Vargas Llosa Critica

En algún momento, a lo largo de la campaña electoral realizada por Mario Vargas Llosa a partir de 1985, Mark Malloch Brown, un británico experto en imagen a quien se le encargó esa tarea, me preguntó que por qué no escribía un diario. Insistió muchas veces en que lo hiciera no sólo porque mi participación en ella –una inclusión que yo mismo pedí a Mario– no sólo permitiría contar con una crónica pormenorizada y fidedigna de una experiencia política tan singular como arriesgada, sino porque a la posición excepcional que me otorgaba el acompañarlo entonces a todos sus viajes, presentaciones y encuentros, se añadía el hecho de ser yo un viejo amigo suyo y de su familia, alguien que podía por tanto dar testimonio de su entrega, y de los avatares de aquella controvertida empresa de una manera tan imparcial como comprometida.

No lo hice. Retrospectivamente, pienso que se debió tanto a que las tareas que me impuso la campaña insumían todo mi tiempo, cuanto porque no había llevado un diario anteriormente, lo que me había deprivado de una disciplina intelectual y un hábito que supongo es preciso haber cultivado desde la adolescencia para realizarlo satisfactoriamente. Cuarenta años después de conocer a Mario, creo que hice mal, no obstante mis limitaciones, en no haber emprendido ese diario, no tanto porque quién sabe hubiera permitido registrar ?la riquísima experiencia que supuso intervenir en una empresa política que, si bien no lo llevó al poder, sentó las bases de una transformación nacional sin las cuales no se podría explicar los aspectos positivos del renacimiento económico y social peruano experimentado los últimos años, sino porque impidió documentar su entrega a una causa que para él significó interferir dolorosamente con su vocación de escritor, un angustioso riesgo que asumió por afecto al Perú y en busca de demostrar la viabilidad política de sus convicciones morales intelectuales.

Hasta entonces, creo que Mario había centrado su vida en la literatura, en procurarse un modus vivendi que le permitiera centrarse en su apasionada vocación por escribir, lo que implicaba por cierto cultivar apasionadamente la lectura como una necesidad para enriquecerla, pero también como un modo indispensable para ensanchar su experiencia del mundo de su tiempo. Esta dedicación conllevaba también una entrega a auscultar la realidad que alimentaría su ficción sumergiéndose en los lugares en los que situaría sus temas y a sus protagonistas, una práctica que inculcó en él la costumbre de recorrer los escenarios de sus libros –y ?muchas veces aun de sus ensayos y de su tarea periodística– exponiéndose a las dificultades y los riesgos que entrañaba viajar a lugar inhóspitos, aislados o inseguros.

El no haber logrado la Presidencia (aunque la prédica política que realizó a lo

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