TOMASIN BIGOTES
Enviado por sharick2012 • 25 de Noviembre de 2012 • 3.395 Palabras (14 Páginas) • 7.467 Visitas
Tomasin Bigotes.
I
Cuando ese día, de mañanita, sin que nadie supiera quién era ni de donde venia, apareció tomasin en la plaza de Monteverde, una vieja, que fue la primera en verlo, se sonrió y dejo escapar esta simpática impertinencia:
¿Para donde va bigotazos con ese hombrecito?
La vieja tenía razón. Tomasin no era ningún gigante. Por el contrario: era un hombrecito de escasamente uno con cincuenta de estatura, ni flaco ni gordo, pero eso sí, con un fértil y arisco bigotazo que llamaba la atención en todas partes, como acababa de hacerlo en ese instante, y que le había granjeado el apodo de tomasin bigotes, por el cual era conocido.
De genio excelente y muy respetuoso con los ancianos, tomasin bigotes dijo un sonriente “buenos días, viejita”, agregando en seguida:-vengo buscando trabajo. ¿No habrá por aquí?
La vieja, sin dejar de sonreír, no solo le dijo que si había sino que le dio la dirección de un hombre que necesitaba peones. Dando las gracias, el hombrecito siguió las señas y se alejo canturreando su canción predilecta:
La cucaracha, la cucaracha
Ya no puede caminar,
Porque le falta, porque le falta
Una pata para andar.
Y mientras cantaban bailaba en un solo pie como quizás no lo habría hecho ni el mismo bicho en mención, o en canción, mejor.
Que bigotazos tan charro este –murmuro la anciana, sonriendo con su boca hundida, arrugadita como una pasa y sin pizca de dientes.
Y contagiada por la canción, también ella empezó murmurar:
La cucaracha, la cucaracha
Ya no puede caminar
Llegado ante el sujeto que le había indicado la vieja, el hombrecito saludo y formulo su petición.
Este lo miro de arriba abajo como pensado para sí: “¿miren a este enano dizque pidiéndome trabajo! ¿Para qué va a servir con esa figurita de nada! ¿Darle trabajo yo? ¿Ni riesgo!”.
Soy bueno para descuajar monte. Para todo lo que me pongan, mejor dicho- se auto recomendó tomasin.
-no hay nada –corto el hombre.
-pero me acaban de informar que.
- se equivocaron. No hay nada.
En ese momento les acerco un hombracho moreno, bizco, de piernas torcidas y puños como mazas. Lucia una enorme cicatriz en el lado izquierdote el car sombrío y un gesto como para espantar al más temerario. El hombre del trabajo denoto un malestar instantáneo. Tomasin lo califico de inmediato: miedo.
“¿Quién será este grandulazo?”- se pregunto mentalmente.
De haber vivido en Monteverde hubiera sobrado la pregunta. El hombrazo rea nada menos que el pasmo y el terror de todos los hombres no solo del pueblo sino de varias lenguas a la redonda. Vivía desafiando y apaleando a cuantos incautos se le ponían por delante. Barrabas lo llamaban, y nadie podría con barrabas. Absolutamente nadie. Barrabas daba órdenes. Barrabas gritaba. Barrabas blasfemaba. Barrabas se mofaba. Barrabas injuriaba. Barrabas desafiaba a dios y al diablo. Barrabas se apoderaba de cuanto se le antojaba. Barrabas era el rey, el amo… barrabas le hablaba en ese momento:
-¿Quién sos voz?
-¿yo?-pregunto a su vez tomasin.
-si, burro, vos –rugió el malandrín empezando a enfurecerse.
Tomasin no se altero.
-yo –contesto, y agrego para mayor información: -yo soy yo. ¿Y vos?
-no te importa –trono el gigante, y concreto la pregunta: -¡que como te llamas, pedazo de salchichón con bigotes!
El hombrecito lo miro por un segundo. Luego, fingiendo un bostezo aburrido, repuso:
-yo me llamo tomasin. Pero no para servirte. Yo no sirvo a gente tan grosera y bocona.
-ah, ¿con que alzado y todo el hombrecito, no? –bravo barrabas. T ni corto ni perezoso lo agarro por la correa y lo alzo como dos metros-. Vas a tener que respetarme vos también, enano, o de lo contrario te vuelvo hilachas.
-¿hilachas, si? –indago tomasin, impulsándose en el aire a manera de columpio, como si no sintiera la mejor emoción.
-¡hilachas! –grazno el gigante, y repitió:-¡hilachas!
Entonces ocurrió lo nunca visto antes en Monteverde: tomasin bigotes salto como un tigre al cuello del hombretón y en menos de lo que canta un gallo se le aferro a él con las piernas, anudándolas de una manera extraordinaria que el enemigo empezó a perder ventaja en el acto. Trato de zafársele en todas las formas pero fue inútil. El hombrecito parecía una boa constrictora. Mientras lo estrangulaba, le golpeaba la cara, los ojos, el cerebro…
-¿ves como se pelea, gigantón engreído? –decía-. ¿Lo estás viendo? ¡Aprende, bellacon! Barrabas resollaba de la ira y del dolor, pataleaba, manoteaba, halaba, se quejaba, maldecía, pero nada. Tomasin bigotes no lo soltaba ni dejaba de golpearlo.
