Carta Benito Juarez
Enviado por evelyn12082010 • 9 de Abril de 2014 • 1.195 Palabras (5 Páginas) • 268 Visitas
El 21 de marzo de 1806 nací en el pueblo de San Pablo Guelatao en el Estado de Oaxaca. Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres, indios de la nación Zapoteca, porque apenas tenía yo tres años cuando murieron. A los pocos años murieron mis abuelos y yo quedé bajo la tutela de mi tío Bernardino Juárez.
Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me dediqué hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las labores del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano.
Era sumamente difícil para la gente pobre, y muy especialmente para la clase indígena adoptar otra carrera que no fuese la eclesiástica. El ejemplo de algunos de mis paisanos que sabían leer, escribir y hablar la lengua castellana y de otros que ejercían el ministerio sacerdotal, despertaron en mí un deseo de aprender; pero las ocupaciones de mi tío y mi dedicación al trabajo diario del campo contrariaban mis deseos y muy poco o nada adelantaba en mis lecciones. Además, en un pueblo chico, como el mío, que apenas contaba con veinte familias y en una época en que tan poco o nada se cuidaba de la educación de la juventud, no había escuela; ni siquiera se hablaba la lengua española, por lo que los padres de familia que podían costear la educación de sus hijos los llevaban a la ciudad de Oaxaca, y los que no tenían la posibilidad de pagar los llevaban a servir en las casas particulares a condición de que los enseñasen a leer y a escribir. Este era el único medio de educación. Entonces me formé la creencia de que sólo yendo a la ciudad podría aprender, y al efecto insté muchas veces a mi tío para que me llevase a la Capital; pero sea por el cariño que me tenía, o por cualquier otro motivo, no se resolvía y sólo me daba esperanzas de que alguna vez me llevaría.
Por otra parte yo también sentía separarme de su lado, dejar la casa de mi niñez y mi orfandad, y abandonar a mis compañeros de infancia. Era cruel la lucha que existía entre estos sentimientos y mi deseo de ir a otra sociedad, nueva y desconocida para mí, para procurarme mi educación. Sin embargo el deseo fue superior al sentimiento y a los doce años de edad me fugué de mi casa y marché a pie a la ciudad de Oaxaca, alojándome en la casa de donde mi hermana María Josefa servía de cocinera.
En los primeros días me dediqué a trabajar en el cuidado de la granja ganando dos reales diarios para mi subsistencia, mientras encontraba una casa en qué servir. Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy honrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador de libros. Este hombre se llamaba don Antonio Salanueva quien me recibió en su casa ofreciendo mandarme a la escuela para que aprendiese a leer y a escribir.
En las escuelas de primeras letras de aquella época no se enseñaba la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de memoria el Catecismo era lo que entonces formaba el ramo de instrucción primaria. Era cosa inevitable que mi educación fuese lenta y del todo imperfecta. Hablaba yo el idioma español sin reglas y tanto por mis ocupaciones, como por el mal método de la enseñanza, apenas escribía.
Ansioso pedí pasar a otro establecimiento creyendo que de este modo aprendería con más perfección y con menos lentitud. Me presenté a mi nuevo maestro y me dijo, haz tu plana que me presentarás a la hora que los demás
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