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Unica Mirando Al Mar


Enviado por   •  1 de Octubre de 2013  •  37.153 Palabras (149 Páginas)  •  773 Visitas

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ÚNICA MIRANDO AL MAR

Fernando Contreras Castro (costarricense)

Para mis abuelos:

Rafael Castro Piepper y

Amparo Villegas de Castro

Por tanto cariño y tantas anécdotas

...Celso Coropa recogió en la

palma de su mano un rayo

de sol y suspiro:

-¡Hay veces que no me

gusta la vida!...

Frente a el, había como una

Tortura de raíces y bejucos.

-...Y hay veces que si-Aña-

dio.

Entre la tortura de raíces y

Bejucos habían una flor.

Carlos Salazar Herrera.

La Montaña.

Cuentos de Angustias y Paisajes.

I

M

as por la vieja costumbre que por cualquier principio ordenador del mundo, el sol comenzó a salir agarrado del filo de la colina, como en un ultimo esfuerzo de montañista pendiendo sobre el abismo de la noche anterior.

El bostezo imperceptible de las moscas y el estirón de alas de la flota de zopilotes, no significaron novedad alguna para los buzos de la madrugada. Entre la llovizna persistente y los vapores de aquel mar sin devenir, los últimos camiones, ahora vacíos, se alejaban para comenzar otro día de recolección. Los buzos habían extraído varios cargamentos importantes de las profundidades de su mar muerto y antes de que los del turno del día llegaran a sumar sus brazadas, se apuraban a seleccionar sus presas para la venta en las distintas recicladoras de latas, botellas y papel, o en las fundidoras de metales mas pesados.

Los buzos diurnos comenzaban a desperezarse, a abrir la puertas de sus tugurios edificados en los precarios de las playas reventadas del mar de los peces de aluminio reciclable. Los que vivían mas lejos, se preparaban para subir la cuesta de arcilla fosilizada que contenía desde hacia ya veinte años el paradero de la mala conciencia de la ciudad.

Como fue al principio, y no pararía hasta el apocalíptico instante de su cierre, a eso de las seis de la mañana los lepidópteros gigantes esperaban a sus operarios para comenzar a amontonar las ochocientas toneladas de basura que la ciudad desecha diariamente; como fue al principio, los operarios de los tractores se calentaban primero con un café con leche que servían de una botella de cocacola envuelta en una bolsa de cartón. Después , a bordo de sus maquinas, emprendían la subida.

Salvo el descanso del almuerzo y el del café de la tarde, todo el día removían y amontonaban basura, como una marea artificial, de oeste a este, de adelante hacia atrás con la vista fija en las palas, mientras las poderosas orugas vencían los espolones de plástico de las nuevas cargas que depositaban los camiones recolectores; de adelante hacia atrás, todo el día, como herederos del castigo de Sísifo sin haber ofendido a los dioses con ninguna astucia particular.

A las ocho de la mañana el sol ya alumbraba precariamente la pudredumbre de algún octubre ahogado entre los nueve meses de lluvia anuales de la Suiza Centroamericana.

El Bacán, con sus cuatro o cinco años, esperaba sentado sobre los restos mortales de una cocina, encallados ahí desde hacia tanto tiempo que ya era casi inimaginable el basurero de Río Azul sin ellos. No muy lejos, los buzos trabajaban con el único horario posible en ese lugar: el flujo y reflujo de los camiones recolectores.

Mujeres de edades indescifrables a menudo, hombres y niños sin edad alguna rumiaban lo que la cuidad había dado ya por inservible, en busca de lo que azar también hubiera tirado al basurero.

El Bacán esperaba aperezado en su cocina usual vigilando de cuando en cuando a una de las mujeres, tratando de distinguirla entre las demás compañeras de buceo; cada vez que se percataba, espantaba las moscas de su cara y sus brazos, mientras jugaba con un juguete hallado ahí mismo no hacia mucho tiempo, su juguete nuevo.

Algo brillo un instante entre lo negro de la basura e hizo que el niño dejara su lugar privilegiado y se internara un poco entre los desechos. El niño perdió de vista el resplandor, por lo que tuvo que devolverse caminando hacia atrás hasta encontrarlo nuevamente. En ese juego estuvo largo rato, hasta que logro seguir el brillo fugaz que lo llevo hasta un objeto medio enterrado en la basura. Lo tomo por donde pudo y tiro de el. Algo casi redondo salió de entre la basura y se fue pareciendo a una manzana conforme El Bacán lo frotaba contra su camiseta. Era una manzana dorada, con una inscripción: “Paaaa-rr-ra llla mmmmas belllllla”, “Para la mas bella” leyó el niño comprendiendo a duras penas la frase.

La escondió bajo su ropa y regreso a su ligar. Paso un par de horas repitiéndose la frase en voz alta sin que la belleza como concepto acabara de cuajar er su mente. Aquella frase no tenia ningún sentido posible más allá de unas cuantas palabras de las que usaba sueltas en su lenguaje cotidiano.

El niño se puso de pie guardando el equilibrio sobre sus piernas flacas, se afirmo lo mejor que pudo y lanzo la manzana hacia la basura de donde había salido. Como aspirada en un bostezo de la tierra, la manzana se hundió con su vocación frustrada.

La mujer que el niño esperaba, vino de lejos la escena y dejo su búsqueda para correr hacia el lugar donde creía haber visto caer el objeto dorado; pero ni su mejor esfuerzo, ni su vasta experiencia en el buceo de profundidad sirvieron para recuperar la cosa. Voltio la cara hacia el niño y lo miro con las cejas y los labios arqueados, como si aquel hecho intrascendente hubiera tensado en su rostro el arco de su desesperanza. El Bacán correspondió el gesto añadiéndole un subir y bajar de hombros que termino de aclarar a la mujer que ni tirando al tiempo hacia atrás de los cabellos de la nuca podría saber de que se trataba aquello que el niño había menospreciado sin criterio.

El niño, de inteligencia precoz, y Unica Oconitrillo maestra agregada, pensionada a la fuerza a sus cuarenta y pico de años, por esa costumbre que tiene la gente de botar lo que aun podría servir largo tiempo, formaban un binomio indisoluble. Ella le enseño a hablar, y el le imprimió un sentido a su vida.

A alturas de sus presumibles cuatro años, ya Unica le había enseñado a leer, y no le permitió bucear hasta casi sus diez años, cuando se percato de que hacia tiempo ya, El Bacán buceaba a sus espaldas en busca exclusivamente cualquier cosa que leer, de octubre en octubre, o de nada en nada, entre las coorde-nadas de un tiempo, que de puro estar tirado ahí, también se venia pudriendo en vida, pasando vertiginosamente despacio, o lentamente apresurado, como abstrayendo a

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