EL Capital
Enviado por Pattykochch • 13 de Noviembre de 2013 • 2.701 Palabras (11 Páginas) • 246 Visitas
EL HOMBRE EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA. Extracto del libro Psicoanálisis de la Sociedad Contemporanea. Por Erich Fromm.
¿Cuál es la relación del hombre consigo "mismo? En otro lugar he descrito esta relación como una "orientación mercantil" . En esta orientación el hombre se siente a sí mismo como una cosa para ser empleada con éxito en el mercado. No se siente a sí mismo como un agente activo, como el portador de las potencias humanas. Está enajenado de sus potencias. Su finalidad es venderse con buen
éxito en el mercado. El sentimiento de su identidad no nace de su actividad como
individuo viviente y pensante, sino de su papel socioeconómico. Si las cosas hablaran, una máquina de escribir contestaría a la pregunta "¿quién eres?" diciendo: "Soy una máquina de escribir", y un automóvil diría: "Soy un automóvil", o, más específicamente: "Soy un Ford", o "un Buick”, o "un Cadillac”. Si preguntáis a un hombre "¿quién eres?", responde: "Soy un fabricante", "soy un empleado", "soy un médico", o "soy un hombre casado", "soy el padre de dos niños", y su respuesta tiene un sentido muy parecido a la de la cosa que habla. Ése es el modo como se siente a sí mismo, no como un hombre con amor, miedo, convicciones, dudas, sino como una abstracción, enajenada de su
naturaleza real, que desempeña cierta función en el sistema social. Su sentido del valor depende de su éxito, de si puede venderse favorablemente, de si puede hacer de sí mismo más de lo que era cuando empezó, de si es un éxito. Su cuerpo, su mente y su alma son su capital, y su tarea en la vida es invertirlo favorablemente, sacar utilidad de sí mismo. Cualidades humanas como la amistad,
la cortesía, la bondad, se transforman en mercancías, en activos de la
personalidad "ya en su paquete", conducentes a un precio más elevado en el mer¬cado de personalidades. Si el individuo fracasa en hacer una inversión favorable de sí mismo, cree que él es un fracaso; si lo logra, él es un éxito.
Evidentemente, su sentido de su propio valor depende siempre de factores extraños a él mismo, de la veleidosa valoración del mercado, que decide acerca de su valor como decide acerca del de las mercancías. Él, como todas las mercancías que no pueden venderse provechosamente, no vale nada en cuanto a valor en cambio, aunque puede ser considerable su valor de uso.
Cap. V El hombre en la sociedad capitalista
Fromm analiza las bases sociales, políticas, económicas y culturales de la sociedad capitalista, en busca de los síntomas patológicos que explicarán los trastornos psíquicos de los individuos que viven en ella.
A. El carácter social.
Los individuos se diferencian unos de otros pero, al mismo tiempo, se adecúan a un carácter social, común a la mayoría de la gente que varía según las épocas; así, la sociedad moderna se caracteriza por el trabajo del hombre libre. Sin embargo, el carácter social matiza Fromm no depende de causas particulares, sino de ideas políticas, filosóficas, religiosas..., que precisamente por esto, añade, no deben considerarse estructuras secundarias, como hace el marxismo. A conferir el carácter social contribuyen también, en gran medida, la educación familiar, junto con la escolar y los métodos pedagógicos.
B. La estructura del capitalismo y la condición humana.
1) Capitalismo en los siglos XVII y XVIII. El capitalismo ha nacido, según Fromm, a partir de hombres libres, que venden en el mercado laboral su propio trabajo al dueño del capital, con la confianza de que, a través del mercado, el egoísmo de cada uno obtenga el máximo beneficio para todos.
2) Capitalismo en el siglo XIX. La empresa alcanza en esta etapa el predominio sobre el hombre, que ya no es la medida de todas las cosas; por eso, explotar brutalmente al obrero deja de ser considerado un crimen. El mercado se libera finalmente de todas las limitaciones tradicionales: el sistema se basa por entero en la libre competencia y en el beneficio de las empresas. Como consecuencia, el hombre deja de ser fin en sí mismo y se convierte en un medio de los intereses económicos de otros hombres o de un gigante impersonal. Estos efectos despersonalizadores explica Fromm no son debidos a la avidez del capitalista, sino a la ley del beneficio.
Fromm acepta la idea, defendida también por el capitalismo, de que los hombres están para trabajar al servicio de la sociedad; pero según él hay muchas formas de colaboración distintas de las basadas exclusivamente en el beneficio, como la cooperación recíproca fundada en el amor, en el espíritu de servicio o en vínculos naturales. La cuestión de la autoridad es marginal para Fromm, el poder puede utilizarse para explotar y someter, o para servir, como ocurre en la relación de un maestro con sus discípulos, que es absolutamente distinta de la relación existente entre un amo y sus esclavos.
Aunque en conjunto Fromm realiza un juicio positivo de los movimientos reformadores del siglo XIX, considera que estos no han logrado salvar al hombre de las neurosis creadas por el sistema capitalista. Estos movimientos, que partían de la necesidad de suprimir la explotación del obrero y de abolir o disminuir la autoridad, han conseguido, según él, importantes resultados: en poco más de medio siglo la situación ha cambiado a favor de los obreros, y la autoridad ha disminuido mucho más de lo que un utópico del siglo pasado hubiese soñado. A pesar de todo, añade, el hombre no está más sano que entonces: ya no corremos el riesgo de convertirnos en esclavos; pero sí, en robots.
3) La sociedad en el siglo XX
a.—Cambios sociales y económicos. Los factores que, en opinión de Fromm, han actuado como motor de los grandes cambios ocurridos son dos: el desarrollo de la técnica y el triunfo indiscutible de la ley del mercado. El desarrollo de la técnica ha favorecido el aumento del capital, que ahora se halla dividido entre muchos accionistas, produciendo así una mayor separación entre la empresa y la propiedad. La ley económica, por otra parte, se impone cada vez más: si el mercado y los contratos regulan las relaciones, no hace falta saber lo que es correcto y lo que es erróneo; basta con saber si algo es adecuado y funcional. Mientras tanto, concluye, los bienes se distribuyen: todos tienen un coche y otros bienes de consumo, leen los mismos periódicos y disfrutan de los mismos espectáculos; producen, consumen, disfrutan juntos, codo con codo, sin hacer preguntas. Esto requiere, deduce Fromm, que todos quieran consumir cada vez más y que los gustos estén estandarizados; que se sientan libres y, al mismo tiempo, que estén dispuestos
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