fe, otras de las presiones y desafíos políticos del momento, pero el resultado ha sido casi siempre una mancha de oscuridad ahí donde debía de haber habido luz.

En la literatura profana, es decir, en la literatura a secas, las cosas no han sido muy diferentes y los críticos han sido multitud. Cervantes, por ejemplo, le hizo decir al Quijote: "Osaré yo jurar que no es vuesa merced conocido en el mundo, enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrinconados! ¡Qué de virtudes menospreciadas! Pero con todo esto, me parece que el traducir de una lengua a otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se ven con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles ni arguye ingenio, ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel”. Y el gran Lope de Vega no se queda atrás cuando escribe en La Filomena: “... plegue a Dios que yo llegue a tanta desdicha por necesidad, que traduzca libros de italiano a castellano; que para mi consideración es más delito que pasar caballos a Francia”. Thomas Bernhard es aún más implacable, pues en su obra "El Reformador", hace que el protagonista diga: "Los traductores desfiguran los originales, al punto que los originales llegan al mercado como algo desfigurado". Y agrega con tono acusatorio: "...es el diletantismo y la suciedad del traductor lo que hace una obra tan repugnante que da asco." Las citas por el estilo, provenientes de personajes muy importantes de la historia de la literatura siguen por la misma vereda; no en vano se ha dicho muchas veces esa frase que traída del italiano, acierta al decir: traductore, tradittore. Es decir, traductor, traidor.

Hace unos años, uno de los temas de conversación entre mis amigos literatos llamados, no son razón, "El círculo voyerista de Quito", giró en torno a la traducción que había realizado León Felipe de "Hojas de Hierba", el famoso poemario de Walt Whitman, y, decididos a dilucidar, hasta donde se podía, lo de la fidelidad o no de la traducción, con un libro de los poemas en inglés en una mano y el libro de León Felipe en la otra, llegamos a la conclusión de que León Felipe había, poeta magnífico como era, cambiado todo lo que pudo del original para meterlo a horcajadas dentro de su propio estilo poético, elaborando rimas que acaso sonaban bien en nuestro idioma, pero tenían poco que ver con el espíritu de lo escrito por Whitman. Con esta constatación, que realizamos página a página, quedó en entre dicho aquello que Augusto Monterroso dijera en cuanto a que “ni el más torpe traductor logrará estropear del todo una página de Cervantes, de Dante o de Montaigne”. Suerte que no agregó Whitman porque la rida habría sido aún mayor. Recuerdo que todos estuvimos de acuerdo entonces en que la traducción que Jorge Luis Borges hiciera de "Hojas de Hierba", era definitivamente mejor que la León Felipe, pero que sin duda seguía siendo una versión de Borges más que de Whitman.

Algo similar me sucedió con algunos poemas de "Las flores del mal", de uno de mis poetas preferidos, el gran Baudelaire: mi relativamente poco manejo del francés no me impidió darme cuenta de que la traducción era libérrima, por decir lo menos, de tal manera que decidí traducir yo mismo unos cuantos poemas para mi propia satisfacción y disfrute. Quizá por un exceso de ufanía, recuerdo que llegué a concluir que mis traducciones, pese a mis limitaciones, eran mejores que las que había tratado de pasar por buenas la traductora

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