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Boletín Y Elegía De Las Mitas


Enviado por   •  4 de Enero de 2014  •  1.655 Palabras (7 Páginas)  •  389 Visitas

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Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña,

Andrés Chabla, Isidro Guamacela, Pablo Pumacuri,

Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián Caxicondor.

Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Tanlagua,

Nieblí. Si, mucho agonicé en Chisingue,

Naxiche, Gambayna, Poalé, Cotopilaló.

Sudor de sangre tuve en Caxají, Quinchirana,

en Cicapla, Licto y Conrogal.

padecí todo el Cristo de mi raza en Tixán en Saucay,

en Molleturo, en Cojitambo, en Tovavela y Zhoray.

Añadí así más blancura y dolor a la cruz que trajeron mis verdugos.

A mi tam. A José Vacacela tam.

A Lucas Chaca tam. A Roque Caxicondor tam.

En plaza Pomasqui y en rueda de otros natuales

nos trasquilaron hasta el frío la cabeza.

Oh, Pachacámac, Señor del Universo,

nunca sentimos más helada tu sonrisa,

y al páramo subimos desnudos de cabeza,

a coronarnos, llorando con tu Sol.

A Melchor Pumaluisa, hijo de Guápulo,

en medio patio de hacienda, con cuchillo de abrir chanchos,

le cortaron los testes.

Y, pateándole, a caminar delante

de nuestros ojos llenos de lágrimas.

Echaba, a golpes, chorros de ristre de sangre.

Cayó de bruces en la flor de su cuerpo.

Oh, Pachacámac, señor del Infinito,

Tú, que manchas el Sol entre los muertos.

Y vuestro Teniente y Justicia Mayor

José de Uribe: "Te ordenó". Y yo,

con los otros indios, llevámosle a todo pedir,

de casa en casa, para su paseo, en hamaca.

Mientras mujeres nuestras, con hijas, mitayas,

a barrer, a carmenar, a texer, a escardar;

a hilar, a lamer platos de barro -nuestra hechura,-

Y a yacer con Viracochas,

nuestras flores de dos muslos,

para traer al mestizo y verdugo venidero.

Ya sin paga, sin maíz, sin runa-mora,

ya sin hambre de puro no comer;

sólo calavera, llorando granizo viejo por mejillas,

llegué trayendo frutos de la yunga

a cuatro semanas de ayuno.

Recibiéronme: Mi hija partida en dos por Alférez Quintanilla,

Mujer, de conviviente de él. Dos hijos muertos a látigo.

Oh, Pachacámac, y yo, a la Vida

Así morí.

Y de tanto dolor, a siete cielos,

por sesenta soles, Oh, Pachacámac,

mujer pariendo mi hijo, le torcía los brazos.

Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo:

"Quiebra maqui de guagua; no quiero que sirva

que sirva de mitaya a Viracochas".

Quebré.

Y entre Curas, tam, unos pareciendo diablos, buitres, había.

Iguales. Peores que los otros de dos piernas.

otros decían: "Hijo, Amor, Cristo".

Y ellos: "Contribución, mitayo a mis haciendas,

a tejer dentro de Iglesia, aceite para lámpara,

cera de monumentos, huevos de ceniza,

doctrina y ciegos doctrineros.

Vihuela, india para la cocina, hijas para la casa.

Así dijeron. Obedecí.

Y después: Sebastián, Manuel, Roque, Salva,

Miguel, Antonio, Mitayos, a hierba, leña, carbón,

paja, peces, piedras, maíz, mujeres, hijas. Todo servicio.

A runa-llama tam, que en tres meses

comistes dos mil corazones de ellas.

A mujer que tam comistes

cerca de oreja de marido y de hijo,

noche a noche.

Brazos llevaron al mal.

Ojos al llanto.

Hombros al soplo de sus foetes,

Mejillas a lo duro de sus botas.

Corazón que estrujaron, pisando ante mitayo,

cuerpos de mamas, mujeres, hijas.

Sólo nosotros hemos sufrido

el mundo horrible de sus corazones.

En obraje de telas, sargas, capisayos, ponchos,

yo, el desnudo, hundido en calabozos, trabajé

año cuarenta días,

con apenas puñado de maíz para el pulso

que era más delgado que el hijo que tejía.

Encerrado desde la aurora hasta el otro claror,

sin comer tejí, tejí.

Hice la tela con que vestían cuerpos los Señores,

que dieron soledad de blancura a mi esqueleto.

Y Día Viernes Santo amanecí encerrado,

boca abajo, sobre telar,

con vómito de sangre entre los hijos y lanzadera.

Así, entinté con mi alma, llena de costado,

la tela de las que me desnudaron.

"Porque no hemos venido

a vivir en la tierra.

Sólo venimos a soñar.

Sólo venimos amar

aquí en la Tierra".

Y a un Cristo, adrede, tam trujeron,

entre lanzas, banderas y caballos.

Y a su nombre, hiciéronme agradecer el hambre,

la sed, los azotes diarios, los servicios de Iglesia,

la muerte y la desraza de mi raza.

(Así avisa al mundo, Amigo de mi angustia.

Así, avisa. Di. Da diciendo. Dios te pague).

Y bajo ese mesmo Cristo,

negra nube de buitres de trapo vinieron. Tantos.

Cientos de casas hicieron en la Patria.

Miles de hijos. Robos de altar. Pillerías de cama.

Dejáronme en una línea de camino,

sin Sur, sin Norte, sin choza, sin...dejáronme!

Y, después, a batir barro, entraña de mi tierra;

hacer cal de caleras, a trabajar en batanes,

en templos, paredes, pinturas, torres, columnas, capitales.

Y, yo, a la interperie!

Y, después, en trapiches que tenían,

moliendo caña, me molieron las manos:

hermanos de trabajo bebieron mi sanguaza, Miel y sangre

y llanto

Y ellos, tantos, en propias pulperías,

enseñáronme el triste cielo del alcohol!

y la desesperanza

Gracias!

Oh, Pachacámac, Señor del Universo!

Tú que no eres hembra ni varón.

Tú que eres Todo y eres Nada,

Oyeme, escúchame.

Como el venado herido por la sed

te busco y sólo a Tí de adoro.

Y tam, si supieras, Amigo de mi angustia,

cómo foeteaban cada día, sin falta.

"Capisayo al suelo, Calzoncillos sl suelo,

tú, bocabajo, mitayo. Cuenta cada latigazo".

Yo, iba contando: 2, 5, 9, 30, 40, 70.

Así aprendía a contar en tu castellano,

con mi dolor y mis llagas.

Enseguida, levantándome, chorreando sangre,

tenía que besar látigo y mano de verdugos.

"Dioselopagui, Amito", así decía de terror y gratitud.

Un día en santa Iglesia de Tuntaqui,

el viejo doctrinero, mostróme cuerpo en cruz

de Amo Jesucristo;

único Viracoha, sin ropa, sin espuelas, sin acial.

Todito Él, era una sola llaga salpicada.

...

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