Hume y Descartes - Las pasiones.
Enviado por Barbi Weinstein • 9 de Mayo de 2017 • Documentos de Investigación • 9.488 Palabras (38 Páginas) • 538 Visitas
Desarrollo
En el Tratado de las Pasiones encontramos ya desde el comienzo que René Descartes implanta el dualismo, es decir, separa el cuerpo del alma. Podríamos sostener que esta división ya está marcada por la operación misma del análisis, ya que éste se funda en “conducir ordenadamente [los] pensamientos empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente”1. Es así como en el artículo dos, pone de manifiesto que para entender las pasiones hay que distinguir entre cuerpo y alma, para adjudicar a cada uno las funciones que les corresponden. La frontera de esta división la enuncia en el siguiente artículo (el tercero), cuando señala que lo que todo fenómeno que puede ser atribuido a un objeto inanimado es función del cuerpo, mientras que lo que no puede ser atribuido a éste es función del alma. La conclusión es que el pensamiento pertenece indiscutiblemente al alma, mientras que al cuerpo le confiere dos propiedades fundamentales: el calor y el movimiento. Sustenta esto último sosteniendo que “el cuerpo no piensa de ninguna manera”, y observa que, ya que los cuerpos inanimados también pueden ser susceptible de movimiento o calor, como ocurre en el caso de la llama, “debemos creer que todo el calor y todos los movimientos que hay en nosotros, en tanto no dependen del pensamiento, no pertenecen sino al cuerpo”2. Queda instaurado así el dualismo, que de alguna manera tiene una simetría en los mundos interior y exterior postulados por las doctrinas jesuitas, a las que Descartes había estado expuesto durante su instrucción. Descartes también toma de ellos la introspección, es decir, el “vaciamiento de la conciencia para llenarla de experiencia divina”3, para luego reutilizar este concepto en otra dirección.
Esta división binaria se deriva de la busca de Descartes de una fuente de saber que fuera confiable, no falible: necesita una gnoseología, un método para llegar al conocimiento científico. “La psicología comienza a ser demandada como un fundamento epistemológico de la ciencia”4, se requiere determinar la fiabilidad del origen del saber. En esta vena, desconfía del cuerpo, de los sentidos, porque son causa de error, y acaba así por encontrar un concepto del que no puede dudar: el pensamiento. Postula así dos formas de la sustancia: la res cogitans, y la res extensa, respectivamente la sustancia que piensa, el ser pensante, y la sustancia que existe en el espacio, que puede ser susceptible de medición.
Vemos así que el método del análisis atraviesa todo el Tratado de las Pasiones, que comienza con una división, el dualismo (que también será sostenido hasta el final del texto), para luego aplicar este procedimiento a las dos partes de la oposición planteada. Separa al cuerpo en componentes discretos, estudia sus funciones, lo postula como una máquina: el análisis se convierte así en una mecánica. Luego observa el alma, segrega acciones: la voluntad, las pasiones. Dentro de estas dos secciones vuelve a distinguir en el artículo 18, según el fin de la voluntad: en el alma (amar a Dios) o en el cuerpo (caminar); las pasiones también las divide según su fuente y su efecto, nuevamente tomando al alma y al cuerpo como ámbitos. Es así como trabaja la conexión entre estas entidades, alma y cuerpo: hay percepciones que traen información del cuerpo al alma (art. 23), y hay voluntades que operan sobre el cuerpo (art. 43 y 44). Asimismo postula sentimientos y emociones del alma; estas últimas se dirigen al alma misma (y no a objetos como otros sentimientos), y “son causadas, sostenidas y reforzadas por algún movimiento de los espíritus animales” (art. 30). Esta idea de “espíritus animales” es un concepto aristotélico, energético, que hoy asimilaríamos al sistema nervioso, y por ende pertenece al cuerpo. En esta mecánica fisiológica ubica así la causa de las pasiones en las junturas entre cuerpo y alma (art. 51). El análisis continúa con la identificación de una larga serie de pasiones, derivadas de seis primarias: admiración, amor, odio, deseo, alegría y tristeza (art. 69). El desarrollo concluye diciendo que el conocimiento de las pasiones debería reducir nuestro temor a ellas, pues “vemos que todas son buenas, que lo único que tenemos que evitar es su mal uso o sus excesos, contra los cuales podrían bastar los remedios que he explicado” (art. 211). Cabe aclarar que entiende las pasiones como un medio que prepara al cuerpo para ciertos fines (art. 40).
