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CONVERSACIÓN EN COPACABANA


Enviado por   •  20 de Mayo de 2013  •  1.405 Palabras (6 Páginas)  •  264 Visitas

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LA CONVERSACIÓN EN COPACABANA

Estas conversaciones-confesiones con Paulo Coelho tuvieron lugar en su casa de Río de Janeiro, frente a la espléndida playa de Copacabana, a primeros de julio de 1998, en plena fiebre del Mundial de Francia, de manera que sólo se vieron interrumpidas para que el escritor no dejase de ver los encuentros sobre los cuales debía informar para la prensa francesa.

Durante aquellas largas conversaciones, Coelho abrió su alma y desveló, por vez primera, momentos dolorosos de su pasado, como la travesía por los desiertos de las drogas, de la magia negra y satánica, el manicomio, la cárcel y la tortura. Al término de las conversaciones, manifestó su deseo de no tener que volver a hablar de su vida en los próximos veinte años.

En aquellos encuentros participó mi compañera, la escritora y poeta brasileña Roseana Murray. Al principio, tenían lugar por la tarde, después de que Coelho hubiese dado su habitual paseo por la playa, nada más levantarse. Porque el escritor trabaja durante la noche, se acuesta al amanecer, duerme por la mañana y dedica la tarde a encontrarse con la gente y a revisar los montones de correspondencia, fax, mensajes electrónicos y llamadas de teléfono que le llegan desde los cuatro puntos del mundo.

Por eso, nuestras conversaciones -que se realizaban en su dormitorio, situado en la parte de la casa que da a la playa de Copacabana, y donde tiene instalado su ordenador- se veían interrumpidas muchas veces por los mensajes que recibía continuamente. A veces esos mensajes se oían amplificados por un altavoz. Coelho aguzaba el oído y, según de qué se tratase, se levantaba o no a contestar. Una de las veces dijo: «Perdonad, pero me anuncian que me va a llegar un fax de Boris Yeltsin invitándome a ir a Moscú.»

Alguna tarde quiso abrir la abultada correspondencia que recibe cada día para comentarla con nosotros. Suelen ser cartas de gente anónima, a veces de muchas cuartillas, que le hablan de lo que sienten leyendo sus libros, que le piden las cosas más peregrinas y que se confiesan con él como con un mago bueno. Aquella tarde, entre las docenas de cartas había también una del ministro del Ejército de Brasil. Le decía que había leído su libro El guerrero de la luz. «Esto no es normal», dice Coelho. «La gente importante no se molesta en escribir, aunque cuando se encuentran conmigo me dicen que leen mis libros, como hizo Shimon Peres, durante el congreso de Davos, en Suiza, en la reunión de los grandes genios de la economía mundial, a la que este año me invitaron para que les hablase.»

Comentando aquel encuentro en Davos, al que por parte de Brasil fueron invitados sólo Coelho y el presidente de la República, Fernando Enrique Cardoso, el escritor diría en estas conversaciones que los «verdaderos juegos de magia» los realizan hoy los economistas y los financieros y no los pobres magos de profesión.

Aquella vista sobre el mar de Copacabana, que iba adquiriendo todos los tonos de azul a medida que la tarde se iba echando encima, hizo que Coelho usara con frecuencia la imagen del mar para responder a nuestras preguntas. Lo hizo siempre en español, una lengua que ama y domina. El autor de El Alquimista no es hombre de medias tintas; es más bien de extremos, pasional, acostumbrado a lo que él llama «el buen combate», a quien no le importa polemizar, aunque le distingue siempre una enorme sencillez, que no le hace sentirse seguro de nada, que le lleva a saber escuchar y a admitir que ha podido equivocarse.

Una tarde hubo que interrumpir durante una hora la conversación porque había llegado una representante de su editorial de Brasil con un fotógrafo profesional, que debía realizar toda una serie de nuevas fotografías para el lanzamiento de su última novela, Verónika decide morir. Quiso que asistiéramos a aquella sesión fotográfica que le inmortalizó en todas las poses, incluso descalzo, sentado con las piernas cruzadas en su mesita del ordenador. Observando la maestría del fotógrafo, era evidente que iban a ser las mejores fotografías que se le habían hecho hasta entonces. Por eso, la editora le comentó: «Y ahora, ¿qué hacemos con las fotos anteriores?» Coelho contestó: «Puede enviarlas

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