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Aristoteles


Enviado por   •  7 de Mayo de 2014  •  614 Palabras (3 Páginas)  •  167 Visitas

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Estoy en la Casa del Lago del bosque de Chapultepec, aguardando a que dé comienzo el recital de voz y piano que rescata algunas canciones del teatro de revista de principios del siglo pasado. El teatro de revista es un género satírico en el que las palabras tienen doble sentido, ingenioso y de buen humor. También se le conoció como café concierto.

Una anciana derriba la cuarta pared del escenario cuando me pide que cargue su maleta hasta un lado del piano. Y es así que la viejecita canta “El trancazo” de R. García Arellano. Y entonces, es el milagro, pues tras descubrirse el velo, la mezzosoprano Estrella Ramírez se alza garbosa. Intercxchkxbbcbxcbxbcpreta su canción de cabaret, y de pronto, se sienta en mis piernas, y me canta al oído lo que para mí suena como una canción nueva: “Coqueta”, de F. Ruiz. Les juro que esto bastó para que yo decidiera faltar a mi sesión de Reiki, pues una jocosa copla vale más que mil terapias.

Para cantar “El teléfono sin hilos” de Chin Chun Chan, Conflicto chino en un acto y tres cuadros, una zarzuela de Luis G. Jordá, La mezzosoprano me pide prestado mi móvil. Lo toma en sus manos, y al encender la pantalla, descubre una estrella. Es así como Estrella celebra su nombre. Luis G. Jordá (1869-1951) no sólo fue un compositor festivo, también escribió música para órgano, y hasta ganó el premio para la música del primer centenario de la Independencia de México, a cuyo estreno asistí el año pasado.

“La mujer tabla”, a pesar de ser una canción muy vieja, trata un tema siempre nuevo y preocupante. ¿Quién sería el inhábil imprudente que convenció a las jovencitas de que la anorexia es sexy? La letra de esta pieza de domino público hace escarnio de esa idea.

“Los amoríos de Ana” cuenta las peripecias eróticas de una chica casquivana que recibe en su casa a todos los hombres del barrio. Al final, Anita intenta salvar su alma:

Anita que es piadosa fue a ver al confesor y encendida y ruborosa sus pecados le contó. “Acúsome, le dijo, que en un curso, no más, desfiló por mi ventana toda la Universidad”. Y ciego de furor rugía el confesor: “Ana, te vas a condenar, Ana, no tienes salvación, Ana, de buena gana negárate la absolución”. Ana, gemía: “¡Ay! yo pequé pero culpa mía no fue Padre, pues mi ventana tan baja está, pase usted y lo verá”.

Fue muy gratificante qusfsgkjdfnsjvsfhhde Estrella nos enseñara a corear “Ana” cada vez que el nombre de la protagonista era mencionado en la canción. “Los amoríos de Ana” se canta regularmente entre las tunas mexicanas. Juan Martínez Abades (1862-1920) el compositor de tan chispeante pieza fue también un esmerado pintor, siempre gustoso de capturar en su lienzo los hechizos de las mares. Afuera, son las ondas del

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