-¡Toma, gigantón bellacon! ¡Toma! ¡Toma!
La sangre manaba de la cara del adversario, que minutos después no veía siquiera. Hasta que al fin, comprobando aquello de que no hay gigante que no caiga ni vencedor que no sea vencido ni hablador que no sea acallado ni soberbio que no sea humillado ni humilde que no sea ensalzado, se dejo caer como un buey en total abatimiento. Tomasin bigotes salto ágilmente, y, como todo un héroe de película, le puso un pie en el pecho, preguntándole:
-¿te rindes, ah?
La respuesta fue un gemido.
-que no te vuelva a ver por aquí, ¿oíste?
Un nuevo gemido de asentimiento.
Entonces, el pueblo entero de Monteverde, que se había ido reuniendo alrededor de los contrincantes, se hizo una sola garganta para lanzar un ¡vivaaaaaaaaa! Que retumbo por todas partes gloriosamente. Después todo el mundo felicito al triunfador y eligió su habilidad y envidio sus agallas y agradeció su proeza y denigro del desarrollo…
-vean en lo que paro el invencible.
-y miren la cosita que lo tumbo.
-todo gavilán tiene su cirirí.
-yo soy chiquito pero cumplidor –declaro el hombrecito, y dirigiéndose al que le había negado el trabajo, inquirió no sin cierta ironía:
-ahora si le sirvo, ¿no?
II
Días después tomasin bigotes estaba voleando hacha y machete en pleno monte, soldado de la aventura de la colonización. Los compañeros se admiraban de su habilidad y de la fortaleza de su brazo que nunca se cansaba. El solo derribaba más árboles que nadie. Su hacha y su machete, grandísimos para el, relucían y cantaban salvaje y poderosamente en la verde manigua.
-¡Qué hombrecito más bravo este tomasin! –murmuraban los demás-. Nunca habíamos conocido otro igual. ¡Qué brío y que ánimos los suyos!
Una vez más daba pruebas de su nunca desmentido coraje. ¿Qué un tigrillo feroz le saltaba encima desde la copa frondosa y oscura de un árbol centenario? Pues serenamente, como si se tratara de la cosa más natural del mundo, peleaba con él y no tardaba en dominarlo, muchas veces a mano limpia, sin arma alguna. ¿Qué una venenosa serpiente le cortaba el paso enroscándose agresivamente agitando la delgada lengua como saboreándose de algo? Muy sencillo: tomaba un palo y ¿guape! El pobre reptil en el acto.
Todo a los demás colonos, con ser tan valientes, siempre le temía a alguna cosa en especial. A las fieras, a las brujas, al diablo, a las tempestades, a los duendes y espantos del monte. A alguna cosa. Menos tomasin.
-¡que me teman a mi porque lo que soy yo no nací en el mes de los temblores! –Decía con una alegre inmodestia que causaba simpatía-. ¡Yo soy chiquito pero cumplidor! –solía repetir con su picara sonrisa abigotada.
En la aldea todas las muchachas casaderas andaban enamoradas del hombrecito desde el día de su pelea con barrabas. Y cada vez que este salía de la montaña, todas y cada una de ellas se embellecían en la mejor forma para agasajarlo. Tomasin, enamorado y romántico como ninguno, las alababa a todas por igual, pero no podía disimular su especial preferencia por una llamada lucia cantarín. Definitivamente, a su lado las demás no podía desempeñar ningún papel importante. Ella las eclipsaba. Era inútil que se acicalaran y que trataran de competir con ella.
“Ninguna le da siquiera a los talones a lucia cantarín. Ninguna”, pensaba tomasin con emoción.
En su interior empezaba a soñar con que algún día, cuando hubiera reunido unos buenos pesos, se casaría y se iría con ella, monte adentro, a despejar su propia tierra. Toda la vida él había sido un vagabundo que iba de aquí para allá, trabajando unas semanas o unos meses sin encontrar sosiego en ninguna parte. En todas peleaba siempre con los montones, venciéndolos invariablemente. Y después de hacerlo, era como si ya no encontrara incentivo alguno para permanecer y echar raíces. Sin embargo, aquí, en Monteverde, era distinto. Aquí estaba lucia cantarín.
Pero tomasin bigotes debía trabajar muy duramente antes de poder llegar a la casa de la muchacha y pedir su mano en matrimonio. Por el momento no tenía nada. Solo lo que llevaba puesto, y otra muda para el trabajo. Nada más. A pesar de ello, ¿cuántos lo hubieran dado todo por ser como él y por tener su coraje, su hombría, su inmensa y generosa valentía!
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