Brenda araux
Enviado por brendaaraux • 26 de Noviembre de 2013 • 756 Palabras (4 Páginas) • 436 Visitas
Apresurado y cansado, todo lleno de sudor, llego corriendo aquel hombre, con ojos llenos de temor, con el alma desgarrada, con el llanto y el dolor fue a tocar la puerta de la casa del doctor TOC TOC TOC. Después de un largo silencio, una voz le respondió: Estas no son buenas horas, que ya dormido estoy yo, mañana a primera hora, haga su cita señor. Se fue y con angustia, suplico con temor: Es urgente que me atienda, escúcheme por favor, mi hija se está muriendo, cúrela señor doctor, es la más pequeña, por Dios que se está muriendo, ya casi no respira, el pulso se le está yendo, por favor mi doctorcito, sálvela por el cielo. Cúrela señor doctor, sálvela por favor, yo sé que usted puede, pues usted para eso estudio, cúrela se lo suplico, no sea ingrato, por Dios. Insolado de calor, y su corazón hablo: la tomo entre sus brazos, y presto la atendió, le puso aire en su boquita, y muchas cosas que se yo. El no usaba dinero, usaba una medicina que alivia los dolores de su niña consentida y aterrorizada en su casa ella le sufría. Aterrorizado le dijo: tu niña está agonizando, porque hasta hoy me llamaste, padre antagonizado, tu hija se está muriendo, y tú tan solo la estas mirando, anda ve a la botica que nos queda poco tiempo para salvarle la vida, la niña está muy mal y tú solo la miras. No me regañe doctor, ya sabía que estaba enferma, pero no tenía dinero para poder atenderla, quisiera olvidarlo para que mi hija no muera. Ya no estés alegando, hombre de mal corazón, como quieres que se alivie, con solo llamarle a Dios, necesita un tratamiento para aliviar su dolor, anda corre a la botica, que te surtan la receta, vete más veloz que el viento, si quieres que tu hija no muera, compra esos medicamentos. Salió, corrió como un loco, con ese universitario y le mostro la receta que el doctor le había dado, pero no quiso surtirla por 12 centavos. Entonces le suplico de rodillas: enseguida se las pago, ya deme las medicinas, seré su esclavo si quiere, le serviré de por vida. El hombre injusto se negó, le dijo que se largara, que esos no eran sus problemas, que no quería saber nada, que consiguiera dinero y que las medicinas no se regalaban; y recordando a su niña, se aventó sobre él, le quito las medicinas y salió del lugar aquel y lo aventó dela escalera, y hasta la esquina llegó, y afuera se escuchaban gritos: ¡Agárrenlo, agárrenlo, es un ladrón! Que no huya el bandido! Que mi tienda robo, ¡llamen a la policía! Detengan a ese ladrón! Sus brazos llenos de furia, cayeron sobre su cuerpo, ¡ladrón ladrón! Le gritaban, los golpes seguían cayendo, a la cárcel lo arrastraron con el cuerpo casi muerto. A los jóvenes les hablo, encerado como un lobo, les pregunto: ¿Dónde estoy? ¿Qué paso? No lo recuerdo. Y un joven le grito: ¡Estas preso por ratero! Oh! Y de pronto recordó: ¡Las medicinas de mi hija! ¿Dónde están? ¡No las encuentro! ¡Antes de que se muera
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