Cartas A Cristina
Enviado por cherryz • 17 de Abril de 2015 • 5.192 Palabras (21 Páginas) • 3.163 Visitas
Prefacio
El desafío de lectura de este libro es averiguar de qué modo se constituyó Paulo Friere en educador, menciona como paulo llego a la educación por el vigor coherente de una convicción: el ser humano extrae de si y de sus interacciones una sobre humanidad, mejor denominada como vocación.
La lectura freireana de la realidad es geografía, política, estética, ortopédica, psicología, filología y afectiva.
Introducción
Paulo Freire habla sobre lo que es escribir para él, como es un proceso en el cual no solo se trata de escribir, sino de leer, releer y mejorar lo que ha escrito una primera vez hasta lograr la satisfacción.
“Y es que no puedo asumir plenamente el magisterio sin enseñar o enseñando mal, desorientando, falseando. En realidad no puedo enseñar lo que no sé.”
Habla también sobre la democracia, y como debemos actuar para mejorarla, haciéndola más eficaz, reduciendo distancias entre los electores y los elegidos.
Primeras palabras
Freire explica cómo vivió parte de su exilio, cuenta una anécdota que vivió con una pareja joven, la cual le marcó.
Menciona también como era la comunicación con su familia, que continuaba en Brasil, a través de cartas, las cuales, en ocasiones no eran recibidas por los destinatarios, por lo que tuvo que implementar diferentes estrategias para lograr comunicarse, como enviar las cartas a sus amigos en distintas partes del mundo, para que estos, a su vez las enviaran a su madre.
Explica brevemente cómo es que surge el libro, gracias a la petición de su sobrina Cristina, quien le pide en una carta, le escriba sobre su infancia, juventud y lo que tuvo que pasar para llegar a ser el educador.
Primera carta
En esta primera carta, Freire habla de su niñez, cómo fue su proceso de aprendizaje en la escuela debido a los problemas que tuvo, especialmente el del hambre que tuvo que pasar junto a su familia, menciona la ideología que desde niño lo marcó “en el mundo había algo equivocado que no podía ni debía continuar”
Menciona algunas situaciones que vivió y a algunos de sus amigos, que también sufrieron al igual que él.
Cuando Paulo fue director de la división de educación, podía entender perfectamente a los alumnos, que al igual que él lo hiciera, enfrentaban problemas en su desarrollo y aprendizaje debido al hambre, dejando en claro su postura de no aceptar que las condiciones sean capaces de crear una especie de naturaleza incompatible con la capacidad de escolarización.
SEGUNDA CARTA
Nacidos en una familia de clase media que sufriera el impacto de la crisis económica de 1929.
Vivíamos en una casa diferente a los de la clase baja.
En nuestra casa había un piano que era suficiente para distinguirnos como clase y era como la corbata al cuello de mi padre. Conservarlos fue necesario para que mi familia superase la crisis manteniendo su posición de clase.
Imagino el conflicto que debe de haber vivido mi mare, cristiana católica, mientras nos miraba silenciosa y tónita, el día en que matamos a la gallina de un vecino. Su alternativa debe de haber estado entre reprendernos severamente y devolver inmediatamente el cuerpo aún caliente de la gallina de nuestro vecino, ofreciendo mil disculpas, o preparar con ella un singular almuerzo.
Triunfó el sentido común, nuestro almuerzo.
TERCERA CARTA
Muchas veces pasé la noche abrazado a mi miedo, bajo la sábana, escuchando el gran reloj del comedor romper el silencio con sus golpes sonoros. En tales oportunidades se establecía entre el reloj grande y yo una relación especial.
Lo vi salir cargado por su comprador, por un lado proporcionó algún alivio a la familia, que seguramente resolvió una situación más difícil, por el otro su ausencia me dejó a solas con mi miedo.
Estaba ocupando un lugar especial de la pared privilegiada del comedor. Había llegado a las manos de la familia a fines del siglo pasado y todos sentían por él un afecto singular.
No siempre somos capaces de expresar con naturalidad y madurez nuestro necesario afecto hacia nuestros hijos e hijas a través de diferentes formas y procedimientos, entre ellos el cuidado preciso.
El conocimiento que fui adquiriendo de este mundo: Cuanto más me esforzaba por aprender durante el día cómo se daban las cosas en aquel mundo limitado, tratando de detectar los más variados tipos de ruidos y sus causas, tanto más me iba liberando por las coches de los fantasmas que me amenazaban. El empeño por conocerlo no acabó con mi espontaneidad de niños. Yo no era un niño que hablase de su mundo particular en forma altanera, con traje, corbata y cuello duro, repitiendo palabras del universo de los adultos.
Mi padre tuvo un papel importante en mi búsqueda. Afectuoso, inteligente, abierto, jamás se negó a escucharnos en nuestras curiosidades. Él y mi madre, el testimonio que nos dieron siempre fue de comprensión. Con ellos aprendí el diálogo desde muy temprano.
Con ellos aprendí a leer mis primeras palabras, escribiéndolas con palitos en el suelo, a la sombra de los mangos. Palabras y frases relacionadas con mi experiencia, no con la de ellos. En vez de un engorroso abecedario o, lo que es peor, de un libro de texto de aquellos en los que los niños debían recorrer las letras del alfabeto, tuve como primera escuela el propio jardín de mi casa, mi primer mundo. El suelo protegido por la copa de los árboles fue mi pizarra sui generis, y las astillas mis gises. Así, cuando a los seis años llegué a la escuelita de Eunice, mi primera maestra formal, yo ya leía y escribía.
Me pedía que alinease tantas palabras como supiese y quisiese escribir sobre una hoja de papel. Luego que fuese formando oraciones con ellas, oraciones cuyo significado pasábamos a discutir. Su preocupación fundamental era estimular el desarrollo de mi expresividad oral y escrita.
Alegría de vivir que tiene que ver con mi optimismo que, siendo crítico, no es paralizando, y por lo tanto me empuja siempre a comprometerme en formas de acción compatibles con mi opción política.
Hasta qué punto una formación más libre, más crítica, como fue la mía, necesariamente también se veía limitada por la censura rígida y moralista de toda la forma de expresión menos pura y de todo lo que tuviese que ver, aunque fuera de lejos, con el sexo.
Tuve que aprender desde muy pequeño que había terrenos en los que nuestra curiosidad de niños no podía ejercerse libremente.
De niño, veía en la ignorancia de las cuestiones sexuales y en su comprensión distorsionada el mejor camino para llegar a la virtud. El niño sería por tanto más puro cuanto más creyese, o pareciese creer.
El papel
...