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RELIGIOSIDAD POPULAR: MÍSTICA Y ESENCIA HUMANA


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2022  •  Ensayo  •  1.326 Palabras (6 Páginas)  •  57 Visitas

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Seudónimo : Atenea

Categoría : Ensayo

RELIGIOSIDAD POPULAR: MÍSTICA Y ESENCIA HUMANA

Nuestro país es una nación multicultural porque en el convergen las diversas formas genotípicas y socioculturales, por ello siempre hablamos del proceso de mestizaje, en el completo sentido de la palabra, como factor primordial de nuestra riqueza cultural. Dentro de este marco se encuentra la religión como agente integrador de los pueblos, y a su vez se ciñen en ella las prácticas y costumbres religiosas que no necesariamente están regidas por la religión como sistema o doctrina sino que responde más bien a un aspecto más sencillo de la vida que es la esencia humana; a esta descripción la denominamos religiosidad popular.

Una muestra de la religiosidad popular se observa en la actualidad, por ejemplo las procesiones de los lienzos o imágenes de santos que recorren por las calles de pueblos andinos, amazónicos y hasta en la misma capital. Esta costumbre de expresión popular en nuestro país se remonta desde antes de la invasión española en 1532, cuando todavía en el Imperio incaico se rendía culto a las momias o mallquis sacándolas en procesión en ciertas fechas especiales y con la finalidad de mantener el recuerdo de los logros y hazañas del inca en su pueblo; así nos lo relata el cronista cuzqueño Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales. Él todavía logró ver las momias de los incas Viracocha, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac antes de su partida a España para reclamar algunos favores de la corona.

En estas procesiones, narra el cronista, se podía observar con qué fervor y suntuosidad paseaban dichas momias por las calles del Cuzco; con toda la pomposidad digna de los más altos nobles del imperio en cuyos altares ambulantes colmada de oro, comida y artefactos que el sapa inca iba utilizar en el Hanan Pacha. Esta práctica, pagana a los ojos del cristianismo que invade nuestro continente desde la llegada de Pizarro, fue prohibida con la instauración del Virreynato y más aún desterrada con peligro de muerte, impuesta por la Santa Inquisición, para aquellos quienes osaban practicarla nuevamente. Años posteriores serían los religiosos dominicos quienes se encargarían de la enseñanza de la doctrina católica a los gentiles, nombre que recibían los indios no bautizados, y con ellos el poder virreinal se aseguraría de aplacar cualquier tipo de sublevación o rebeldía por parte de los incas. Aquellos estaban concientes desde esa época que la religión era una herramienta muy poderosa ya que congregaba y unificaba a quienes profesaban la misma fe, por esta razón era tan necesario y urgente catequizar a los indios usando a la religión como mecanismo de represión y control.

Pero la naturaleza del hombre es tan intrínseca a su ser que existe la mística de la libertad, aunque no física, que no puede ser doblegada por nada ni nadie; aquello explica lo que sucede en el Perú siglos después en el que nuestros antepasados nos legaron esta práctica popular pero con otra forma, haciendo un sincretismo entre la cosmovisión incaica y la religión; por esa razón es que hoy seguimos rindiendo culto a los muertos pero ahora con la forma de una divinidad cristiana representada en una imagen o lienzos sagrados.

Ejemplo similar lo podemos apreciar en México, cuando  después de la invasión de Cortés los mismos autores que en el Perú, los religiosos dominicos, se encargaban de adoctrinar a los aztecas que aún sobrevivían a las masacres de los españoles. Tanto así estaba arraigada su religiosidad popular que cuentan las crónicas que cuando asistían a misa se arrodillaban ante las imágenes sagradas por largos espacios de tiempo, tanto que el párroco no podía creer cómo aquellos indígenas habían adoptado rápidamente su costumbre; pero grande y terrible fue la sorpresa de aquel que al remover dichas imágenes encontraron ídolos aztecas que habían sido colocados dentro de ellas. Aquella actitud enfadó enormemente a los colonizadores que castigaban hasta con la muerte en hoguera, según la costumbre dominica de entonces para la purificación del alma, para quienes habían participado en este sacrilegio y para amedrentar a los demás si incurrían en ella nuevamente.

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