Ahora bien, del otro lado del Canal de la Mancha, más de un siglo después, David Hume escribe su Disertación sobre las pasiones y otros ensayos morales, y no hay que dejar de tener en cuenta que sus premisas están posibilitadas justamente por Descartes, por la inscripción del análisis cartesiano. Pero mientras Descartes buscaba la abstracción matemática, la razón por sobre la percepción como medio para fundar una ciencia, Hume prefiere trabajar con la base de la experiencia, ir en busca de los datos a la realidad. En toda la extensión de la Disertación se revela esta predominancia del mundo externo como fuente: Hume enuncia que los hechos, los objetos dejan una impresión en el sujeto a través de los sentidos, y que estas impresiones pueden desencadenar pasiones. Ya al principio del texto encontramos la idea: “algunos objetos provocan inmediatamente una sensación (…) a causa de la estructura originaria de nuestros órganos”; ejemplifica con el calor, y luego dice que las impresiones, esas imágenes que son copia de lo percibido en un primer momento, pueden ser recreadas en la imaginación, y así “un hombre no puede pensar en dolores y torturas extremos sin temblar, si corre el riesgo de padecerlos”5. La idea siempre tiene un primer origen externo para Hume. Esta diferencia de abordaje con Descartes está explicada por sus respectivos contextos históricos: Hume vive la época de las revoluciones, que instauran la idea de libertad, del trabajo con la aparición de la clase burguesa, clase por excelencia trabajadora, sin dependencia de un rey: el individuo se hace, no nace. Sin el peso de la religión, puede decir que el conocimiento no tiene origen divino, sino que el sujeto lo obtiene por sí mismo, a través de sus percepciones. Descartes, en el lado opuesto, estaba bajo la sombra de la Inquisición, no podía prescindir de Dios, y lo colocaba como el origen de las ideas: para él eran innatas, preexistían, no podían ser adquiridas mediante el estímulo de las percepciones. En la filosofía cartesiana las ideas eran un punto de partida; en Hume son un punto de llegada. Esto ya se evidencia en su Tratado de la naturaleza humana: “nuestras impresiones son las causas de nuestras ideas y no nuestras ideas las causas de nuestras impresiones”6. La impresión sobrevive al objeto que la provocó, generando una imagen que funciona como “copia” de éste, que permanece cuando el objeto ya no está. Hume compara este proceso con el de la ejecución de un instrumento de cuerda, “en el cual, después de cada pulsación, las vibraciones siguen manteniendo algún sonido, que gradual e insensiblemente decae”. Las imágenes producidas de esa manera, asociadas unas a otras, producen ideas en esa tabula rasa que es el sujeto cuando nace. Así es como otro de los pilares cartesianos es puesto en oposición por Hume: el concepto de causalidad, fundamental para la concepción mecanicista. Hume se inclina por pensar en términos de asociación de ideas, de posibilidades, derivadas de la reiteración de la experiencia. Si un acontecimiento sigue a otro, y esta secuencia se repite, se imprime en el sujeto una asociación entre una cosa y otra, de forma que cuando ocurre una, se espera con cierta probabilidad la otra, como una costumbre. Este concepto puede pesquisarse en la Disertación, donde encontramos una larga enumeración de pasiones (facultada por el análisis cartesiano) y sus asociaciones más usuales: así, encontramos en la sección dos que “la tristeza y la frustración dan lugar a la cólera, la cólera a la envidia, la envidia a la malicia, y la malicia de nuevo a la tristeza”7. La asociación también permite agrupar por semejanza o por cercanía, de forma que la experimentación de una pasión usualmente está asociada a algunas que se encuentran cercanas. El ejemplo que da Hume en la misma sección es claro en este sentido: “un hombre que debido a un insulto recibido de otro, se encuentra con el ánimo muy alterado e irritado, es propenso a encontrar cientos de motivos de odio, disgusto, impaciencia, miedo, y otras pasiones desagradables, especialmente, si puede encontrar esos motivos en la persona que era el objeto de la primera emoción, o cerca de ella”. La asociación de ideas es, en todo caso, secundaria, subordinada a la impresión de la idea, probable pero no necesaria. La asociación se asienta en el mapa analítico, las pasiones se mueven en esa red de probabilidades que se forma a través de la asociación.
Podemos ver así que ambos autores abordan la problemática del conocimiento humano en general, y de las pasiones en particular, desde dos lugares distintos, casi en todo antitéticos, pero siempre de forma lúcida, ordenada, con análisis, dejando sentadas las bases para un nuevo método de hacer ciencia.
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