El Criterio - Jaime Balmes
Enviado por PelonMarisco • 14 de Noviembre de 2019 • Ensayo • 1.591 Palabras (7 Páginas) • 403 Visitas
El Criterio - Jaime Balmes
La verdad es la realidad de las cosas. Cuando conocemos las cosas como son en sí alcanzamos la verdad, de lo contrario caeríamos en error.
Si deseamos pensar bien, siempre procuraremos conocer la verdad. Aunque a veces conocemos la verdad, pero de un modo grosero; la realidad no se presenta a nuestros ojos tal y como es, siempre viene con alguna falla o alteración.
Cuando conocemos perfectamente la verdad, nuestro entendimiento se parece a un espejo en el cual vemos retratados con toda fidelidad los objetos como son en sí; cuando caemos en error se asemeja a un vidrio de ilusión que nos presenta algo que realmente no existe; pero cuando conocemos la verdad a medias podría compararse a un espejo mal azogado, o colocado en tal disposición que si bien nos muestra objetos reales también están mudados alterando los tamaños y figuras.
El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay, de igual manera debe tener un entendimiento claro, capaz y exacto que abarque el objeto entero; mirarlo por todos sus lados y en todas sus relaciones con lo que le rodea. La conversación y los escritos de estos hombres privilegiados se distinguen por su claridad, precisión y exactitud.
El perfecto conocimiento de las cosas en el orden científico forma los verdaderos sabios, pero este conocimiento debe ser práctico y abrazar también los pormenores de la ejecución que son verdades pequeñas, de las cuales no se puede prescindir, si se quiere lograr el objeto.
El entendimiento es un don fundamental que nos ha otorgado el creador, es como una luz que se nos ha dado para guiarnos en nuestras acciones y es uno de los primeros cuidados de los que todo hombre debe mantenerse al pendiente para tener bien arreglada esa luz.
El arte de pensar no se aprende tanto con reglas como con modelos. A los que se empeñan en enseñarle a fuerza de preceptos, y de observaciones analíticas, se los podría comparar con quien emplea métodos semejantes para enseñar a los niños a hablar o a andar.
La atención es la aplicación de la mente a un objeto. El primer medio para pensar bien es atender bien. Una segueta no corta si no es aplicada al árbol, la hoz no funciona si no es aplicada a un tallo. Algunas veces se le ofrecen los objetos al espíritu sin que atienda; como sucede ver sin mirar y oír sin escuchar; pero el conocimiento que se adquiere, es siempre ligero, superficial, regularmente inexacto o totalmente errado.
Cuando se habla de atención no se refiere a aquella fijeza de espíritu con que este se aloja, por decirlo así sobre los objetos; se refiere una aplicación suave y reposada que permite hacerse cargo de cada cosa, dejándonos empero con la agilidad necesaria para pasar sin esfuerzo de unas ocupaciones a otras.
El hombre atento posee la ventaja de ser más urbano y cortés porque el amor propio de los demás se siente lastimado, si notan que no atendemos a lo que ellos dicen. Es bien notable que la urbanidad o su falta, se conozcan también como atención o desatención.
Es preciso acostumbrarse a tener la atención fuerte y flexible al mismo tiempo y procurar que la formación de nuestros conceptos se asemeje a los cuadros comunes.
La ley cristiana que prohíbe los juicios temerarios es no solo ley de caridad, sino de prudencia y buena lógica. No hay nada más arriesgado que juzgar por una acción, y sobre todo por la intención y apariencias; el curso ordinario de las cosas lleva complicados los sucesos.
El mundo cree dar una regla de conducta muy importante diciendo -piensa mal y no errarás- y se imagina haber enmendado de esta manera la moral evangélica. Conviene no ser demasiado cándido, se nos advierte continuamente; es necesario no fiarse de palabras; los hombres son muy malos, obras son amores y no buenas razones.
No se debe fiar de la virtud del común de los hombres, puesta a prueba muy dura. La razón es clara; el resistir a tentaciones muy vehementes exige virtud firme y acendrada. Esta se halla en pocos. La experiencia nos enseña que en semejantes extremos la debilidad humana suele sucumbir; y la Escritura nos previene que quien ama el peligro perecerá en él. Se sabe que un comerciante honrado se halla en los mayores apuros, cuando todo el mundo le considera en posición muy des embarazada.
Para sospechar mal, no siempre será menester que el apuro sea tal como se ha pintado. Para el común de los hombres suele bastar mucho menos; y para los decididamente malos la simple oportunidad equivale a vehemente tentación.
Para conjeturar cuál será la conducta de una persona en un caso dado, es preciso conocer su inteligencia, su índole, carácter, moralidad, intereses y considerar cuanto puede influir en su determinación.
Aunque se encuentre dotado de libertad de albedrío, el hombre no deja de estar sujeto a una muchedumbre de influencias que contribuyen poderosamente a decidirle. El olvido de una sola circunstancia nos puede llevar al error.
El ceder es debilidad, el volver atrás cobardía; el faltar al deber es manifestar miedo es someterse a la afrenta. El hombre de intención recta y corazón puro, pero pusilánime, mirará las cosas con ojos muy diferentes.
Debemos cuidar mucho de despojarnos de nuestras ideas y afecciones, y guardarnos de pensar que los demás obrarán como obraríamos nosotros.
La reflexión ayudada por costosos desengaños a veces cura este defecto, origen de muchos males privados y públicos; pero su raíz está en el entendimiento y en el corazón del hombre, y desde luego es preciso estar siempre alerta si no se quiere que retoñen las ramas.
No siempre nos es posible adquirir por nosotros mismos el conocimiento de la existencia de un ser y entonces nos es preciso fiarnos del testimonio ajeno. Para que esto no nos induzca a errar, son necesarias dos condiciones, la primera es que el testigo no sea engañado y la segunda es que no nos quiera engañar. Es evidente que faltando cualquiera de estos dos extremos, su testimonio no sirve para encontrar la verdad. Poco nos importa que quien habla la conozca, si sus palabras nos expresan el error; y la veracidad y buena fe tampoco nos aprovechan si quien las posee está engañado.
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