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Dignidad En El Ser Humano


Enviado por   •  18 de Junio de 2014  •  2.156 Palabras (9 Páginas)  •  676 Visitas

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LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO

Vamos a contarles a los lectores y lectoras la verdad tras estos párrafos que sus ojos recorren. El autor de la cartilla había escrito una primera versión: “Rechazo por principio las afirmaciones contundentes y radicales, pero me voy a atrever a iniciar este capítulo con una afirmación contundente y radical: una persona se gana el derecho a la dignidad, en la medida en que les reconoce y respeta la dignidad__su carácter sagrado__a los demás. E incluso, voy a atreverme a decir que los demás no solamente son otros seres humanos, sino todo cuanto forma parte de eso que cuando niños nos enseñaron a llamar __con mayúsculas__ La Creación”.

Y más adelante: “Para ganarnos la dignidad, debemos reconocernos y honrarnos a nosotros mismos como dioses, pues si aceptamos literal o metafóricamente que fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza, quiere decir que en todos y cada uno de los casi 8.300 millones de seres humanos que hoy habitamos la Tierra, existe un fractal, o como quien dice: un pequeño resumen de Dios. En otra parte de esta misma cartilla contamos cómo, en el cerebro de cada ser humano, existen tantas neuronas como estrellas posee nuestra galaxia y como galaxias tiene el universo. Más aún: los científicos afirman que en todo el Universo conocido no existe una estructura tan compleja como el cerebro humano; una estructura viva desde la cual somos capaces de entender el Cosmos, a pesar de estar confiados a esta minúscula y al mismo tiempo maravillosa partícula del Universo que es la Tierra .”

Pero inmediatamente repostaron los y las integrantes del Grupo de Ética y Desarrollo Humano de la Dirección General con quienes hemos venido trabajando este texto: “¿Cómo así que ganarse la dignidad?”, reclamaron. “la dignidad humana no se gana, es un don inherente a todo ser humano; es este el reconocimiento fundamental en el cual se basan los Derechos Humanos. Allí donde hay persona, allí donde hay un hombre o una mujer, hay derechos humanos porque hay dignidad humana.”

Y para apoyar su posición no solamente citaron la frase del maestro Mario Madrid Malo cuando dice: “El ser humano mantiene su dignidad indeclinable aunque llegue a distanciarse de la verdad y del bien, auque viole el orden jurídico con sus comportamientos delictivos, aunque no haya respetado en otros de su especie la fuente misma de las atribuciones jurídicas de la persona”, sino que agregaron además, la siguiente afirmación de Juan XXIII: “El que yerra, no por eso está despojado de su condición de hombre, ni a perdido su dignidad de persona y merece siempre la consideración que deriva de este hecho”.

Y por supuesto, dejaron pensando, dudando y tambaleando, al autor. ¡Cierto!, pensó. ¡Tienen razón! Que alguien viole los derechos humanos de los demás, no justifica ni permite la violación de los derechos humanos del violador. Y además recordó a Gandhí cuado decía: “Si seguimos literalmente aquello de que ojo por ojo y diente por diente, todos vamos a terminar desdentados y ciegos… ”

Pero el autor también pensó: ¿Será que el don de la dignidad es tan gratuito que si bien lo poseemos por el mero hecho de existir, no tenemos ninguna responsabilidad frente a su conservación, puesto que hagamos lo que hagamos, no lo podemos perder?

Entonces el autor aventuró una reflexión: Hagamos lo que hagamos, nadie se puede considerar con derecho o con legitimidad para negarler o desconocerle a otro ser humano su dignidad. Pero el que les niega la dignidad a los demás, se quita a si mismo su propia dignidad. Ningún otro ser humano, distinto de sí mismo, puede cobrarle en los mismos términos su dignidad, o mejor: su propia “Indignificación”. Distinto es que por medios legales la sociedad le pueda imponer una sanción, pero sin violar su dignidad. Lo cual, por supuesto y lamentablemente, no funciona en la práctica, pues en la mayoría de nuestras cárceles son modelo de indignidad.

Y más para involucrar a los lectores y lectoras en la discusión, que para incurrir en una nueva afirmación contundente y radical, el autor recordó que aquel que se pasa la vida poniendo minas quebrapatas en el camino de los demás, tarde o temprano pisa una de sus propias trampas; tarde o temprano termina enredado en su propia alambrada…

Nadie más que el mismo violador de la dignidad y de los derechos de los demás, se cobra tan legitima y, además, tan efectivamente, la cuenta por su “insignificación”. A lo mejor a eso se refieren los orientales cuando hablan del karma…

No resuelta, sino mejor: ampliada y profundizada la discusión, retomemos el hilo del texto original:

Para el pleno ejercicio de la dignidad humana existe un prerrequisito que, si bien no aparece explícitamente en el epígrafe de Lin Yutang que colocamos al inicio de estos párrafos, de alguna manera está implícito en los demás y especialmente en el humor: hablamos de la humildad.

El humor, que de alguna manera consiste en la capacidad de relativizar todo cuanto se presume absoluto y de cuestionar toda verdad de nuestro propio ego y la magnitud de nuestra vulnerabilidad. La peor amenaza contra cualquier dogmatismo __ y en especial contra cualquier actitud dogmática en que nosotros mismos podamos incurrir es el humor. Más allá de toda escolla, el soberbio y el dogmático siempre corren el riesgo de ser humillados. La única vacuna contra la humillación es la humildad.

En este caso, la humildad consiste en reconocer que, al tiempo que somos dioses y que nos honramos como tales, somos una pequeña parte de un “Yo mayor”, cuya esencia y significado ayudamos a definir y construir.

Y que nuestra existencia y la dignidad vital que esa existencia con lleva, dependen de una compleja telaraña de relaciones entre los seres vivos y los seres, aparentemente sin vida que comparten con nosotros el planeta: no es posible concebir nuestra existencia sin las plantas y sin las algas microscópicas que capturan el gas carbónico atmosférico y la luz solar, y los convirtieran en alimentos y en oxígeno. Como tampoco podemos entender nuestra salud, sino como resultado de una simbiosis o relación de mutua conveniencia entre nuestros cuerpos y los microorganismos de enorme biodiversidad que habitan nuestro aparato digestivo, nuestras mucosas y nuestra piel.

El astrónomo Timothy Ferris habla en alguno de sus libros de “esa dignidad

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