DE ARQUIMEDES A EINSTEIN: Las caras ocultas de la invención científica
Enviado por vacacubana • 6 de Noviembre de 2017 • Documentos de Investigación • 4.338 Palabras (18 Páginas) • 2.624 Visitas
PIERRE THUILLIER
DE ARQUIMEDES A EINSTEIN
Las caras ocultas de la invención científica
Como hacia notar F. Bacon al comienzo del siglo XVII, el saber otorga poder. Razón de más para interesarse por todo lo que se dice sobre la ciencia y sus fundamentos. ¿Hay que creer que existe un Método gracias al cual se pueden elaborar teorías estrictamente fieles a los “hechos”?.
No se puede formular una respuesta mínimamente satisfactoria en unas pocas páginas. Si la historia de la ciencia ha podido sacar a luz un “hecho” importante, es sin duda éste: ¡jamás existe una adecuación perfecta entre las teorías y “los hechos”!.
Y si pongo comillas al escribir “los hechos”, la primera razón de ellos es que esta expresión no quiere decir nada de preciso. Los científicos utilizan “hechos”, es decir, un cierto número de observaciones y resultados experimentales. Pero, en cuanto una teoría alcanza cierto grado de generalización y complejidad, es prácticamente imposible tener la certeza de que todos los hechos (o incluso todos los tipos de hechos) pertinentes se hayan tenido en cuenta. Por eso, las teorías mejor confirmadas siguen siendo precarias, frágiles.
Es cierto que, en algunos casos, se puede tener la impresión de que la “teoría” ha sido totalmente comprobada mediante los “hechos”. Así, la afirmación de que la Tierra es esférica (o casi esférica) tuvo primero el estatus de una teoría; los sabios antiguos llegaron a esta idea con la reflexión y la especulación. Más tarde, esta teoría fue brillantemente confirmada (fotografías). Pero aquí está la paradoja; ¡ya no se trata de una teoría! Para nosotros, es un hecho. Resultado alentador, puesto que nos indica que las especulaciones científicas pueden conducirnos a conocimientos reales.
Dicho de otra forma, la noción misma de teoría implica la incertidumbre.
Todo esto no cuestiona de ningún modo la idea misma de investigación científica. Una buena teoría no es una teoría definitivamente irrefutable y absolutamente cierta: es una teoría coherente y que posee eficacia en las condiciones dadas. El malentendido comienza cuando el celo de los publicistas (y a veces de los mismos científicos) hace que se glorifique con exceso la certeza y la objetividad del saber experimental. Y cuando olvidan, entre otras cosas, que algunos de los hechos famosos pueden explicarse mediante varias teorías diferentes. Entre las teorías y los hechos siempre existe un desfase, una especie de “borrosidad”. De forma ideal, los hombres de ciencia tienen como objetivo sacara a la luz el funcionamiento real de la naturaleza; y esto les lleva a observar y experimentar. En este sentido, el “método experimental” expresa cierta verdad: los hombres de ciencia tiene un proyecto preciso y respetan determinadas normas (como aquella que exige una confrontación estrecha y seria de la teoría con los fenómenos a los que concierne). No obstante hay que resaltar la diferencia entre la Ciencia Ideal, que tal vez podamos poseer en el fin de los tiempos, y la ciencia efectiva, que muy a menudo está muy lejos de la perfección. Es difícil hacer dialogar las teorías y los hechos.
Algunas cuestiones a las que se enfrentan los investigadores son: ¿Cómo elegir los hechos buenos entre todos los hechos disponibles? Por “hechos buenos” entendamos aquellos que son significativos, aquellos que presentan de forma bien caracterizada las variables “pertinentes”, los fenómenos “fundamentales”, etc. Cuando una teoría ha sido aceptada, desde hace mucho tiempo, se tiende a subestimar la importancia de este problema. Las sesiones de los “trabajos prácticos” de nuestro sistema de enseñanza contribuyen por otra parte a falsear las perspectivas. Los estudiantes, de forma espontánea creen que eso es “evidente”; su único problema es realizar correctamente la manipulación.
Para los iniciadores, que introdujeron innovaciones en el análisis de la caída libre, de los fenómenos de combustión o de los mecanismos de la herencia, su labor no se reducía a que les “saliese bien” una experiencia. No solamente tenían que localizar os “hechos buenos”, sino que a menudo debían forjarlos en todos sus aspectos (construyendo nuevos aparatos, por ejemplo). Y no solamente debían identificar las “buenas variables”, sino que al mismo tiempo debían definir nuevas nociones y nuevos esquemas teóricos.
En primero lugar, es muy raro que los “hechos” confirmen de forma completa e inmediata la validez de una teoría, ya que a los hechos positivos es casi siempre posible oponer hechos negativos (es decir, desfavorables a la teoría que se comprueba). Un químico notable Marcelin Berthelot, se negó a admitir durante mucho tiempo la teoría atómica. Los escépticos tampoco la aceptaron, ya que la teoría dice siempre mucho más que los “hechos”. Y esto permite a los que se oponen hacer valer este distingo: todo (o casi todo) sucede como quiere vuestra teoría, pero esto no prueba que todas las afirmaciones que contiene respondan a la realidad. Siempre es posible imaginar que los mismos “hechos” puedan ser explicados con una teoría diferente. Bajo este punto de vista, la comparación entre la investigación científica y el desarrollo de una investigación policiaca es válida. La convergencia de los “hechos” puede poner sobre una buena pista, pero no siempre es la que conduce a la verdad.
También puede suceder que algunas teorías sean rechazadas en el mismo instante que aparecen, pero esto no les impide prosperar. De algún modo, éste es el caso de la teoría gravitatoria de Newton: siempre ha debido enfrentarse a anomalías, es decir, a hechos que no conseguía explicar. Pero los newtonianos tenían fe y se decían que, algún día, diversas mejoras permitirían triunfar sobre esos enigmas.
Los “hechos” acaban por hablar. A fuerza de interrogarlos, los investigadores (al menos en algunos casos) acaban por saber de qué se trata. Pero no hay que subestimar las dificultades, de estos interrogatorios; y tampoco hay que sobrestimar el valor de los resultados obtenidos. La teoría mendeliana, todavía hoy, contiene ciertos aspectos oscuros. Y esto puede verse con más claridad todavía en otras teorías prestigiosas, en particular en la darwiniana (o neodarwiniana) de la evolución. Es bien sabido que un espistemólogo como Karl Popper ha llegado a poner en duda que esta teoría sea “refutable” experimentalmente. Dicho de otro modo, se trataría de una serie de enunciados tan amplia y tan fluida que no sería posible organizar una confrontación verdaderamente decisiva con todos los “datos” en cuestión. Más tarde, Popper ha matizado un poco su posición. Pero esta especie de sospecha no deja de tener un sentido preciso: no es
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